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JOSÉ RAMÓN CRIADO
Segovia
Domingo, 25 de abril 2021, 10:13
Cuando Rodrigo de Tordesillas regresó a Segovia desde La Coruña, donde había votado el servicio al emperador Carlos, se dispuso a dar cuenta de su actuación como procurador en Cortes. Le avisaron de que fuera precavido pues los ánimos estaban muy exaltados en la ciudad. El día anterior, 29 de mayo de 1520, habían ahorcado a Hernán López Melón y a otro corchete por reprender de palabra las posturas manifestadas contra el emperador en la junta de cuadrilleros en la iglesia del Corpus Christi. Rodrigo de Tordesillas sería la tercera víctima de la revuelta cuando se presentó a dar cuenta al regimiento segoviano de su actuación en las Cortes. Al llegar a la iglesia de San Miguel, una muchedumbre le increpó y acabó estrangulado en plena calle y su cadáver colgado con los de el día anterior.
Fue de esta manera como estalló la chispa que prendió la llamada Guerra de las Comunidades. En el transcurso del conflicto habría vencedores y vencidos. Los primeros fueron compensados con mercedes por los servicios prestados. Los segundos castigados de diferentes formas por haberse levantado contra las políticas de Carlos V. Se seguía un protocolo que arrancaba desde la Edad Media.
A la mujer e hijos de la primera víctima en Segovia, el corchete Hernán López Melón ahorcado por los comuneros, se les compensó con 30.000 maravedíes. Gonzalo de Tordesillas, hijo mayor de Rodrigo de Tordesillas, fue confirmado en el puesto de tesorero del Alcázar. Si bien, el cargo llevaba ya más de un siglo dentro de la familia como descendientes de Alfonso García de León, el cuellarano que fue el primero que lo detentó. Tal vez por esto se le complementó con una importante compensación económica de 300 ducados.
Singular fue la participación contra la revuelta en Segovia de Nuño de Portillo, por haber defendido la Catedral cercada por los comuneros, habiendo quedado además manco por un tiro de escopeta. Se libraron para él 10.000 maravedíes de por vida.
En cuanto a los perdedores, algunos pagaron con su vida y con la confiscación de sus bienes el haber estado en el bando comunero. Es el caso del propio Juan Bravo y del menos conocido Juan de Solier, regidor de Segovia y procurador comunero en la Junta de Tordesillas. Era tío de Gonzalo de Tordesillas, que intercedió por él para que fuera liberado en primera instancia, y por lo tanto también perteneciente a la comunidad conversa segoviana. Al final, fue apresado y ejecutado en agosto de 1522 en Medina del Campo, junto a otros procuradores, al revisarse las sentencias previamente acordadas por los regentes. La viuda de Juan Bravo, María Coronel, pleiteó por recuperar los bienes confiscados a su marido, centrándose en los que le correspondían por su dote.
En Segovia solo la capital y Sepúlveda se adhirieron al movimiento comunero. La fidelidad a la corona que manifestó desde el principio el señor de Cuéllar, Francisco Fernández de la Cueva, II duque de Alburquerque, condicionó que sus vasallos pudieran tomar otra opción. Al duque le espantaba que triunfaran los comuneros, porque las ideas de estos diferían por completo de las suyas. Los hijos del duque, don Beltrán y su hermano don Luis, tomaron parte activa en la lucha, hallándose ambos en la toma de Tordesillas, donde don Luis fue herido de una pedrada. Pero estos servicios se prestaban pensando en las mercedes que se solicitarían posteriormente como pago de los mismos.
Cuando Padilla decidió abandonar Torrelobatón y retirarse hacia posiciones más seguras en Toro, los jefes de los imperiales fueron en su búsqueda. Esta persecución y acoso se resolvió en las inmediaciones de Villalar cuando la caballería realista abordó a un ejército comunero poco dispuesto al combate. En Villalar hubo miedo, avivado por la lluvia que dejó el campo embarrado. La lucha se decidió rápidamente en favor de los realistas ante la escasa resistencia de unos rivales desmoralizados, cayendo prisionero el grueso del ejército rebelde y los cabecillas comuneros.
Batalla de Villalar propiamente dicha no hubo, dado que los comuneros optaron por la fuga apenas los acometió la caballería de los imperiales, que no sufrió una sola baja entre sus filas. Salvo Juan de Padilla, con dos escuderos que le acompañaban, y Juan Bravo, que se esforzó por hacer intervenir la artillería desde el caserío de Villalar, no consta que ningún otro comunero pelease en aquella jornada. El primero fue hecho prisionero por don Alonso de la Cueva, de la casa de Alburquerque, después de que el capitán toledano hubiera derribado de su caballo a don Pedro de Bazán. Juan Bravo fue hecho prisionero por el cuellarano Alonso Ruíz de Herrera, hombre de a caballo de la capitanía de don Diego de Castilla.
En Villalar no se hizo prisionero a ninguno de los soldados rasos, sino que una vez apresados se les hizo entregar las armas y pudieron irse libremente. Sin embargo, Padilla, Bravo y Maldonado serían ajusticiados al día siguiente.
El mismo año de Villalar, Ruiz de Herrera siguió en campaña con los ejércitos castellanos que subieron al encuentro de los franceses que, aprovechando la coyuntura de guerra en Castilla, invadieron Navarra. En el encuentro de Noáin, en las proximidades de Pamplona, el cuellarano volvió a realizar una acción singular en el campo de batalla, arrebatando el estandarte del general francés, André de Foix, al que también hirió. Pero como el Señor de Lasparre, el general, acabara en manos de don Francés de Beaumont, fue este quien quiso usurpar el mérito de su captura al de Cuéllar.
Ruiz de Herrera tuvo que formar por ello una extensa probanza ante notario para las cosas que le convenían. Consiguió que se le reconocieran sus méritos y que se le otorgaran cien mil maravedíes como recompensa por la captura de Juan Bravo en Villalar y por haber arrebatado el pendón de los franceses. Por este testimonio notarial se saben algunos detalles de cómo Alonso Ruiz se apoderó de Juan Bravo, a quien desmontó de su caballo y le hizo subirse al del propio cuellarano que estaba herido. Después lo condujo ante el almirante de Castilla que le ordenó que lo presentara al capitán de la guarda.
Arrebatar una bandera al enemigo en combate fue siempre objetivo muy codiciado por su dificultad y por su gran valor moral. Por eso Alonso Ruiz de Herrera solicitó y obtuvo merced de Carlos V para ponerla de orla en su escudo de armas: un estandarte blanco con una santa Elena, con una cruz dorada en su mano y un león dorado de ambas partes con follajes y una letra que dice «FIN AVRA».
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