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La llegada de 'sin techo' extranjeros eleva un 20% la demanda del comedor socialLa directora del Comedor Social de Segovia, Fuencisla Benito, resume que el objetivo final es extinguirse de su recurso, dejar de ser necesarios, pero la realidad dista mucho del ideal. A falta de cerrar el ejercicio cuando venza diciembre, la estimación provisional es de un ... aumento en torno al 20% de usuarios respecto a los 113 del año pasado. Lo explica la venida de población extranjera en situación vulnerable que llega esperando una autopista a una vida mejor y acaba en la calle. Y que las familias cada vez van más justas: necesidades que van desde la comida a la lavandería o la ducha porque no pueden pagar la luz.
El comedor dio el año pasado 8.814 servicios –desayunos, comidas y cenas– entre una población dividida casi a partes iguales entre nacionales (58) y extranjeros (55), con clara prevalencia masculina (95) sobre la femenina (18). El trabajo de la directora no sólo consiste en llevar la gestión administrativa del centro, también la coordinación entre los distintos trabajadores sociales para confirmar usuarios y sus seguimientos individualizados. Es el único centro público de la región –el resto ha pasado a manos particulares, principalmente oenegés–, gestionado por la Gerencia de Servicios Sociales. Otras entidades funcionan con sistemas de ayuda como tarjetas para comprar en supermercados, pero el comedor existe porque hay perfiles que no son autónomos para gestionar su propia comida.
El comedor se coordina con distintas entidades como Cáritas, Cruz Roja, Salud Mental el Ayuntamiento de Segovia, los centros sociales de la Diputación, Cruz Roja o Salud Mental. «¿Perfiles? Todo lo que te puedas imaginar. Personas que se han arruinado, divorciadas, drogodependencias o los extranjeros que vienen a través de petición de asilo y se quedan en un limbo», enumera Benito. Venezuela, Colombia, Georgia o Ucrania son algunos de los países de origen. Eso se suma a unas economías domésticas «bastante más justas».
El requisito indispensable para todos es que un trabajador social integre el comedor en lo que se llama proyecto individualizado de inserción. Benito distingue entre situaciones agudas y crónicas, personas incapaces de mantener su alimentación e higiene diarias. Hay usuarios que llevan seis años y la persona más mayor en estos momentos tiene 68 años. Un ejemplo de agudo es el de un solicitante de asilo que desconoce el procedimiento. «Llega a la ciudad porque le ha llamado un compatriota y les dejan en la calle sin saber cómo hacer nada. Nos llegan así, de repente. Es un goteo constante, la afluencia es muy significativa». El doble filo de enviarles a Segovia, una ciudad sin albergue, pero turística, deriva en quedarse en la calle y sacar un sueldo de la beneficencia que exprimen grupos de dudosa legalidad o destinan ellos mismos al consumo de drogas.
«La red de servicios sociales en Segovia funciona, la coordinación es estupenda. Puedo asegurar que el 99% de las personas que ves en la calle están supervisadas por un trabajador social. Cosa distinta es que acepten la intervención. No se puede imponer un recurso si las personas no lo quieren». Por eso, la recomendación de Benito es no dar dinero. «Por muy duro que sea. Hay que derivar a servicios sociales, por favor». En parte, porque ese dinero pone en peligro a la población en general y a los distintos agentes que intervienen; por ejemplo, si alguien lo gasta en alcohol y llega borracho a la mesa.
El comedor reparte a sus usuarios en tres turnos entre las 13:00 y 14:30 horas –las familias con menores van en el último turno– para que cada uno tenga su mesa individualizada: hay 13. La pandemia –el servicio no dejó de abrir y el personal asumió contagios recurrentes– profundizó su protocolo de higiene: mesas que se desinfectan en cada uso, como los baños. Hay dos, con sus respectivas duchas, que se usan en turnos programados por la mañana. Unos requieren más tiempo –y ayuda– que otros, pues hay trastornos que implican incontinencia o consumos que inhabilitan a alguien hasta para desvestirse por sí mismo. Una tarea a la que el personal asiste con generosidad, siempre acompañado del trabajador social o de la policía. Casos graves –descalzos, que llegan con las babuchas del hospital porque han pedido el alta voluntaria o con heces en el cuerpo– que se tratan de urgencia, antes de sentarles en la mesa, Hay incluso ropa de emergencia; otra cosa es que acepten ponérsela.
El servicio cuenta con cinco empleados: cocinero, ayudante de cocina, dos empleadas de servicio y la directora. Una labor que va entre la respetuosidad más aséptica y la humanidad, máxime cuando hay niños. «Las normas son muy básicas». Acudir al desayuno es obligatorio para poder comer y el horario es amplio, entre 8:00 y 10:30 horas. «Si te levantas a la 1 de la tarde, es indicativo de alguna dificultad». La cena consiste en una bolsa con un bocadillo y pieza de fruta que los usuarios recogen cuando acaban de comer. La segunda regla es la higiene: por ejemplo, lavarse las manos nada más entrar. «Desde el covid, hemos mantenido casi todas las normas excepto la mascarilla». Y el respeto básico, pues hay casos con signos evidentes de haber consumido sustancias o comentarios racistas.
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Luis Javier González
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El personal verifica el uso correcto del servicio. «No podemos exigir a alguien que se coma todo el plato, pero si alguien no ha comido, nos aporta información. Desde enfermedad a depresión crónica, que esté hasta arriba de sustancias y no pueda ni comer o que no necesite el recurso». Se tienen en cuenta las alergias o cuadros como la diabetes –piden un informe médico que lo acredite– para evitar la picaresca. «Te dicen que son diabéticos, pero cuando ven un dulce, lo quieren». El criterio de salud impera, por eso no permiten repetir a una persona con obesidad mórbida. «Nos cuesta muchísimo que no se sientan ofendidos».
La higiene es el punto más conflictivo. «Hay gente que cuando han ido con otros compañeros han dicho que les hemos llamado guarros». El recordatorio de lavarse las manos en un lugar así es necesario. «No sabes de dónde vienen, están sentados en el suelo. Es una norma de higiene universal, deberíamos hacerlo todos. Pero cuando se lo dices para algunos es como si estuvieras insultando su intelecto». Unas barreras comunicativas que existen con la población latina: «Expresiones como regálame. Pero sobre todo son ellos los que no nos entienden. Nuestras expresiones son más directas y nuestro tono de voz más grave. Se pueden sentir ofendidos». El argumento de no venir a desayunar por no hacer un uso abusivo del servicio o la costumbre cultural, desde el concepto de almuerzo como comida principal a que no haya judías. En casos donde no hay ese puente, recurren a Google. «Son cosas tan urgentes que no encuentras a un traductor». El francés les sirve con subsaharianos o marroquís.
La bolsa de la cena es personal e intransferible. La de los fines de semana cubre las comidas desde la noche del viernes a la del domingo: tres cenas, dos desayunos y dos comidas. Son productos elaborados –conservas de pescado o legumbres– porque muchos están en la calle y no pueden confiar en la conservación de los alimentos. Hay bebés, aunque su comida se gestiona a través de otras ONG. Quizás ellos sí vean algún día ese local cerrado..
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