luis javier gonzález
Segovia
Lunes, 30 de abril 2018, 11:04
Cuando la madre de Eduardo Gómez dice que «tiene un par y bien puestos» no es de cara a la galería. Su hijo, de 27 años, mantuvo la sangre fría en un accidente terrible en el que perdió la pierna izquierda el pasado mes de junio y su fuerza de voluntad habla por sí sola. Tiene una prótesis desde noviembre, pero necesita una mejor. «A mí la mutua me puso hasta donde llegaba, pero necesito una buena que cuesta unos 40.000 euros. En lugar de comprarme un tractor, me compro una pierna. Esto es así», explica este agricultor vocacional.
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Eduardo quería ser agricultor «desde que tenía dientes». Con ocho años le gustaba estar en la explotación de secano que comparte con su tío y su padre en Olombrada, donde nació. Trabajan cebada, trigo, girasol y remolacha. Aquel fatídico día se trabó la cosechadora y no caía la cebada; cuando subió a repararlo, se resbaló. «Me trabó el pie y me iba llevando, es un sinfín. A lo mejor intento salir y me traga entero. No lo piensas y me fui como pude, ya sin pierna. Salí del tanque, me tiré a la cabina y le pedí a un hombre que estaba allí el cinto para hacerme un torniquete. De tanta fuerza que hice, lo partí y tuve que hacer un nudo».
Su calmada narración de un hecho tan angustioso resulta impactante. «Llamé a mi padre y a mi novia y estuve 40 minutos esperando a que llegara el 112 mientras el señor me tiraba agua por la cabeza para que no perdiera el conocimiento. Me llamaban dos o tres veces para preguntarme qué había pasado y yo pensando: '¡que vengáis ya, que no tengo pierna!'. Y perdía mucha sangre, aunque tuviera el torniquete. Notaba cosquilleo en los dedos de los pies que ya no tenía, pero no había dolor por la adrenalina. No perdí la consciencia hasta que me pusieron la mascarilla para operarme. Lo recuerdo todo, hasta el traslado en helicóptero. Solo me queda montar en globo», ríe.
No tenía ninguna formación en primeros auxilios. «Cuando haces el curso en el carné de camión estás tirándole gomitas al de al lado. Fue pura supervivencia». Pasó mes y medio en el Hospital Clínico de Valladolid y le pusieron una prótesis en noviembre que no le permite moverse como querría: «Se me carga el muslo y el encaje a veces se sale. Mi rodilla no es electrónica sino hidráulica, y al hacer yo la fuerza muchas veces se bloquea. Estaría fantástico que se moviera el pie, pero eso ya es lo de menos. Lo más difícil para mí es bajar las rampas y las escaleras [tiene en su casa] y las cuestas, que en el pueblo hay muchas».
Lo que más echa de menos son las motos. «De lo que era yo… Tener que modificarla para cogerla fue muy duro». Ahora tiene un coche automático y se limita a reposar a un lado la pierna izquierda, pero también conduce uno manual que apenas usa para visitar las tierras. «Lo que hacía con las dos, lo hago con una». Si por él fuera, trabajaría hoy mismo. Está pendiente de ponerse la nueva prótesis y ver hasta dónde puede llegar, pero tiene claro que quiere volver. «Mi tarea es mi tarea». Y si no, con el camión de la familia.
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La suya es una gran historia de superación para los vecinos del pueblo, aunque él no se considera diferente. «Están tan pendientes que a veces les digo: ¡Dejadme en paz un poco que me ponéis la cabeza como un bombo!».
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