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berta jiménez
Segovia
Viernes, 26 de febrero 2021
Consuelo Iglesias se infectó de coronavirus el 11 de marzo de 2020, unos días antes de que España decretara el primer estado de alarma y con él llegara el confinamiento domiciliario. No le hicieron ningún test, porque en aquellos meses escaseaban las pruebas para diagnosticar la covid-19, pero la tos y la fiebre que tenía eran síntomas compatibles. Las siguientes semanas estuvo en su casa de Palazuelos de Eresma (Segovia) y asegura que lo pasó «muy mal». Pero lo peor llegó después: desde hace diez meses sufre un cansancio inusual que le impide seguir con su vida habitual y la covid-19 persistente se ha convertido en su acompañante diario.
De sus palabras se deduce que antes era una persona activa, inquieta. Hasta el año pasado tenía tres trabajos distintos: como auxiliar de geriatría, cuidando niños y en un hotel los fines de semana. Ella misma dice que «no paraba en casa». «Yo iba al gimnasio todos los días, paseaba con mi perra, salía todos los fines de semana…», relata. Ahora está de baja y su rutina ha cambiado completamente. Admite que desde por la mañana se siente «agotada» y que su cuerpo empieza a reaccionar a partir de las tres de la tarde: «Me levanto de la cama como si en vez de descansar hubiera estado pegándome con alguien». Y para ejemplificar su dificultad para respirar, explica: «Si voy por la calle y me llaman por teléfono, me tengo que parar».
Desde que en abril empezó a notar que se cansaba más de lo normal, Iglesias ha pasado por las manos de todo tipo de especialistas médicos. Lo que le han recetado siempre ha sido paciencia y tranquilidad, le decían que poco a poco se curaría. Sin embargo, cree que están «un poco perdidos» porque no saben cómo tratar la enfermedad y ella siente que nadie la entiende, ni siquiera su entorno más cercano. Su médico le insiste en que tiene que andar pero hay días que no lo logra: «Lo hago cuando mi cuerpo se levanta del sofá y puede obedecerme».
A pesar de ello, con el paso de los meses ha notado una mejoría y se fatiga menos, pero advierte que es una enfermedad «en la que avanzas, pero puedes volver para atrás muy rápidamente». De hecho, recuerda que en agosto del año pasado intentó incorporarse de nuevo al gimnasio pensando que estaba preparada, pero el resultado no fue el que esperaba: lo que había recuperado hasta entonces, lo perdió. «Llegué al médico sujetándome a las paredes, sin poder apenas caminar», rememora. Volvieron a concederle la baja, pero no por covid-19 persistente sino por enfermedad común: «No me la quisieron reconocer».
Un episodio parecido le ocurrió hace dos meses, cuando fue a ver a una amiga a su casa. El ascensor estaba roto y subió andando al sexto piso por las escaleras. Al llegar, vomitó. Su médico de cabecera le había confirmado que su salud había progresado y ella se notaba más fuerte, ya que había conseguido hacer algunos ejercicios en casa sin marearse, pero a partir de ahí su cuerpo «retrocedió». «Ese día caí en picado física y anímicamente. Fue casi como volver a empezar de cero», declara.
Lo peor de esta enfermedad es no entender lo que le pasa. Está yendo a un psicólogo especializado en covid-19 porque no asimila el giro que ha dado su vida: «Cuesta mucho aceptar esto». Dice que incluso ha llegado a sufrir picos de depresión graves y cuenta que una de las sensaciones que más le ha costado comprender es la de no querer hacer nada. Ni siquiera tiene ganas de hablar con sus amigas: «Me puedo sentar en un sofá y ver la vida pasar sin hacer nada. Pueden pasar horas y me parecen segundos. No sé cómo explicarlo».
Por si fuera poco, Iglesias cuenta con más síntomas fruto de la covid-19 persistente que sufre, muchos de ellos, según apunta, de origen neurológico. «Cuando unos síntomas se me iban, aparecían otros», dice. Ha experimentado mareos y vértigos y los dolores de cabeza han sido «constantes» hasta ahora, aunque siente que van remitiendo. Recientemente tuvo que tomar una medicación para controlar la orina. Como explica Iglesias, no son pérdidas sino que se trata de la llamada urgencia urinaria diagnosticada como una secuela de la covid-19, que provoca que el que la padece no pueda aguantarse las ganas de ir a baño. «Tu cuerpo te dice una cosa pero el cerebro no manda la orden de esperar», comenta Iglesias casi recuperada del todo. «Llegué a pensar que no se me iba a curar jamás. Fue terrorífico».
Además, aunque explica que siempre ha sido despistada, se está dando cuenta de que hay palabras que se le olvidan: «Me falta vocabulario. Por ejemplo, me preguntan qué estudia mi hijo y me quedo en blanco». Esta segoviana no es muy optimista ante el panorama actual (cree que «pasará mucho tiempo» hasta que la covid persistente se reconozca como enfermedad), pero no cesa en su empeño de recuperarse. Continuará con sus 10 minutos de ejercicio diarios en casa y seguirá luchando por que la comprendan. Casi un año después, la batalla no ha terminado.
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Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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