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Acto de colocación de la primera piedra de la estatua de Juan Bravo en Segovia. FOTO PUBLICADA EN LA REVISTA 'MUNDO GRÁFICO'

Juan Bravo, cien años de una polémica

Intelectuales y artistas se opusieron al emplazamiento de la estatua del comunero en la plaza de las Sirenas de Segovia por razones estéticas, pero el rey presidió la colocación de la primera piedra el 24 de abril de 1921

Carlos Álvaro

Segovia

Domingo, 25 de abril 2021, 08:52

En bronce, la mirada al frente y una pierna ligeramente inclinada, Juan Bravo levanta la bandera de la libertad. Su postura es gallarda, altiva, pero los intelectuales de 1921 dedicaron a esta escultura denigrantes epítetos, antes y después de su colocación. Ignacio Carral la llamó «maniquí» y «pelele de bronce» y culpó a su autor, el escultor segoviano Aniceto Marinas, de ser el máximo responsable del desaguisado estético; Machado, Ortega y Gasset, Romero de Torres, Azorín o Ignacio Zuloaga enviaron una carta al Ayuntamiento que clamaba contra la «descomposición» y «profanación» de la plaza de las Sirenas. Marinas siempre se defendió asegurando que el monumento estaría en «perfecta armonía» con el entorno.

Ahora se cumplen cien años de todo aquello. La colocación de la primera piedra de la estatua de Juan Bravo fue el acontecimiento en torno al cual giró la conmemoración del cuarto Centenario de las Comunidades, que ha pasado a la pequeña historia de la ciudad empañada por la polémica que rodeó a la erección del monumento al caudillo comunero. Intelectuales y artistas golpearon fuerte, sobre todo en la prensa de Madrid, pero no pudieron impedir que el Ayuntamiento se saliera con la suya. Alfonso XIII fue el encargado de activar la polea en el punto elegido, la meseta inferior de la escalinata de la plaza. Lo hizo el 24 de abril de 1921, cuatrocientos años después de que la cabeza de Juan Bravo rodara en Villalar.

El Consistorio involucró aquel día a los ciudadanos en la efemérides y dispensó al monarca un caluroso recibimiento que tuvo eco en los diarios y semanarios nacionales. Don Alfonso llegó en su Hispano-Suiza junto al ministro de Instrucción Pública, Francisco Aparicio, y fue recibido en la Puerta de Madrid por las autoridades locales. Eran las doce del mediodía. La comitiva real se dirigió bajo palio a la Catedral, donde se ofició una misa; después, el soberano descendió a pie por la Calle Real hasta llegar a San Martín. La multitud lo aclamaba incesantemente. «¡Bien se conoce que estamos en Castilla!», exclamó el rey, agradecido por la acogida del pueblo segoviano. Alfonso XIII, que vestía uniforme de diario de capitán general de Artillería, tomó asiento en un pequeño trono y escuchó los discursos del alcalde y del ministro. Después, manipuló la polea para encajar el primer sillar del monumento a Juan Bravo en el mismo lugar del que previamente había sido retirada la fuente circular de los leones que hoy preside la plaza de San Martín. Terminada la ceremonia, presenció el desfile de los alumnos y fuerzas del Regimiento de Posición y se trasladó a la Diputación, en cuyo interior y en su honor se celebró un banquete de gala que preparó con esmero la cocina del hotel Comercio. La última parada antes de regresar a Madrid la hizo en el palacio episcopal para visitar la Exposición Diocesana de Arte Retrospectivo, ideada con motivo del IV Centenario de las Comunidades Castellanas.

El acontecimiento, tal y como pretendían el Ayuntamiento y el comité organizador, contó con la pompa suficiente como para que cundiera la satisfacción. Pero los intelectuales no callaron y siguieron con la campaña en contra de la ubicación de la escultura, a la que Marinas ya daba forma en su estudio madrileño. El artista concluyó la obra meses después, y el alcalde incluyó la inauguración del monumento en el programa de la Feria de San Juan de 1922. Se invitó nuevamente al rey y este excusó su ausencia enviando en su nombre a la infanta Isabel, La Chata. La fecha escogida fue el 30 de junio. Antes, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando había dado el visto bueno al emplazamiento.

La figura en bronce de Juan Bravo llegó a Segovia en la mañana del 27 de junio de 1922, transportada sobre la plataforma de un automóvil, y ese mismo día fue instalada sobre el basamento de piedra. La infanta inauguró la estatua, pero los detractores criticaron el acto con dureza. Ignacio Carral tachó la inauguración de «festejo de ferias» y se mostró esperanzado con una pronta retirada: «La cosa no es irremediable –escribió Carral en su folleto 'Juan Bravo en la plaza de las Sirenas' (1922)–. Cuando una belleza artística se destruye por derrumbamiento, debe perderse toda esperanza de volverla a ver. Pero cuando la belleza de un conjunto se rompe por otra más fácilmente desmontable, todo es cuestión de tiempo, paciencia y afinación de la sensibilidad estética». De momento, Juan Bravo sigue en su pedestal.

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