Carmen de Miguelsanz sujeta en una mano un cuchillo de la pescadería y en otra un zapato. Antonio de Torre

Segovia

Marian, la zapatera que vuelve a la pescadería con 59 años

Carmen de Miguelsanz liquida su comercio en Segovia y la cambia para estrenarse por cuenta ajena y quitarse los «dolores de cabeza» del negocio

Domingo, 21 de julio 2024, 08:56

Carmen de Miguelsanz es Marian –el híbrido entre su apodo familiar, Mari, y el nombre de su hija Ana–, un nombre para cada profesión. El de pila, para la pescadera, la profesión de su juventud, la que recupera a los 59 años para dejar el ... estrés del comercio. Y el artístico, para su zapatería, el negocio que dejará tras un cuarto de siglo en Blanca de Silos. Alguien que dejó el pescado por calidad de vida, por los madrugones diarios y una vida en la carretera, vuelve ahora a él por la misma razón: en busca del alivio de un trabajo por cuenta ajena, sin estar pendiente de cuántos zapatos quedan por vender.

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Esta segoviana se cruza miradas constantes con esos clientes que ahora dudan sobre la cara que ven detrás del delantal. Y dicen: no puede ser. Ella lo confirma: «Otras veces te he vendido zapatos, ahora te vendo pescado».

Cuando Carmen se puso el delantal con 17 años –echó una mano a su madre, que se había encargado del negocio ante de dejárselo– un grupo de amigas le dijo que ya no podía salir con ellas porque los gatos iban a ir detrás. «A esas edades fue duro, pero no me importó», afirma. Y es que vio más allá y es una enamorada de la moda. «Siempre me ha gustado ir arreglada, tenemos jabones y muchas cosas, no se tuvieron que ir los gatos detrás de mí». Cuando Calzados Vicente echó el cierre, traspasó la pescadería y se quedó la tienda, junto a su marido, Miguel, en 1998, manteniendo el nombre del comerciante. «Me gustaba la moda y sabíamos que Vicente vendía, no lo vi difícil», recuerda aquel reinicio.

«Viene un caballero para ver el número de zapato, pero lo quiere en otro color y lo pide 'on-line'. Eso crea muy mala sangre»

Carmen de Miguelsanz

Pescadera y dueña de una zapatería

Su vida mejoró. «Mi marido tenía que ir a Madrid a las tres de la mañana a por el pescado. Esto era más cómodo. Y los dos habíamos trabajado siempre en el comercio», explica Marian. Una vida conyugal que no se resintió. «No lo hemos llevado mal», sonríen. Cuando quedó libre el local vecino, propiedad de su suegro –vendía lámparas y muebles de baño–, crearon allí Marian, aunque durante un año convivieron ambos establecimientos a la espera de que venciera el contrato de alquiler de la primera tienda para unificarlo en 2003.

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Su nicho fue una zapatería de calidad. «En esa época se trabajaba muy bien porque la gente tenía más ganas de gastar dinero. Hoy en día quieren el zapato bueno, pero a precio de los chinos». Unos tiempos que quedaron atrás por la crisis de 2008 y la proliferación del comercio 'on-line'. «Incluso los fabricantes venden 'on-line'», apostilla. «Eso nos ha hecho mucho daño a nosotros y a los representantes que vienen a las tiendas. Las mismas fábricas te hacen la competencia», comenta cómo ha cambiado el negocio en estos años. El mismo zapato en seis colores y una anécdota continua. «Yo tengo el zapato en dos o tres colores. ¿Qué ocurre? Viene el caballero, se lo prueba para ver el número, lo quiere en otro color lo pide 'on-line'. Eso crea muy mala sangre», dice con gesto contenido.

Marian presume de haber conservado a sus clientes, pero los cambios de hábitos han restado. «Si había una boda o un bautizo, la señora se llevaba un zapato bueno de piel con su bolso a juego y te pagaban lo que valía. Ahora, eso se ha muerto; van a los chinos, compran el zapato malo y ya está. Dicen, 'para una boda me vale, no me lo voy a volver a poner'. Y la gente joven no aparece por estas tiendas».

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Clase media con buenos zapatos

Un perfil de entre 40 y 70 años, con alguna «chavala» que otra. «Gracias a Dios también hay chicas que les gusta verse las cosas puestas. Si no, todas las tiendas pequeñas iríamos a la mierda».

La mujer compra más que el hombre: hay sandalias, zapato cerrado, botines o botas. Productos que ha visto convertirse en moda para desaparecer y resurgir. «La moda vuelve. Los zapatos de punta se llevaron hace unos años y han vuelto. Y las botas camperas las he vendido hace quince años; pero es que ahora se lleva todo». Su ubicación en Santa Eulalia frente a otras tiendas, por ejemplo, de la Calle Real, hace que su clientela no sea tan pudiente. «Aunque yo tenga los mismos zapatos, el tipo de público que me lo compra no es el mismo. También hay gente de clase media que se compra zapatos buenos».

«Gracias a Dios hay chicas que les gusta verse las cosas puestas. Si no, todas las tiendas pequeñas iríamos a la mierda»

Carmen de Miguelsanz

Pescadera y dueña de una zapatería

Pese al cierre inminente, el negocio seguía siendo rentable. «Me he sacado siempre mi sueldo, pero la inversión que tengo que hacer cada seis meses es muy alta y lo sufro mucho. Como las ventas han bajado, estoy todo el rato angustiada pensando si lo voy a sacar. Llevo muchos años echando currículos y siempre dije: 'Si me cogen en algún sitio, un sueldo fijo y me quito de problemas'. Que tengo puestas las sandalias en el escaparate, hace un frío de la leche y no compra nadie. Esa ha sido mi decisión, no quiero dolores de cabeza».

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Su hija vio el anuncio: Lupa necesitaba veinte personas para un nuevo supermercado en La Granja. Un correo electrónico, una vídeoentrevista y contratada. «No pensaba que nadie me cogería con esta edad, estoy orgullosísima. Me llamaron un viernes por la tarde y el lunes puse la liquidación», relata.

«Un oficio no se olvida, solo he tenido que coger soltura. Estoy todo el tiempo activa, en la pescadería es un constante de gente»

Carmen de Miguelsanz

Pescadera y dueña de una zapatería

El 4 de junio Marian volvió a ser Carmen. En cuanto empezó a partir congrio en La Lastrilla, demostró que seguía siendo pescadera pese al cuarto de siglo de ausencia. «Un oficio no se olvida, solo he tenido que coger soltura. Me gusta ese ambiente de equipo, no había tenido nunca compañeros de trabajo. Estoy todo el tiempo activa, en la pescadería es un constante de gente; aquí, no, la zapatería me resulta más aburrida».

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Si trabaja de mañana, abre la tienda por la tarde; y viceversa. Miguel, ya jubilado, se ocupa de la casa y echa un cable en el negocio. Así seguirán, prevé, hasta el otoño para sacar el género del pasado invierno, aunque si por ella fuera cerraría «cuanto antes, mejor». Una de esas chavalas entró hace poco: «Jobar, yo nunca te he comprado zapatos, pero siempre tenías un escaparate precioso», le dijo. Y ella respondió: «Es que con el escaparate precioso yo no como». Se llevó tres pares, al 50%. «He descubierto que la gente sí que me conoce y apreciaban mi calidad, han venido muchísimos desde la liquidación; pero no querían pagar lo que valían».

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