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l. j. g
Segovia
Jueves, 19 de septiembre 2019, 22:32
James Rhodes plantea una disyuntiva terrible. ¿Qué hacer con la obra de un artista virtuoso que, a su vez, es una persona horrible? El pianista inglés exhibe las curvas de una mente prodigiosa. Y, con todo, responsable. Porque en lugar de rehuir los abusos sexuales ... que marcaron su infancia, agradece cómo la música le ayuda a enfrentarlos. «Las víctimas tenemos el deber de hablar, no es valentía. Es incómodo y tengo muchas excusas para no hacerlo, pero ninguna razón. Es muy caro emocionalmente, pero vale la pena».
El pianista compartió conversación con Jesús Ruiz Mantilla y se disculpó por un español «asqueroso» que defendió con nota durante una hora en el teatro Juan Bravo. Tras un paseo por la Judería honrando su herencia, piropeó la ciudad, hizo gala de un listado infinito de tópicos en castellano y bromeó con su interlocutor, al que llamó 'Rechonchito'. Él le replicó cuando conjugó mal en inglés el verbo elegir y confundió estuviéramos con fuéramos: «Con el Brexit va a ser más jodido. Ni ser ni estar».
El inglés, de 44 años, valoró cómo su estancia en España ha mejorado su vida. «Londres es sucio, peligroso, racista, caro hasta el culo y te apuñalan si sonríes en el metro. Siento por primera vez en mi vida que tengo un hogar». Reconoció ver más a menudo el vaso medio vacío de lo que debería y aprendió un nuevo término –tocapelotas– para definirse. «Tengo días abominables, pero son menos. Me siento mucho mejor que hace tres o cuatro años».
Rhodes incidió en la educación para expandir el alcance de la música clásica. «Hay que empezar por las escuelas, la educación musical está en crisis, es un asco. Y necesitamos música clásica en todas partes; televisión o Netflix». Alguien con presencia en la Ser, Leit Motiv o el programa de Risto Mejide pone en valor sus cuatro minutos sin editar en prime time. «Necesitamos más de esto».
Con un tono humorístico, se definió como un «intruso» en la profesión porque no dio su primera clase hasta los 14 años y estuvo una década sin tocar. «Los pianistas me odian. Lo entiendo, soy un guiri en zapatillas y no tengo el entrenamiento que ellos tienen. Yo también estaría cabreado, me sentiría igual». Alguien que dice no estar «ni cerca» del mejor pianista en España llena auditorios. Tengo síndrome de impostor».
Habló de 'Playlist', el libro en el que ensalza el ejercicio de luto de Bach (perdió a su mujer y a diez hijos) el mérito de Beethoven por su sordera o la ingente producción de Mozart, con una media de seis álbumes al año desde que tenía cinco. «No creo que en Dios, pero no tengo otra explicación». Pese a su aprendizaje, descarta componer. «Tengo miedo, al lado de ellos sería una abominación».
También esgrimió el papel de la música en nuestras sociedades. «Hemos olvidado cómo escuchar y ahora lo necesitamos más que nunca». Y su utilidad personal. «Los conciertos en los que desaparezco son mis mejores. Realmente no quiero encontrarme a mí mismo, quiero escapar más que nunca».
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