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Una de las imágenes que ilustran el libro y la autoria del mismo. El Norte
¿Por qué llevaban pintalabios los animales?

¿Por qué llevaban pintalabios los animales?

La obra póstuma de Ángeles García relata su Basardilla natal en los años 60 y 70 y narra cómo los pobres viajaban en el techo de los autobuses

Domingo, 28 de agosto 2022, 18:23

¿Saben por qué algunos cerdos o gallinas llevaban pintalabios? En el caso de los primeros, para asegurarse de que todos mamaban y evitar la ley del más fuerte por la que la marrana siempre alimentaba a los mismos y los más tímidos se quedaban por el camino. El pintalabios permitía diferenciar unos de otros. En el caso de las gallinas, que paseaban por el pueblo como cualquier vecino, servía de matrícula. 'Érase una vez un pueblo', la póstuma de la profesora Ángeles García Moreno, recoge la crónica de su Basardilla natal en los años 60 y 70 a través de unos cuentos en los que escoge la mirada de una niña para narrar con humor temas tan serios como la indigencia o la muerte.

Ángeles, docente en una docena de centros de Madrid y Segovia, escribió desde 2000 a 2013 en la revista Retama, editada por la asociación local El Guijo. Tras su fallecimiento en enero de 2021, su marido, Luis Bravo, recopiló los textos. Aunque todas las crónicas están basadas en Basardilla, podrían ambientar la realidad de cualquier lugar de la zona, ya sea Santo Domingo de Pirón o Brieva, de ahí que el título busque una mirada más amplia. Esa bisagra que marcó el principio la mecanización del campo y el fin del mundo rural clásico suponía un legado que la autora se empeñó en preservar, sobreponiéndose durante años a los efectos de una fibrosis.

El medio centenar de historias del libro eran las «tonterías» de la autora, que imprime el talento necesario para retratar la mirada de una niña. Así cuenta el drama que suponía para una familia perder una vaca, el luto por la muerte de un bebé o los nervios antes de una representación teatral. Otro aspecto que retrata fielmente la época es el lenguaje, con términos como indino (travieso o descarado), enjalbelgar (blanquear las paredes con cal o yeso), calducho (fiesta que organizan los estudiantes en el aula), morugo (huraño, esquivo) o gurrumías (tacaño). Todo un tesoro filológico. En la presentación del libro, que reunió en un modesto pueblo como Basardilla a cerca de un centenar de asistentes, hubo un pequeño examen con más de 40 términos. Todo un homenaje a la profesora.

Su marido recuerda las tardes en las que acompañaba a su mujer a investigar los orígenes del molino o a recabar testimonios de los mayores e ilustrar, por ejemplo, el dilema que supuso la ordeñadora para muchos ganaderos: «¿Cómo le vas a poner eso a una vaca?». En los relatos cita a vecinos como Faustino, Vicenta, Nicasio, Federico o Don Emilio, el médico, que son reales, aunque sus andanzas no ocurrieron como tales.

Una de las historias más apreciadas es la de Tranquilo, uno de tanto pobres itinerantes que recorrían los pueblos de España. Llegó a Basardilla en una boda, toda una suerte, pues se ganó la comida echando un cable a los pinches y fregando los cacharros. Dormía en la pobrera, el edificio que cada pueblo destinaba para alojar a los sin techo. Lo justo: cuatro paredes y un techo. Acabada la boda, volvía a Segovia en un día de tormenta, con chuzos de punta, y el autobús estaba lleno. El conductor le ofreció viajar en el techo, una especie de ataúd al que se accedía por una escalera y que le permitía ir refugiado de la lluvia. Estas comodidades eran el pan de cada día en la provincia. El conductor hizo otra parada en Torrecaballeros para dar cobijo a otros dos transeúntes, sin avisarles de que ya había un huésped en aquel lugar oscuro. Cuando el 'muerto' dio señales de vida, se armó el caos.

El mundo que la autora quería preservar es el de esas historias que se contaban junto al puchero, cuando no había siquiera televisión y los cinco sentidos estaban puestos en el narrador. Cuentos como el de la cabra montesina, ese animal que se comía a las niñas de una familia que estaba hilando a la puerta de su casa. La madre mandó a sus hijas una a una a por un ovillo y el animal las convirtió en su presa. Hasta que una hormiga se enfrentó a ella y logró rescatar con vida a las pequeñas. «Es uno de esos cuentos que se puede alargar lo que quieras», subraya Luis Bravo, que recuerda expresiones de la época como desatrampar el boquerón (quitar las hierbas de la toma de agua de la cacera), jugar al zagalero (una suerte de escondite) o las dificultades para pagar la luz. Las casas tenían el menor número posible de bombillas porque tarifaban por unidad. Incluso en un libro del pasado rural hay temas de máxima actualidad.

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