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Marcelino Marazuela, a nte los sacos almacenados llenos de lana esquilada. Antonio de Torre
¿Qué hacer con la lana que nadie quiere?

¿Qué hacer con la lana que nadie quiere?

Los ganaderos de Segovia se debaten entre regalar su trabajo y los inconvenientes de almacenarlo tras el cierre del mercado chino

Martes, 5 de noviembre 2024, 17:04

La dignidad por su trabajo, por tantas horas entre ovejas, hace que Marcelino Marazuela conserve diez toneladas de lana merino en su nave de Valverde del Majano. «Tengo la posibilidad de almacenarlo y ahí está. ¿Qué tengo que hacer con ello? No lo sé», se pregunta. Se niega a regalarlo, por principios, por el sudor de cada día. Mientras, Carlos García, con la misma factura física, no la quiere en su finca de Tabladillo. «Y casi hay que dar gracias de que se la lleven. Que luego produce mierda: ratas, insectos o ácaros. Mi padre salvaba el año con la lana, pero llevamos cuatro años que no sacamos ni para el esquileo», se queja este ganadero segoviano. Es el dilema que afrontan estos profesionales ante el cierre de China, su principal cliente.

Marcelino se levanta a las siete menos cuarto y pasa la mañana asistiendo a las ovejas, una tarea que en época paridera es agotadora, ayudando a los corderos que no saben mamar, echando forraje y cambiando el agua. Su móvil contabiliza la distancia que recorre: de sus veinte kilómetros diarios, siete los hace sin salir de la nave, antes de partir con el rebaño por la tarde, de cuatro a diez. Luego toca hacer camas o atender los partos de urgencia, una jornada que acaba casi de madrugada. «El pan nuestro de cada día», dice. Su récord está en 420 corderos nacidos en veinte días. «Era para volverse loco», apunta.

Pero este ganadero de Valverde está «quitando» las ovejas: de las más de mil que llegó a tener a unas cuatrocientas que mantiene. Pero no es tan sencillo, por más que se jubilara hace tres años y tenga ya 68. «Como ahora nadie quiere ovejas, hay que llevarlas al matadero, estén preñadas o tengan un año, y me negué a hacerlo porque las había criado. Aguantaré hasta que pueda y me dé salud».

«Mi padre salvaba el año con la lana, pero llevamos cuatro años que no sacamos ni para el esquileo»

Marcelino Marazuela

Ganadero

Su estrategia es no dejar reposición: todo lo que nace, una vez criado, va a matadero. Con todo, sigue sin dar respuesta a la pregunta que se hacía su padre hace medio siglo. Si cada vez hay menos ganado ovino, ¿por qué no se revaloriza lo que queda? «Cada vez hay menos y estamos peor».

Una tendencia extrapolable a su lana, que hace seis años vendía a 2,10 euros el kilo y pasó a los 0,60. Y él vende merino. La decisión de China ha cortado su principal cliente. «¿Por qué el Gobierno no se mueve para dar salida a todo el género que tenemos ahí acumulado?», se cuestiona Marcelino. Pero su lana sigue ahí esperando un uso. «Antes llegabas a un acuerdo, pero es que ahora ni preguntan», continúa. Porque los intermediarios no quieren tenerlo almacenado sin salida. Su padre lo vendía a un lavadero de Salamanca que lo destinaba a uso textil o aislante. Pero en un mercado con tanta prenda de bajo coste, el cliente no aprecia la lana, esos jerseys y calcetines a prueba de glaciaciones. No puede deshacerse de ella por responsabilidad ambiental y no quiere regalarlo. «Por lo menos, sacar algo para amortizar un poco el gasto que he tenido».

Porque un ganadero no tiene días libres. Le operaron del hombro derecho el 29 de noviembre a las 5 de la tarde; a las nueve de la mañana del día 30 le dieron el alta y media hora después estaba en la nave. Lo dice alguien que empezó en los años 80, mientras sus amigos se marchaban a Madrid o Segovia. «Esa vida no la quería y me miraban como un bicho raro. Esas cosas te duelen», reconoce.

Ćarlos García, ganadero segoviano. El Norte

Por su parte, Carlos García ordeñaba siete vacas al día con once años. «Me gustaba tanto lo que hacía mi padre que no estudiaba; cuando volvía del colegio, tenía que ir mi madre a por la cartera al banco de la plaza porque me la dejaba. Estaba deseando subir a los tractores», recuerda. El negocio familiar desechó después el porcino y se quedó con las ovejas. Ahora tiene 950 de raza castellana. Y su lana dio más de 3.000 euros hace siete u ocho años. «Se metieron los chinos por medio y estaba todo el mundo tan contento», afirma este ganadero.

Pero todo ha ido a peor, no tanto porque falten ingresos, sino por las horas que hay detrás. Y el ambiente está viciado porque no hay mano de obra. «Esta vida no la quiere nadie», comenta Carlos, que duerme cinco horas al día porque ya no tiene la ayuda de sus padres. «Hay que estar ahí porque es tu negocio y estás hecho polvo. Esto es esclavismo», incide sobre los sacrificios de la labor.

«Hay que estar ahí porque es tu negocio y estás hecho polvo. Esto es esclavismo»

Carlos García

Ganadero

Aunque es de los más jóvenes de la comarca, con 53 años, tiene una prótesis de cadera y sus hermanas le piden que deje las ovejas. Pero tiene el mismo vínculo emocional que Marcelino. «No puedo ver a una oveja que he criado yo subir en un camión al matadero, pero me tengo que hacer a ello».

La lana seguirá llegando porque a las ovejas hay que esquilarlas. El precio oscila según las razas; si afeitar a cada una cuesta 1,50, multipliquen por 1.000 y la factura es de 1.500 euros. Carlos ilustra el bajón de la demanda de lana en los últimos cuatro años. «Los dos primeros me lo han pagado a 0,20 el kilo y los dos últimos se lo he regalado a uno». «A los animales hay que tenerlos bien cuidados. Los que hemos tenido estos negocios toda la vida amamos nuestra profesión, pero hay gente que se mete en cadenas grandes y tienen ovejas por tenerlas, por subvenciones. Yo amo a mis animales», asevera.

«Sigo porque me gusta, aunque en unos años tenga otra prótesis en la rodilla porque he estado esclavo como un perro. Me encanta ir con ellas, llamar a la mansa con un cacho de pan. Y voy donde quiero. Amo todo eso, se lo he visto a hacer a mi padre», subraya Carlos. Aunque sobre lana.

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