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Miércoles, 13 de mayo 2020, 12:40
4 de mayo de 2020. Fermín Pinto no va a olvidar la fecha. Se cumplen hoy nueve días de lo que este funcionario del ... centro penitenciario de Segovia llama «mi liberación». Ese día salió por primera vez de su casa después de una enfermiza travesía por el confinamiento doméstico en una habitación de doce metros cuadrados con escala de diez días en el Hospital General, donde estuvo ingresado entre medias de este mal viaje con el coronavirus cuando la infección se le complicó y derivó en neumonía. «Ya llevo una semana de paseos», comenta. Suele aprovechar el cercano paraje de Las Lastras, que tantas veces ha divisado inhóspito y vacío desde su piso, y que ahora se ha convertido en uno de los lugares preferidos por los segovianos para escaparse del aislamiento impuesto por el estado de alarma.
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Y precisamente tanta aglomeración de gente saltándose las normas de separación le hace hervir la sangre. Fermín ha sobrevivido a la enfermedad, pero en la voz se le nota la fatiga. La recuperación no es un hecho consumado. Por eso «cada vez que veo una muestra de falta de compromiso de la gente es una puñalada porque estamos matando a personas» con cada norma y recomendación de las autoridades sanitarias que se incumple. «La gente tiene que tomárselo muy en serio», hace hincapié el funcionario de Perogordo, ahora de baja.
Fermín recuerda el calvario de este coronavirus que le dio de lleno. Responsable nacional de salud laboral en Instituciones Penitenciarias y delegado provincial de la Central Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF) en la Administración General del Estado, cuando la enfermedad apenas salía en los telediarios, «el 27 de enero pedí una reunión de la comisión técnica para ver un protocolo frente a la covid y pedir equipos de protección para el personal de las cárceles». Esa reunión tardó 44 días en celebrarse. Fue el 11 de marzo, recuerda lamentándose por el tiempo perdido. «Era como el cuento ese de que viene el lobo, que viene el lobo, y al final....».
Fermín Pinto alaba el trabajo y esfuerzo de los profesionales sanitarios, pero sin embargo matiza que «el sistema deja mucho que desear». A partir de su experiencia, critica que «no se puede dejar a una persona en casa días y días, aunque te llamen a diario o cada dos días para ver cómo estás, porque a través del teléfono es imposible que sepan que tienes una neumonía o el grado de deterioro respiratorio, a no ser que sea muy experto». Fermín vive con su hijo, su mujer y su suegra, por lo que temía que estando en ese confinamiento casero pudieran contagiarse. «La enfermedad es muy seria», hace hincapié el funcionario de prisiones. Cuando salió del Hospital regresó a su reclusión domiciliaria. «No salía para nada de la habitación, que la desinfectaba yo para que no entrara nadie; para ir al servicio, tenía uno concreto para mí, y siempre con la mascarilla puesta». «Tuve que estar con la misma un mes porque no había opción de comprarlas», se queja.
Su función como representante sindical le hace viajar a menudo a Madrid y Valladolid. En uno de los desplazamientos a la capital de España empezó todo. «Estaba en el andén del metro y, mientras escuchaba por la megafonía que había que mantener una separación entre la gente, tuve una intuición negativa. Me dije que había hecho mal en coger el transporte público y me dio un pálpito negativo».
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A los cinco días de ese viaje, empezaron las toses, el malestar y la fiebre. Todos los síntomas del contagio. «Llamamos al número que había dado la Junta y después de horas de colapso nos atendieron y al contar lo que me pasaba me dijeron que me aislara», cuenta Fermín. Así hizo. Se recluyó en la habitación, pero no mejoró. «A los nueve días empeoré».
El sistema sanitario de Segovia empezaba a desbordarse por la cascada de casos como Fermín. Cuando llamó al médico para preguntarle por el agravamiento de su estado, éste le remitió al Hospital y le recomendó que «si podía ir por mi cuenta, mejor, porque la ambulancia podía tardar cuatro horas en recogerme». Fue a urgencias. Tenía neumonía y quedó ingresado. «Me ponían oxígeno, pero no respondía bien», recuerda a la vez que ensalza el «esfuerzo titánico del personal sanitario».
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Solo tiene elogios para los profesionales que se baten cada día con el coronavirus. Ha sido testigo de esos sacrificios personales. «Veías que iban con miedo, trabajando con esas batas impermeables y jugándose el tipo sin los equipos de protección», relata lo vivido esos nueve días hospitalizado. Con su compañero de habitación acordaron no ver la televisión. «No queríamos oír nada de lo que pasaba porque todas las noticias eran negativas», apunta.
A sus 57 años, y a pesar de la gravedad de su estado y de la persistencia del coronavirus, Fermín asegura que «nunca he pensado en que me iba a morir». No era fácil abstraerse de las ideas funestas en un Hospital General golpeado por las embestidas de la covid-19. «Había noches que escuchabas las carreras en los pasillos y pensabas que había muerto alguien». El abatimiento causado por la enfermedad y la medicación era tal que «había veces que no tenía fuerzas ni para mandar un Whatsapp a mi mujer».
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Hace nueve días, Fermín dio negativo en una prueba que se hizo de rogar más de lo deseado. «Yo he salido; pero la gente tiene que ser más consciente de lo que nos jugamos», afirma durante su paseo por Las Lastras.
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