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Carmen García, natural de Navas de Oro, es auxiliar de enfermería en la residencia de mayores La Alameda, en Nava de la Asunción, pero ... también alberga una vocación literaria a la que se entrega con verdadero entusiasmo. De hecho, acaba de publicar su cuarta novela, 'Qué ocurre en la cocina mientras muero', fantasía erótica con tintes fáusticos cuya venta servirá para recaudar fondos en favor de la investigación de la covid-19. La publicación llega después de una cruda experiencia laboral que le ha permitido crecer como profesional sanitaria y como persona. «Tenía la novela escrita y enviada a la editorial. Pensaban lanzarla en septiembre, pero la crisis del coronavirus echó abajo los planes. Me olvidé de ella, mi trabajo en la residencia empezó a absorberlo todo y ha sido muy duro. El editor José Domingo Pardillos, con el que tengo amistad, me propuso editarla y destinar parte de la recaudación a la lucha contra este coronavirus que nos ha puesto la vida patas arriba. Lo hablamos hace cinco semanas y el libro está en la calle», cuenta Carmen.
Han sido semanas realmente duras en la residencia La Alameda, donde la enfermedad se ha llevado la vida de siete personas (dos de ellas confirmadas y el resto con síntomas compatibles), pero Carmen ha tenido que echar el resto. «Todos hemos vivido una situación para la que no había habido periodo de adaptación alguno. Estábamos bien y, de repente, todo se vino abajo. La primera impresión fue de incredulidad, pero cuando empezaron las medidas de aislamiento nos dimos cuenta de que iba en serio», añade.
Trabajar cubierto hasta arriba y extremando los cuidados no es sencillo. «Llevamos doble mascarilla, careta protectora, traje de plástico... No respiras bien porque tienes la boca y la nariz tapadas y el corazón te late más deprisa porque te falta oxígeno... Luego, tienes que estar pendiente de todo, de lo que tocas, de los guantes, de cambiarte, de lavarte, de desinfectarte», dice Carmen. Lo peor ha sido estar aislada, dentro y fuera de la residencia: «Mis hijos y mi marido se fueron a casa de mi padre y yo he estado sola todo este tiempo. Lo decidimos así por precaución».
Desde el punto de vista emocional, serán días difíciles de olvidar. «Trabajas con personas que son como tu familia, porque llevas años atendiéndolas. Y te las encuentras indefensas, perdidas, desmoralizadas. No pueden ver a sus familiares y en la televisión les están diciendo constantemente que son los mayores quienes más riesgos corren. Si entras en su habitación de noche, para cambiarlas de postura, se sobresaltan asustadas porque no saben quién eres, vas hasta arriba de capas y tienes que decirles que eres tú... Ha sido duro, y eso que, en mi residencia, a los mayores se les ha facilitado el contacto con sus familiares por videollamada prácticamente a diario. Ha habido casos de covid, pero no demasiados. Se ha actuado rápidamente y con mucha coordinación. Ahora estamos libres de ello. La experiencia es tremenda y estoy muy orgullosa del trabajo realizado. He visto a los compañeros trabajar con una vocación increíble. Se necesitaba cubrir turnos y siempre salían voluntarios, para lo que hiciera falta. Me quedo con el cariño con el que nos ayudamos a vestirnos unos a otros, con una vocación clara de proteger también a tu compañero, no solo a las personas a las que atiendes. En la parte humana esto también ha sido un aprendizaje. Todos hemos cambiado. Nos hemos hecho mayores en dos meses, hemos madurado muchísimo. Ahora ya empezamos a intuir una vuelta a la normalidad», relata la sanitaria peguera.
Esa confraternización entre compañeros es una de las cosas positivas que le deja semejante crisis, además de la solidaridad, la unión y la entrega de los vecinos de Navas de Oro, localidad con fama de albergar demasiadas rencillas políticas: «Los pegueros somos muy políticos, muy cañeros, pero el coronavirus ha borrado del mapa toda rivalidad. Los vecinos dejaron aparcadas sus diferencias para centrarse en la lucha contra la covid-19. La gente se ha unido, las amas de casa han hecho mascarillas, pantallas.... También se ha donado mucho dinero y se han comprado cantidades ingentes de material de protección. Siento orgullo por mi pueblo».
La novela está en la calle. Con una tirada modesta, pero en la calle. Y se está vendiendo. «Ya estamos pensando en hacer una segunda edición. Lo importante es que va a aportar su granito de arena. Yo no sé coser, no sé hacer mascarillas, pero sé escribir, y esta es mi aportación». De los 17 euros que cuesta el ejemplar, 13 irán destinados al Instituto de Investigación Sanitaria Aragón, un centro puntero en el combate contra la epidemia. «La protagonista de la novela sufre una enfermedad terminal, no puede moverse de la cama y oye ruidos que proceden de su cocina. Una noche recibe una visita...», avanza Carmen.
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