El hostelero Mariano Castro, al frente de la barra junto a su madre y su hermana. El Norte

El milagro de la Serrezuela: el chiringuito que se convirtió en hotel

El compromiso de un negocio familiar cumple casi tres décadas en un pueblo de 25 habitantes: «Hay días que dormimos tan solo tres horas»

Domingo, 10 de noviembre 2024, 10:32

Una familia que pasaba las vacaciones en Aldeanueva de la Serrezuela compra la casa en ruinas del terrateniente del pueblo, que murió sin un duro y legó el inmueble a su criada. Con las heridas de cuatro décadas deshabitada, sin tejado y con un jardín ... que parecía una selva. Lo que empezó en 1995 como un chiringuito en las fiestas sigue en pie 29 años después como bar y un hotel con doce habitaciones: El Señorío de la Serrezuela, el único socio de la patronal hostelera Hotuse en un municipio con menos de 200 habitantes.

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«Somos de los que nos vinimos al pueblo desde Madrid», resume Mariano Castro, que gestiona el negocio junto a su madre y su hermana. Los vecinos empezaron a pedir raciones, así que arreglaron un tejado para tener una cocina, solo para el verano, porque el negocio familiar era una papelería. Hasta que los hermanos decidieron mudarse y arreglar el local.

Los vecinos de la comarca respondieron y empezaron a celebrar allí bautizos o bodas. «Hemos ido reinvirtiendo. Cogías por una mano y soltabas por la otra». La vivienda de la finca se convirtió, tras cuatro años de reforma, en posada. El 80% de las reservas llegan de Madrid.

Clientes fieles

En una zona donde no sobran los vecinos, recibe clientes a 50 kilómetros a la redonda. Desde Aranda de Duero y Peñafiel a Sacramenia, Cantalejo o Sepúlveda, pasando por los pueblos cercanos como Navares de las Cuevas o Aldehorno, Torreadrada, Pradales, Carabias o Ciruelos. «Son los clientes de toda la vida, lo que funciona es el boca a boca».

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El éxito del bacalao al pilpil, la antigua receta de la abuela, y horno de leña para asar. Y comparte callejero otro bar reciente de la asociación vecinal. «Ahí va, resistiendo. Con 25 habitantes, no hay cliente para tanto bar. Hay días que se te llena el comedor y otros que esperas a mucha gente y se te quedan los chuletones». Jornadas frías en los que pasan solo diez o doce personas.

«Hay días que se te llena el comedor y otros que esperas a mucha gente y se te quedan los chuletones»

Por eso está siempre haciendo cuentas. «Tienes que aprovechar el arreón del verano para administrar el resto del año». Aprovechando las circunstancias, desde la temporada de caza a la de setas. O los menús diarios a los trabajadores de un parque eólico vecino. No ayuda la dificultad para encontrar personal. «En verano necesitamos a cinco personas y no hemos podido encontrar. En vez de tener 80 personas, hemos tenido que dar a 40, no he podido hacer más. Hay días que dormimos tres horas; desde preparar desayunos hasta que se va el último de la terraza que está tomándose un gin-tonic, que no tiene prisa porque está de veraneo».

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«La hostelería es aguante y resistencia, agachar las orejas y a tirar. No es ganar dinero, no me voy a comprar un Ferrari»

Tampoco ayuda el acceso, una carretera tortuosa desde Burgos plagada de baches y curvas, como la que llega desde Aldehorno. «Es un meneo total del coche. Y te viene gente mareada que dice que no va a comer, que quiere un par de manzanillas. Es el límite de las dos provincias, así que estamos abandonados por todos, casi no aparecemos en el mapa».

Y una zona fría que consume mucha calefacción. «Al final es tesón, esto de la hostelería es aguante y resistencia, agachar las orejas y a tirar. Esto no es para ganar dinero, no me voy a comprar un Ferrari. Pero salgo a la calle y es todo monte, solo oigo a los animales, respiro aire puro».

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