Los comercios abren y cierran de manera continua. A veces no nos damos cuenta, pero esta circunstancia cotidiana también contribuye a cambiar la fisonomía de la ciudad y a acotar las distintas etapas de la pequeña historia local, del hilo narrativo de la vida que ... el devenir diario va tejiendo poco a poco y sin meter demasiado ruido. Sin embargo, de un tiempo a esta parte sí hay algo que el segoviano de a pie percibe con claridad: la irremediable extinción del comercio tradicional y la conversión de la Calle Real, la principal arteria comercial de Segovia, en una vía de franquicias y negocios desprovistos de personalidad y con nombres que igual suenan en Tokio que en Madrid.
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Dentro de unos días, el 30 de abril, Quintanilla (Cervantes, 11), la tienda de lencería más célebre de Segovia, cierra por jubilación de sus dueñas, Encarnita y Mercedes. Con ellas, con su manera de llevar el negocio, su simpatía y su profesionalidad, se van sesenta y ocho años de vida segoviana, sesenta y ocho años de trabajo, entrega, buen hacer y servicio a las segovianos. O mejor dicho, a las segovianas. «Mi padre, Antonio González, y su primo, Zoilo Quintanilla, abrieron el negocio en febrero de 1950. En el mismo local había funcionado anteriormente una mercería, Casa Santamaría, pero mi padre la convirtió en camisería. En 1964, la tienda dio un giro radical, pues pasamos lo de caballero a Nápoles, la otra tienda, y esto quedó solo para lencería femenina. Y nos especializamos en medias, corsés, etcétera. ¡Medias al peso! ¡Ocho medias cien pesetas!», recuerda Encarnita.
Los recuerdos se amontonan en la cabeza de estas hermanas que seguirán al pie del cañón hasta la misma hora de echar el cierre. «Nos vamos con la satisfacción del deber cumplido, como se dice. Hemos trabajado por el bien de Segovia, porque, en cierto modo, la hemos representado en un sinfín de congresos, reuniones, desfiles... Siempre hemos llevado con orgullo el nombre de Segovia», añade. Desde el mostrador de Cervantes, 11 han visto la vida pasar. Las anécdotas se cuentan por pares. En los sesenta, en pleno franquismo, Segovia era una ciudad gris y mojigata en la que un escaparate repleto de ropa interior femenina suscitaba recelos, según las hermanas González: «Nos llamaban de Acción Católica, del Seminario... ¡Pero, vamos a ver, si nosotros vivíamos de esto...! Más de una vez tuvimos que tapar el escaparate cuando pasaban por la Calle Real los seminaristas que estudiaban en el Seminario. Nos llamaban y... Recuerdo que en aquella época empezaron a venir unos sostenes que eran así como dos picos, y la gente, con mucha guasa, empezó a llamar a la tienda la Casa de los Picos».
Luego llegaron los desfiles, porque una de las novedades que Quintanilla introdujo en la ciudad fue la organización de desfiles de moda íntima. Tampoco era fácil, pues se requería el correspondiente permiso del Gobierno Civil. «El primero fue en Los Linajes, que acababa de abrir. Después celebramos muchos en La Floresta. Por ellos pasaron las modelos españolas más conocidas del momento y eran verdaderos acontecimientos sociales». «A finales de los setenta –sigue rememorando Encarna– llegó la revolución, el destape. Pero a nosotras nada de esto nos pilló de sorpresa porque con los desfiles... Sí recuerdo el momento en que irrumpió la tanga. ¡Madre mía! ¡Ha evolucionado todo tanto...!».
Encarnita mira por la ventana y en sus ojos se advierte un poso de tristeza. El comercio tradicional desaparece. No hay quien ponga freno a los nuevos tiempos. «Es una pena. Hay nuevas formas y nuevos conceptos de compra. Está Internet, pero Internet no crea puestos de trabajo y el pequeño comercio sí; están las franquicias, que trabajan de otra manera... Ante esto no se puede luchar porque está arrastrando todo». Es momento de recordar tantos y tantos negocios familiares contemporáneos que todavía permanecen en la memoria de quienes los conocieron: «Pañerías Herrero, Casa Fermín, Calderón, Tablada, la ferretería Hispano, Calzados Matías, La Ideal, El Sol, Novedades Bella, la sastrería Garzón, Perfumería Velasco, Casa Givaja... ¡Uf! ¡Me acuerdo de todos!».
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Quintanilla cierra, pero mientras Mercedes y Encarna estén podrá visitarse la roca sobre la que se apoya la casa, un vestigio geológico de ochenta millones de años, de la época en la que el mar lamía esta tierra. Las hermanas acaban de recibir una carta de la Sociedad Geológica de España en la que los geólogos de todo el país les agradecen «haber tenido la sensibilidad de conservar y dejar expuestos los afloramientos rocosos que sirven de fondo a su establecimiento», catalogados como lugar de interés geológico. «Esperemos que quien venga en el futuro tenga la sensibilidad suficiente como para reconocer lo que tenemos aquí», dicen con íntimo orgullo.
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