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Francisco Martín, junto a varios perros. El Norte
El infarto que pone en riesgo el futuro de Animalejos

Segovia

El infarto que pone en riesgo el futuro de Animalejos

El episodio cardíaco de Francisco Martín, el principal cuidador de la protectora, evidencia la precariedad de un refugio que vive de voluntarios

Lunes, 2 de septiembre 2024, 13:47

La precariedad de un refugio de animales es tal que un infarto de un cuidador puede poner en jaque el futuro de una protectora entera. Una función que muchos reivindican como pública es atendida por voluntarios sin sueldo como Francisco Martín, que se pasa once horas al día cuidando a los 60 perros que buscan hogar al auspicio de Animalejos. Pero el 12 de agosto sufrió un infarto que ha obligado a su esposa, Beatriz Touriñán, a hacer encaje de bolillos para mantener a sus huéspedes atendidos. La respuesta de sus adoptantes, una red de decenas de personas que se han sumado en la década que lleva la protectora segoviana en marcha, fue emocionante: la carretera llena de coches durante el fin de semana porque habían acudido a pasear a los animales o a limpiar sus chelines. «El apoyo ha sido brutal. Somos afortunados de que tanta gente nos aprecie, se nota en estos momentos».

Beatriz impidió que su marido acudiera aquel lunes a la protectora pese a que decía encontrarse bien. Traslado de urgencia a Valladolid para entrar en quirófano, dormir en la UCI, someterse a una segunda intervención el viernes y recibir el alta cuatro días después, con ganas de volver y de comer patatas fritas, uno de los alimentos vetados en su nueva dieta. Cuando el cardiólogo habló de una recuperación entre tres y seis meses, sus ojos abandonaron las órbitas. Luego añadió. «Con un mes y medio, si no hace esfuerzos…» Ella se agarró a ese escenario porque la continuidad de la protectora depende de cuántas semanas necesite el corazón de su marido.

Beatriz Touriñán, en el Refugio. El Norte

Fran es el fijo de la protectora. «Once años allí de lunes a domingo sin librar ni un solo día. Es el que controla a cada perro, los patios, si se llevan bien o mal», resume Beatriz, que trabaja en una clínica y pone el único sueldo que entra en casa. «Yo trabajo muchas más horas para que él pueda ir a la 'prote' y podamos mantener la familia, es así». Todo funciona porque hay una decena de voluntarios que asume diferentes tareas, desde la facturación a las redes sociales. «No hay dinero para contratar a nadie. Ojalá algún día podamos hacerlo más profesional, es como debería de ser». Lo dice alguien que tiene una segunda 'protectora' en casa: 25 perros.

Así que mientras esperaba que su marido saliera del quirófano, ella estaba improvisando cuadrantes, pidiendo favores a los voluntarios. Todo un reto porque muchos estaban de vacaciones. Cubrió lo que quedaba de mes y ha cogido de vacaciones la primera semana de septiembre. «No sé qué vamos a hacer después». Así se mantiene un ritmo ordinario de adopciones o castraciones. Pero la labor de Fran va más allá de los recursos humanos, como su maña para controlar a dos perras «que son unas cafres». Sin él, los voluntarios han improvisado un patio con cemento para ellas.

La ausencia de Fran ha sido la gota que ha colmado el vaso porque la protectora está hasta arriba en un verano terrible, demasiados perros han perdido su hogar. Así que anunciaron que ya no tenían espacio, que no aceptarán más cesiones, el eufemismo para un abandono comunicado en el que el propietario se deshace del animal con una razón de mayor o menor peso. «Ha sido un verano de mierda, hacía mucho que no estábamos así. Alergias que de repente aparecen en julio. Y nos han traído un montón de perros sin chip». Llega septiembre y octubre, los meses en los que habitualmente llegan más animales debido a la temporada de caza. Actualmente hay 60 perros –solo un chelín libre–, una decena de gatos y dos yeguas.

Necesidad de apoyos

Animalejos funciona por la relación con adoptantes que se han fidelizado y no solo han repetido, sino que se han convertido en voluntarios «de fiar». Esa red colapsó el móvil de Beatriz, que tuvo que borrar un sinfín de mensajes de WhatsApp sin leer. Solo en la última semana se han sumado siete nuevos socios para una lista de unos 200. Un trabajo de parches constantes, soluciones de emergencias. Porque algunas de esas cesiones no tienen siquiera excusa. «Tengo que dar mi husky», rezaba uno de los cinco mensajes del estilo que recibió el pasado lunes. «Cuéntame un poco la historia por lo menos, dime qué le pasa, qué te pasa. Pero si me encuentro un perro atropellado en la carretera le voy a acoger, ya haré hueco». Siempre hay espacio en casa de un voluntario o en casas de acogida, pero la protectora está el límite. «Si cogemos más, me va a desbordar, yo ahora mismo no puedo más».

Una de las labores del grupo es facilitar el regreso de Fran. «Que no se pegue las palizas que se metía antes». Empezar con «cosas pequeñitas» como sacar a los perros y limpiar. «Esta labor tendrían que hacerla las administraciones. Esta persona estaría de baja seis meses, habría un compañero que le podría suplir y punto pelota». Beatriz pone ejemplos de protectoras madrileñas «completamente profesionalizadas», algo que explica por las subvenciones municipales. Salvo la Protectora de Segovia, que tiene un convenio con el Ayuntamiento de la capital, el relato habla de precariedad. «El resto, seguimos igual, funcionando con el poder de la gente».

Por la cabeza de Beatriz pasan todos los escenarios, hasta pasar la gestión de la protectora a refugios de Madrid. «Me quito la deuda con el veterinario y te paso todo, los socios, padrinos… Y tú traes aquí un empleado. Si esto no se arreglara, con todo el dolor de mi corazón… porque aquí hemos sacrificado mucho». Lo ilustra una escena que no olvida, la de sus hijas, entonces con tres y cinco años, con un bigote de chocolate mientras cantaban 'Frozen' y su madre les pedía silencio para 'cazar' a un perro varado en Otero de Herreros. Uno de los 2.000 animales que han salvado en una década. «Seguiremos luchando». Una familia y su compromiso sin fin.

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