El milagro de Abel alivia la crisis de la Sego a domicilio

No habían pasado ni diez segundos cuando el balón llegó rodando al punto de penalti segoviano, un recordatorio de que el rival cogería cualquier atajo. El pueblo de poco más de 10.000 habitantes que ha pasado de compartir 'play off' de ascenso a Segunda B con la Segoviana –nunca llegaron a enfrentarse– a ser el tercer mejor equipo de Aragón, por detrás de Zaragoza y Huesca. Fútbol directo sin matices, con dos delanteros XL como Adrián Fuentes y David Cubillas y un ejército sirviendo balones al área para aprovechar su talla y la incertidumbre de los rechaces. Un compromiso total en cada balón dividido, como demostró Pepe Mena, que fue con todo y se dio un cabezazo de miedo con Cubillas, que esperaba de espaldas. Fueron los propios segovianos los que invitaron a Mena, conmocionado, a quedarse en el césped hasta recibir el alta médica.

La Segoviana afrontó el duelo con algo que empieza a parecerse a un once de gala. Los visitantes proponían una cierta circulación sin olvidar que aquello era una guerrilla. El ejemplo lo puso Borrego, que intentaba percutir por el centro buscando asociarse en pared y, minutos después, sirvió al área el balón del primer gol. La defensa le dejó solo y con muchas camisetas blancas en el área. Llegó Juan de la Mata al punto de penalti para prolongar de cabeza al área chica un balón que debía ser para el portero, pero Fouli salió con manos blandas y Hugo Díaz fue convencido de que aquello acabaría bien. Así fue: el balón llegó manso a su testa y embocó. El Tarazona había recibido su propia medicina.

La Sego cumplió el siguiente paso: consolidar la ventaja, unos minutos en los que no ocurrió nada reseñable. Una versión compacta, veterana, ajena a las florituras, a comprometerse en exceso en la presión alta que tanto castigó el Celta Fortuna en su último desplazamiento. Una consistencia cimentada en la ayuda de Juan de la Mata, incrustándose entre los centrales para sacar el balón jugado ante un Tarazona que sí perseguía. Con todo, en un duelo así las ocasiones se limitan, pero no se erradican. Y los locales la tuvieron en una prolongación que Areso convirtió en un envío tenso paralelo a la divisoria del área chica que no embocó Adrián Fuentes porque Silva, casi sin ver, hizo de pantalla.

También avisaba la Sego con algún desmarque envenenado de Davo. Fer Llorente gastaba una amarilla para cortar cualquier conato de transición y su equipo se marchaba por delante en el descanso tras protagonizar el único asesinato de un thriller aburrido. Un ejemplo de solvencia en el juego aéreo, con los centrales repeliendo centros como un funcionario pone sellos: eficacia sin titubeos.

Pero el Tarazona despertó al espectador a la vuelta de vestuarios. Allí se quedó Davo, sustituido por Diego Gómez. Como si el gallego, pichichi con siete goles, fuese la melena de Sansón, los aragoneses se crecieron sin él e igualaron la contienda en apenas dos minutos. Lo que tardó Adrián Fuentes en recoge un balón en la corona del área para ganar en velocidad a Sergi Molina y Abel Pascual antes de colocar un misil con la diestra cerca de la escuadra de Carmona. La Sego reaccionó herida en su orgullo, acumulando córners y buscando que el caos en área tras un sinfín de prolongaciones le devolviera la ventaja. Dio un paso al frente en campo contrario, aumentando riesgos, exponiéndose a contras. El genoma del equipo que busca ganar cada semana.

Una declaración de intenciones que no se traducía en peligro porque el Tarazona no regalaba y bloqueaba dos tiros de Fer Llorente en el balcón del área. O un buen centro de Borrego con la diestra que no terminó de peinar Gómez. Pese a que no pasaba nada, bastaba cualquier pérdida, cualquier falta no pitada que desembocara en robo, para desatar las alarmas. O un despiste a la espalda de la defensa, el que casi aprovecha Areso, incapaz de dar el pase de la muerte. Porque los locales llegaron más enteros al final, con Manu Rico dando problemas desde el banquillo mientras Astray, Fernán o Tellechea pasaban desapercibidos. Total, que el aburrimiento desembocó de la nada en el 2-1: un centro que Sergi Molina despejó con la testa hacia atrás sin la fuerza de sacarla del campo. Allí, a la línea de gol, llegó Llacer para cabecear a gol ante un Carmona sin tiempo para volver. Debió ser el final –el Tarazona rondó el tercero y no concedió nada en cuarto de hora–, pero Abel, alguien que se enganchó al fútbol gracias a la fortaleza de su madre para superar un tumor cerebral, no tiene la rendición en su diccionario.