Francisco Marazuela, en las gradas del Pedro Delgado con sus camisetas de árbitro de fútbol sala. Óscar Costa
Segovia

La paciencia de Francisco Marazuela

El árbitro segoviano asciende a Primera División de fútbol sala tras casi 20 años de carrera y una convivencia natural con el error: «Lo mejor es aceptarlo, no busques excusas»

Viernes, 16 de agosto 2024, 08:13

Dos décadas de carrera arbitral han conducido a Francisco Marazuela Hernando (4 de diciembre de 1989) a la Primera División de fútbol sala. Alguien que cogió el silbato porque su tío, Manuel Hernando –también arbitró en la máxima categoría– se lo planteó como una forma ... de sacar «unos dinerillos» para ser más independiente. Así fue como ese niño de Santa Eulalia que empezó a jugar en José Zorrilla queriendo ser Daniel Ibañes aprendió a ejercitar la paciencia, el atributo clave de su progresión. «Necesitas contar hasta tres, respirar, es mucha tensión. Los jugadores siempre te dicen que están a 200 pulsaciones y les contesto que yo también». Tras su ascenso, será el único segoviano en una nómina de colegiados que contó en el pasado reciente con Ricardo Contreras o Fernando Viedma.

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Antes de aceptar la sugerencia de su tío, Marazuela, conocido como Kiko, entrenó a un equipo femenino. Así que conocía las otras caras de la pista cuando se metió a arbitrar con su hermano, que lo dejó pronto. Ambos crecieron en la época de esplendor del Caja Segovia y Francisco se enamoró de Ibañes. «Era la magia, el Ronaldinho. Cada vez hay menos como él porque es todo más físico». Una infancia con conocidos en las categorías inferiores y tardes de gloria en el Pedo Delgado. «Eso te llama para seguir en este deporte. Si no hay equipo en Primera, mucha gente ni lo conocería».

El primer partido que arbitró fue entre benjamines en el pabellón del Claret el 18 de diciembre de 2004. Unos nervios que compara con aprender a conducir: «¿Cómo es posible que pueda llevar el volante, la palanca, los pedales y los intermitentes? ¿Cómo voy a pitar eso, contar los segundos, moverme, correr, apuntarlo en un papel y el tiempo? Ahora es como respirar». Habla de la colaboración total de los niños y la tendencia de los padres a «velar por sus hijos», un eufemismo que esconde conductas nocivas. «Entiendo que quieras que el tuyo sea el mejor, pero el objetivo a esas edades es la diversión. Aunque no sea insultar, es increpar con 40 años a un chico de 14, cómo les sale la vena por el cuello. Los niños se asustaban. Me resulta muy cobarde». La consecuencia, entonces y ahora, es que muchos lo dejan. «Es pasar un mal rato».

Aprendió a hacer actas y aprovechó la oportunidad para debutar con 16 años en Tercera División. Hizo pareja con Mariano Merino, que le salvó de un apuro en su debut, en Briviesca, porque los entrenadores empezaron a preguntar por su temporada, por su trayectoria. «Menos mal que mi compañero contó lo suyo y no me dejó hablar. Debía tener una cara de pringado… Estaba nerviosito, voy a decir que es mi primer partido y van a venir todos a por mí». Pasaron mucho tiempo juntos y mantuvo esa cara de niño. Así que su par le preguntaba siempre cuántos años tenía. Él respondía: «Mariano, toda la vida me vas a sacar diez años».

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Entonces y ahora, el fútbol sala siempre fue un complemento para alguien que estudiaba Administración y Dirección de Empresas y trabajó como empleado de banca antes de preparar las oposiciones de Policía Nacional y encontrar su empleo actual como administrativo multiusos en la sede segoviana de la ONCE. «Nadie se dedica exclusivamente a ello, ni la gente que lleva diez años en Primera. Son funcionarios, policías o profesores que tienen libre el fin de semana o cambian los turnos».

Pasó ocho años en Tercera porque había mucha competencia y porque, admite ahora, quizás se lo pudo tomar más en serio. Los ascensos son un compendio de actuaciones arbitrales, conocimientos teóricos y forma física. Logró el ascenso a Segunda B, el periodo más duro, porque se lo dejó todo y no conseguía dar el salto del ámbito regional al nacional. Seis años, un máster de paciencia porque el sistema clasificaba a los mejores de cada región para unas pruebas finales en las que todos partían de cero. Estuvo los seis años entre los tres mejores de Castilla y León –psicotécnicos, inglés, vídeos, actas, reglas, físico– hasta que derribó la puerta.

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Una evaluación continua

Si aquello se pareció más a una oposición, el ascenso de Segunda a Primera es más una evaluación continua: trayectoria e informes arbitrales. «Cómo te manejas en la pista, cómo controlas las protestas», añade. Apenas ha estado tres años en la categoría, un periplo muy breve para alguien que aspiraba a «hacer callo», es decir, asumir su papel de novato y ganar peso entre las «viejas glorias». Pero pitó un partido de 'play-off' en el segundo año, buen síntoma. La clave del último año fue su compenetración con Sergio Toral, un leonés con el que ha hecho pareja y que también ha ascendido. Por eso habla de satisfacción doble. «Si solo sube uno, el otro se queda atrás y seguramente lo merecíamos los dos. Nos hemos encontrado muy cómodos. El arbitraje no es solo arbitrar, compartes muchas horas».

Y la rutina de tomar decisiones en una décima. «Me puedo equivocar, no somos máquinas». Porque después de un partido, deben hacer un autoanálisis: verlo y valorar sus decisiones, tanto las correctas como las incorrectas. «Lo mejor es aceptar el error, no busques excusas, lo importante es saber el motivo por el que lo hecho mal y no repetirlo». Aún recuerda un gol sobre la bocina que permitió en Benavente y la frustración al ver después en vídeo que el pitido precedió por un suspiro al disparo.

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La paciencia también se agota. «También influye tu momento personal, como cualquier trabajo». No esconde la ilusión de pistas emblemáticas como la de Inter Movistar, Jaén, Barcelona o Valdepeñas. «Siempre tienes ganas de ir allí». Un buen aficionado segoviano le diría que se invente un penalti a favor del equipo visitante en alguna de esas canchas en las que tantas guerrillas vivió el Caja Segovia. Por los viejos tiempos, por Ibañes. Pero para el arbitraje la victoria es otra, la invisibilidad.

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