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Andrea Montes, con los chavales con los que quiere impulsar una escolanía. Antonio Tanarro
Con la música a otra parte: de la Patagonia a Prádena

Con la música a otra parte: de la Patagonia a Prádena

Andrea Montes, una directora de orquesta argentina asfixiada por años de inflación, se lleva a su marido y sus tres hijos a un pueblo de 500 habitantes y monta en él una escolanía

Domingo, 17 de noviembre 2024, 08:12

Isa, Dante y Bianca terminaron un curso y empezaron de golpe el siguiente, de la primavera austral al otoño segoviano. Se quedaron sin verano, es lo que tiene cambiar de hemisferios. Su madre, Andrea Montes, también. Una directora de orquesta argentina asfixiada por años de inflación, sin tiempo, sin paz, cambió la Patagonia por Prádena. Llegó el 27 de septiembre y en apenas dos semanas ha juntado en una escolanía a 15 niños de Sepúlveda, Riaza o Casla. No solo llegan tres niños a un pueblo de apenas 500 habitantes, sino una apasionada de la música que promete hacer mucho ruido.

«Argentina es muy grande y está muy descuidada. La Patagonia es hermosa, pero tuve que poner todo en la balanza»

Andrea dirigía una orquesta con 72 niños y su marido trabajaba como carpintero en Bariloche, la ciudad más grande de la Patagonia, el lugar al que huyeron por la inseguridad de Buenos Aires tras el secuestro de la hija de una amiga. Los sueldos que antes daban para vivir dejaron de dar. «La inflación se ha hecho tan grande que los precios van cambiando todo el tiempo. Cuando yo era chica, iba a por leche, mi mamá me daba la plata y tenía que volver a mi casa a buscar porque había subido. Ahora es peor, cualquiera puede cobrar lo que quiere». Así que tocó echar más horas de trabajo para que salieran las cuentas. «Empiezas a perder la calidad de vida». Los arreglos a una danza de Brahms llevan 40 horas, así que se levantaba a las seis, a las siete salía con sus hijos de casa –estando a 15 kilómetros de la ciudad, recorría 45 para llegar al colegio–, docencia por la mañana, ensayo por la tarde y vuelta a casa a las 9 y 30. «A veces veía a mis hijos en la cena; por lo general, no». Dos vidas para un sueldo.

Andrea, con su marido y sus hijos. Antonio Tanarro

Pero no valía cualquier salida. «Si me muevo, quiero seguir haciendo lo que hice toda mi vida. Tampoco tengo 20 años para decir, me equivoco y vuelvo. Tenemos tres hijos y no podemos embarrarles el futuro a ellos». La primera opción fue Canadá, pero el idioma cerró esa puerta. Así llegaron a Holapueblo, un catálogo de pueblos cuidados que les sorprendió. «Argentina es muy grande y está muy descuidada. Dios atiende en Buenos Aires, he tenido que tomar un avión para firmar un documento y volver. La Patagonia es hermosa, extraño mi país, pero tuve que poner todo en la balanza».

Y es una familia de pueblo. «Vivíamos prácticamente en el campo». Recorrieron Prádena con el monigote de Google Maps y, tras casi un año de conversaciones –también con otros alcaldes–, dieron el sí, aunque Andrea no se vio nunca como empresaria. Lo primero fue escolarizar a sus hijos –de 8, 11 y 13 años– que perdieron solo tres días de clase en toda la migración. Se lo explicaron con transparencia: «Nosotros nos vamos a trabajar». Y plantearon el calendario de un mes a ver cómo iban las cosas. «Logramos pasar el mes, lo cual está bueno. Siento que estoy más relajada». Su marido tiene acomodo en una carpintería.

Pero ahora es empresaria, empieza otro estrés. Recorriendo pueblos –el martes visitó el colegio de Riaza– para engordar la escolanía. «Cambia las vidas, ayuda un montón a los jóvenes. Un espacio para compartir, que con la tecnología ya no se ven cara a cara». Arreglos como cuadrar las agendas con otras actividades extraescolares como las deportivas. Andrea toca la trompa, pero el pegamento de un grupo es el piano, así que el Ayuntamiento le ha conseguido uno. Para las 40 horas de arreglos de Brahms. «Sin él, no me hallo». Cámbienme de hemisferio, pero no me quiten las teclas.

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