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Librada Ruiz 'Lily' se topa con el adoquín y los bolardos de la plaza Oriental. Antonio Tanarro
La incómoda rutina de los sordociegos en Segovia

La incómoda rutina de los sordociegos en Segovia

El adoquín y un sinfín de obstáculos marcan la rutina de un colectivo que necesita que la otra parte entienda su doble discapacidad para convivir

Domingo, 18 de diciembre 2022, 09:50

Hay una veintena de sordociegos en Segovia que viven la ciudad con su circunstancia. El bastón rojo y blanco no lo llevan porque sean del Atlético de Madrid, sino porque necesitan que la otra parte entienda su discapacidad. Porque no pueden hacerlo solos. No basta con una voz para avisar de un peligro; hay que tocarles. Que cualquier minucia supone un obstáculo a veces insalvable.

Librada Ruiz, alias 'Lily', dirige la delegación territorial de la Asociación de Sordociegos de España en Castilla y León. Una mujer que no se anda por las ramas: «¿Quieres entender lo que siente un sordociego cuando va por Segovia? Pues guíame». Ella elige mi brazo derecho porque oye mejor por ese lado y marca unas pequeñas directrices. La básica es parar ante cualquier obstáculo que se ponga detrás de mí. Guiar es, ante todo, un ejercicio de anticipación. Y la comitiva, con los tres protagonistas y sus intérpretes, sale de la plaza del Azoguejo.

La primera barrera es la altura de las cadenas que unen los bolardos que sirven de barrera para el Acueducto. Ana, la hermana de Lily, sufrió un problema similar en la entrada al supermercado. «Una vez el bastón pasó por debajo, pero yo no percibí la cadena y me di un golpetazo de bruces. Aquí no me ha pasado porque ya lo sé, pero si yo viniera a esta ciudad sin conocerla me podría pasar perfectamente». Cuanto más cerca esté la cadena del suelo, más fácil es que la detecte el bastón. La media altura es letal.

Siguiente obstáculo: el primer paso de peatones. El código de la sordoceguera es un bastón rojo (sordera) y blanco (ceguera), un identificativo para el resto. Y es crucial que la otra parte entienda el mensaje a la hora de cruzar. Ana recuerda un día en que un policía trató de detenerla: «¡Pare, pare, pare!» Pero como no lo oía, ella seguía avanzando hasta que alguien la detuvo. «Si conoce el bastón, avisan a una persona; si no, me dice que no pase, pero yo no lo puedo percibir. Un ciego lo oye y enseguida se queda quieto». Esto es aplicable a un sinfín de rutinas. «Si estoy tomando un café, me tienen que avisar que ha venido el camarero con alguien. Si no, a veces lo tiro porque no he sido consciente».

El bastón rojo y blanco sirve para identificar a las personas con problemas de audición y de visión

El ejemplo lo sirve Lily. No basta con quedarse a su altura, hay que tocar su hombro para informar: estoy ya aquí, podemos seguir. Subimos San Juan, los primeros estrechamientos, y llega otro problema: la ubicación de las señales de tráfico. Si las que están en medio son ya un problema, el obstáculo son las que debían estar pegadas a la pared, pero dejan un sobrante de espacio por donde se cuela el bastón. La primera aparece antes de llegar al colegio Concepcionistas. Detrás, se impacienta una mujer: «¡Sigan! ¡Paren! ¡Déjenme pasar!». Los bastones, por muy coloridos que sean, no sirven para crear empatía.

Lily tiene pánico a las escaleras. Ella tiene restos visuales y sostiene que este obstáculo es un problema mayor para gente como ella que para los ciegos totales porque este último grupo «se centra totalmente en los otros sentidos» mientras el que ve «quiere ver» y no puede.

Así llega uno de los cruces más complicados, junto a la sede de la Diputación y los juzgados. El intérprete saca la cabeza y confía en que el conductor circule con prudencia, pues el espacio es mínimo, máxime cuando pasa un autobús urbano. Los adoquines, la divisa que recorre el casco histórico, son otro reto para un colectivo con problemas de equilibrio. Todo lo que no sea una superficie uniforme supone un riesgo. Lily entiende lo utópico de quitar el adoquín en Segovia, pero defiende a su colectivo, aunque sea minoritario. «Seamos pocos o muchos, tenemos los mismos derechos».

Las escaleras, las señales de tráfico en aceras o las cadenas, algunos de los obstáculos a salvar

A Carmen García, la intérprete de Lily, le dijeron que se quedaría ciega; lejos de huir del problema, se enfrentó a él. «Tenía que adaptarme porque sabía que me iba a llegar». Por el derecho ya apenas ve, pero mantiene una agudeza plena. Así que se apuntó como voluntaria. Empezó su formación como guía y su aprendizaje en lengua de signos.

La tutela del intérprete es constante. Carmen paseaba un día con Lily, pero perdió una pieza de sus gafas. «La dejé en la plaza de San Martín y había un camión aparcado. Le dije, espera, que voy a bajar un momento a ver si lo encuentro. Ella, en su intención de apartarse, se comió el retrovisor. Pero yo tenía que haberla dejado en otro sitio; hay muchas pequeñas cosas que a veces no se te ocurren».

Lily asume los tropiezos, pero quiere ser independiente. «Hay que ayudar a que la persona sea autónoma y decida por sí misma». Ella se mueve sola por su entorno, pero cada vez encuentra más dificultades. Comprar es una de ellas. «Si tengo que ir al supermercado a buscar una cosa y la han cambiado de sitio, me vuelvo loca». Se encarga su marido. Al médico sí va sola, pues vive junto al ambulatorio de Santo Tomás, aunque alerta de las ramas sobrantes del edificio. «Yo voy con el bastón, pero se me pueden clavar en el ojo».

Paseo junto a un grupo de sordociegos por el centro de Segovia. Antonio Tanarro

El autobús no lo utiliza. Y hay zonas que conoce pero que evita por inseguridad. «¿Puedo entrar a una tienda sola? Sí. Pero cuando voy con la intérprete me doy cuenta de todo lo que me pierdo. Si voy a una carnicería, cojo número y hay tres vendedores, es muy difícil estar mirando todo el rato a ver quién termina». A veces sale de una tienda y no sabe qué dirección debe tomar. «Cada vez me cuesta más orientarme».

El paseo continúa por Doctor Laguna con un poste turístico con tres letreros vacíos: un obstáculo sin ninguna función. Llega Colón, otro estrechamiento. Ahí se plantea un dilema: cruzarse con otra persona. ¿Quién se aparta? ¿Cómo lo gestiona? Si se aparta hacia la pared, hay obstáculos; hacia la carretera, coches. «Cuando veo a alguien, quiero concienciar. No voy a meter el bastón entre las piernas a posta». Actos como ir más despacio o rozar sutilmente a la otra persona. Es un esfuerzo contante de tensión que un intérprete alivia.

Para Lily hay algo peor que subir escaleras: bajarlas. Lo compruebo en la calle Infanta Isabel. Paro, bajo el primer escalón y se sorprende por su altura. Parece que he pasado el periodo de prueba, así que uno de los intérpretes, el de Miguel Ángel, se va. La despedida es importante; debe ser evidente. En su caso, explica con lengua de signos que otra compañera le llevará hasta el autobús. Nació sordo y ha ido perdiendo vista con el paso de los años.

La Calle Real en horario de carga y descarga es una odisea. «Vienen los coches detrás de nosotros y no lo oímos». Lo mismo ocurre con algunos carteles que las tiendas sacan a mitad de calle, otro obstáculo. Como las vallas amarillas de las obras. Precisamente pasamos por un punto donde se escucha el trabajo de los obreros y Lily reconoce el sonido, pero no lo identifica, así que se lo traduzco. En una ocasión, una mujer le ayudó a apartarse de la avenida del Acueducto porque pasaba una ambulancia y ella no era consciente. En un primer momento, no quería ayuda para mantener su independencia, pero entendió que aceptar esa vulnerabilidad es clave para adaptarse. La sensibilización es para las dos partes.

Hace un sol espléndido en uno de los miradores destacados de la ciudad, la Canaleja, pero ella no puede disfrutarlo. «Con este sol… la luz cada vez me va peor. Voy perdiendo más vista, más campo, más agudeza, más luminosidad». ¿Tiene miedo a quedarse ciega? «No lo quiero pensar. ¿Para qué me voy a amargar antes de tiempo? Quiero vivir feliz, ojalá me quede así y no vaya a más».

El aislamiento del resto de la sociedad es uno de los riesgos para las personas sordociegas

Lily tuvo que superar una barrera social por sentirse rechazada en esas conversaciones con las amigas que no podía seguir, porque sus interlocutores deben hablar más despacio, no gritar y hacer un esfuerzo por vocalizar. Es importante conocer por qué lado oye mejor, dónde tiene el implante. Ante esa circunstancia, defender al colectivo fue su asidero. «Ser presidenta me ha permitido crecer como persona. Una persona que vive aislada tiene muchos más problemas».

Afrontamos la parte final de la ruta, rumbo a casa de Lily, un tramo por el que ya podría ir sola si fuera necesario. Se queja con cierto humor de su marido. «Nunca me avisa de los problemas». Cuando siente peligro, ella aprieta el brazo. Le gusta andar a ritmo alegre, así que cuando dice que hemos ido más despacio por respeto a mí, aceleramos. Llegamos a Santo Tomás, a una alcantarilla peligrosa y a un quiosco de prensa que esta vez no tiene los periódicos en el exterior, algo que agradece. «Todo lo que sea reducir el espacio de las aceras, que está muy de moda, es una puñeta», resume Carmen. El adoquín irregular que sirve de macetero a ciertos árboles es otro peligro. Ella se ha tropezado mucho, pero se levanta, en todos los aspectos.

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