La estatua de Juan Bravo. Antonio de Torre

La de Juan Bravo y el 'Ramoncín', otras estatuas rodeadas de polémica

La reacción contra el diablillo que se instalará en San Juan recuerda a lo ocurrido en el pasado con otras esculturas

Carlos Álvaro

Segovia

Viernes, 2 de noviembre 2018, 11:21

Polémicas como la que ha generado el demonio Segodeus, la escultura que el Ayuntamiento de Segovia instalará en breve en el pretil de la calle de San Juan, son de recia raigambre segoviana. En Segovia, rara es la estatua que no ha despertado el recelo de los vecinos, o de una parte de ellos, por unas causas u otras. La discordia que ha sembrado el anuncio municipal recuerda mucho a lo ocurrido en torno a la erección de la estatua del comunero Juan Bravo, allá por el año 1921, y del angelote de la plazuela del Corpus, hoy desaparecido, ya a finales del siglo pasado.

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Por la repercusión que ha tenido, la polémica en torno al diablillo que permitirá a los turistas conocer la leyenda del Acueducto y adentrarse en el barrio de los Caballeros es muy similar a la que generó la decisión municipal de ubicar la estatua de Juan Bravo en la plaza de las Sirenas, aunque ambas difieren en el fondo. Si el argumento contra el demonio Segodeus que esgrimen quienes siguen firmando en la plataforma change.org es muy pobre y posee una preocupante veta religiosa y fundamentalista, las razones que movieron a los intelectuales de 1921 a manifestarse contra la estatua de Juan Bravo, obra de Aniceto Marinas, hacían referencia a la protección del patrimonio y subrayaban la «profanación» que, a su juicio, suponía instalar una escultura moderna en la recoleta plaza de las Sirenas, uno de los rincones más hermosos de la vieja Segovia.

Quienes se opusieron al emplazamiento de la estatua de Juan Bravo dedicaron a la escultura los más sonoros epítetos, antes y después de su colocación. Ignacio Carral, por ejemplo, la llamó «maniquí» y «pelele de bronce» y señaló al propio Aniceto Marinas como máximo responsable del desaguisado estético para mayor gloria de su nombre. Otro joven intelectual de la época, el brillante Mariano Quintanilla, también lanzó furibundos ataques contra el artista y su obra.

Como la prensa local silenció la protesta, Carral y Quintanilla recurrieron a los periódicos de Madrid y lograron el apoyo explícito de Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Manuel Bartolomé Cossío, Juan de la Encina, Valentín de Zubiaurre, Azorín, Julio Romero de Torres, Rafael Lasso de la Vega e Ignacio Zuloaga. Casi nada. Artistas e intelectuales remitieron al Ayuntamiento una instancia para impedir la colocación de la estatua, pero cuando el escrito llegó al despacho del alcalde, Pascual Guajardo, la primera piedra del monumento estaba puesta. Había sido el rey Alfonso XIII el encargado de activar la polea en el punto previsto, la meseta inferior de la escalinata, junto a la iglesia de San Martín. Lo hizo el día 24 de abril de 1921, justo cuatrocientos años después de que la cabeza de Juan Bravo rodara por el suelo de Villalar. El Consistorio involucró a los ciudadanos en la conmemoración del IV Centenario de las Comunidades Castellanas y dispensó al monarca un caluroso recibimiento que tuvo eco en los diarios y semanarios nacionales. Al año siguiente, el 30 de junio de 1922, coincidiendo con el final de las Ferias y Fiestas de San Juan y San Pedro, la infanta Isabel, tía del rey, inauguró la escultura al comunero de Segovia en otro acto que nada tuvo que envidiar al del año anterior.

«Sensibilidad»

La estatua estaba instalada, pero la discordia seguía viva. Carral, para contrarrestar el ninguneo de la prensa local, decidió recoger en un opúsculo todas las acciones que los detractores del emplazamiento habían promovido para impedir la erección de la estatua. El resultado fue el folleto 'Juan Bravo en la plaza de las Sirenas. Una prensa, un escultor, una estatua y una plaza', publicado en 1922. «Claro que la cosa no es irremediable –escribió Carral–. Cuando una belleza artística se destruye por derrumbamiento, debe perderse toda esperanza de volverla a ver. Pero cuando la belleza de un conjunto se rompe por una 'belleza' más, fácilmente desmontable, todo es cuestión de tiempo, paciencia y afinación de la sensibilidad estética». Si Carral levantara la cabeza, vería que la estatua continúa en su lugar, casi cien años después. El asunto regresó a la actualidad en la década de los sesenta, cuando el Ayuntamiento estudió la posibilidad de trasladar a Juan Bravo con motivo de unas obras, pero la cuestión no pasó de ahí.

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El 'Ramoncín'

A finales del siglo XX, entre 1994 y 1999, hubo en la plazuela del Corpus una fuente adornada con la figura de un niño, realizada en bronce y apoyada en un plato de granito. El singular ornamento estuvo en el disparadero desde el principio. Su instalación, en pleno centro histórico, dio pie a la polémica y alimentó el sentido del humor de los segovianos, que inventaron un buen número de chistes y comentarios irónicos y bautizaron al niño como 'Ramoncín', en alusión al entonces alcalde de Segovia, Ramón Escobar. Por otra parte, el escaso acierto a la hora de fijar el chorro de agua, que siempre caía fuera del plato de la fuente y encharcaba buena parte de la Calle Real, fue objeto de no menos mofas y quejas.

En agosto de 1999, tras el cambio de alcalde, el Ayuntamiento retiró la fuente aprovechando los trabajos de reparación de una avería en la red de abastecimiento que desde hacía meses afectaba a la zona. La reparación obligaba a desmontar todos los elementos de la fuente, lo que movió al Consistorio a prescindir, de manera definitiva, del polémico angelote. A decir verdad, la plazuela ganó mucho sin él.

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Tampoco cayó en gracia el nazareno de bronce que la Junta de Cofradías de la Semana Santa Segoviana sufragó y consiguió instalar en el año 2007, en el inicio de la calle de San Agustín, con el fin de conmemorar el primer centenario de la Procesión de los Pasos. Su colocación no despertó quejas públicas, pero la escultura, obra del artista segoviano Gregorio Herrero, ha sido blanco de los actos vandálicos en numerosas ocasiones, la última el pasado año, cuando amaneció con un símbolo de la lucha feminista de gran tamaño pintado sobre la túnica del penitente.

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