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laura lópez
Segovia
Domingo, 7 de junio 2020, 13:49
A pesar de llevar quince años realizando prestación de ayuda a diomicilio, Victoria García nunca había vivido nada así. En la actualidad, ella se encarga de siete usuarios, cinco personas de más de ochenta años y el resto, entre cuarenta y sesenta años. Entre las personas a las que ha atendido, hay matrimonios que viven juntos pero que son muy mayores y necesitan atención, una octogenaria que vive con una hija con discapacidad y personas de edad avanzada que viven solas.
Victoria vivió en primera persona las suspensiones del servicio a raíz de la pandemia: «Me disgusté, en este momento ves las dificultades de este puesto de trabajo», comenta. Recuerda especialmente el caso de una mujer anciana que vivía con su hijo dependiente. Suspendieron el servicio porque otro de los hijos «lo dejó todo» y decidió confinarse con ellos y cuidarles, en lugar de que lo hiciera ella.
Como ejemplo de la importancia de trabajos como el suyo, Victoria relata el caso de un usuario de avanzada edad al que un día le falló la rodilla en su casa, se cayó y no pudo volver a levantarse, tampoco pedir auxilio. Hasta que no llegó ella a prestar el servicio, no pudo ser rescatado de la terrible situación.
Considera que la labor psicológica y social ha sido la más importante de todo el trabajo que ha realizado durante la pandemia. En su caso, ha ayudado a los más mayores, que permanecían aislados en sus casas, a mantener el contacto con sus familiares a través de videollamadas: «Esos momentos te emocionan para tirar para adelante», señala.
Además, en muchas ocasiones esta trabajadora ha sentido cómo ella era el único contacto con la realidad que tenían sus usuarios, que estaban deseando charlar un rato con alguien: «Me preguntaban cosas de la calle. Me decían '¿pero de verdad que no se puede entrar a las tiendas?'».
Pero de todos los casos vividos durante este terrible episodio profesional y personal de su vida, Victoria se queda con el de uno de sus usuarios cuyo familiar, con el que convivía, falleció por coronavirus, por lo que se quedó completamente sólo. Victoria comenzó a ir a su casa y comprobó que estaba «totalmente hundido», desanimado y «sin ganas de nada». A partir de su trabajo, este usuario comenzó a «vivir el duelo», según relata Victoria, y a ir asumiendo poco a poco la pérdida, e incluso se animó un poco. Cuando se despidió de Victoria porque acabó su servicio, este le reconoció que no lo podría haber superado él sólo.
Otro de los casos que con más nitidez recuerda es el de otro usuario, uno de los más dependientes, de grado casi tres. El familiar que lo cuidaba se contagió de coronavirus y no podía seguir atendiéndole. En este caso, todo dependió del trabajo de la auxiliar, en este caso Victoria, que en apenas una hora al día debía abarcar todo tipo de cuidados: «Nunca me había pasado que una persona dependiera solo de mí», expresa.
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