![Participantes en la manifestación del 8-M en Segovia exhiben sus pancartas.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201903/08/media/cortadas/primera-09-03-tanarro-03-kS0B-U70858545171HlC-624x385@El%20Norte.jpg)
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Era difícil superar las cifras del año pasado. Las promotoras dudaban si iban a repetir el éxito rotundo e inesperado de la manifestación del Día de la Mujer de 2018, cuando el movimiento feminista detonó en las calles de forma multitudinaria. Pues bien, según los datos de la Policía Nacional, unas 11.000 personas han marchado este 8-M por la causa y en contra de una sociedad que consideran desigual, injusta y discriminatoria debido a un sistema dominado por el patriarcado y el capital.
En una ciudad de apenas 53.000 habitantes, uno de cada cinco secundó con sus pasos la marcha feminista. El espejo de la comparación del año pasado refleja dos mil manifestantes más. «Un éxito», decía tajante una de las portavoces de la plataforma del 8-M que dirigía la protesta, la cual se desarrolló sin incidencias. Solo hubo una excepción que confirmó la regla de la normalidad, pero que no logró romper la reivindicación ruidosa y festiva.
Fue cuando tres manifestantes pusieron con celo una pancarta en la fachada de la Comisaría de la Policía Nacional. En ella se leía 'Basta de violencia machista'. Unos agentes se acercaron educadamente a instarles a que la retiraran porque ese no era el lugar, sobre todo por la cercanía del monolito de homenaje a las víctimas que hay en la entrada del cuartel. Con el mismo talante las participantes en la marcha dialogaron con los policías. Al final, se acordó dejar la pancarta hasta que finalizara la manifestación. No fue a más. Y la protesta continuó su camino hacia el Azoguejo.
La marea de gente se había citado a las siete de la tarde en la plaza de José Zorrilla, lugar en el que se encuentra la Dirección Provincial de Educación. El jolgorio de las batucadas, el pitido de los silbatos y el despliegue de cartulinas y otros formatos con los más diversos lemas feministas se preparaban para iniciar el recorrido previsto bajo la vigilancia de las Policías Local y Nacional. Antes de partir con un cuarto de hora de retraso, el 8-M dejó una primera pancarta en la sede de Educación en la que exigía el machismo fuera de las aulas y una educación en igualdad.
Avanzó la marcha con lentitud, impulsada por el ruido de los tambores, de los silbatos y por las voces mayoritariamente femeninas y jóvenes que gritaban la colección de consignas preparadas y que fijaron sus dianas principales en el machismo y en la violencia sexista. Entre los eslóganes de las cartulinas caseras alzadas al cielo por miles de manifestantes, mensajes como 'Con o sin ropa, mi cuerpo no se toca'; 'No me silbes, no soy un perro', 'Quien te ama no te mata'; 'No somos fábricas de mano de obra barata'; 'Se lo debemos a todas las que no volvieron', 'La igualdad no es una opción, es un derecho', o 'Lo contrario al feminismo es la ignorancia'.
Tras algo más de hora y cuarto de recorrido, la manifestación ha desembocado en el Azoguejo, a los pies del Acueducto, donde se ha escuchado y jaleado el manifiesto de la convocatoria. Allí se ha desatado todavía más la celebración feminista, con música y cánticos.
«Nuestras calles, nuestros centros de trabajo, nuestras aulas; las discotecas, los medios de comunicación, los campos de nuestra provincia, las cocinas de los hogares, las fábricas, los bares y las guarderías; todo está atravesado por la desigualdad y la violencia. Hace siglos que señores muy ambiciosos y sin escrúpulos diseñan nuestras sociedades de manera que su acumulación de poder y dinero sea constante. Y eso solo puede ocurrir arrebatando a los demás su fuerza de trabajo, su tiempo, sus aspiraciones y el control de sus vidas», rezaba el alegato final del 8-M.
No se han olvidado de las mujeres más vulnerables, las que cuentan con menos recursos, las que más sufren la desigualdad. «Son las más violentadas», subraya el manifiesto. «Es la barrera de género y de clase la que complica su integración a estudios superiores para poder acceder a trabajos más cualificados, ensanchando la brecha salarial y haciendo del techo de cristal una capa infranqueable», lamentaban las promotoras de los actos de esta jornada.
Para ellas, es la prueba de «la feminización de la pobreza, donde la mayoría de estas mujeres desempeñan trabajos asfixiantes que no pueden rechazar para seguir sustentándose».
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