Tras 36 años fumando, María José Plaza se subió al carro de una amiga que propuso dejarlo cuando cumpliera los sesenta. Concretamente, un día como el de hoy, el 4 de febrero de 2021. Tres años después, su vida ya no huele a tabaco, un ... hábito que hilaba su existencia, lo primero que hacía al levantarse y su último verbo antes de acostarse. Así que fueron juntas a uno de los cursos de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) en Segovia para dejarlo. «Lo de venir con una amiga siempre ayuda», reconoce.
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María José, que ahora tiene 58 años, empezó a fumar con unos 20. Amigos que fumaban, comprar a escondidas un par de cigarros sueltos en los quioscos. «Al principio no me gustaba, era la tontería de que parecías mayor, más interesante», recuerda aquellos primeros escarceos. Después, lo usaba como respuesta al estrés o cuando iba de copas con su pandilla. «Lo asociaba a un descanso», prosigue. Un hábito puntual –empezó solo los fines de semana– que se convirtió en constante. Terminó fumando religiosamente un paquete diario.
El rechazo no vino de un día para otro. «Llevaba tiempo pensándolo porque no me gustaba el olor, la dependencia que produce 'me quedo sin tabaco, tengo que salir a comprar' o dejártelo en casa. Y me sentía mal físicamente», comenta María José. Una sensación de cansancio generalizado y el brazo tendido de su amiga fueron suficientes para apuntarse al curso antitabaco. La admisión no es inmediata. Los psicólogos hacen entrevistas para valorar la motivación del paciente y si su momento vital es adecuado para asumir y enfrentarse a la odisea de romper con el vínculo, ya que no es recomendable añadir ese cambio anímico a otro en marcha como, por ejemplo, un luto familiar.
Aprendió los perjuicios del tabaco, el periodo de recuperación previsto y, sobre todo, las herramientas para dejar de asociar el hábito a emociones. «Si en el trabajo alguien me saca de quicio, cojo un cigarro y me voy; si quiero celebrar algo, me fumo un cigarro, y últimamente era, si aquí se puede fumar, fumo por si acaso luego no puedo hacerlo en otro sitio», cuenta esta segoviana. En este proceso, interiorizó trucos como controlar el ansia de encender un cigarro, que se acababa pasando sin necesidad de caer en la trampa. Dice que dura unos tres minutos. Para superarlo, buscaba otra actividad como preparar un té.
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María José Plaza
Exfumadora
Fueron dos meses de una reducción progresiva del consumo. «Primero te dicen que fumes todos los que quieras; que apuntes cuántos al día y en qué momentos», señala María José. En función de esas notas, la disminución es personalizada. Cuando empezó fumaba a todas horas. «Antes no fumaba hasta mediodía, pero llegó un momento en el que lo hacía nada más levantarme. Para fumarse 24 cigarrillos…». Su amiga lo dejó antes del día D porque le suponía más angustia tener solo dos cigarros que fumar que ninguno. «Tienes que estar pensando si te lo fumas ahora o luego vas a tener más ganas», añade. Ella dejaba los últimos para después de comer y antes de dormir.
Y por fin llegó el día sin humos. «Lo primero que haces es que desaparezca todo el tabaco de casa, porque si te entran esos tres minutos y lo ves ahí…», indica la segoviana, quien no lo recuerda como algo traumático. Engordó un poco, matiza sonriente; pero el desenlace de su relato es que mereció la pena. «Ahora no huelo mal a todas horas y me acuerdo poquísimo del tabaco; es bastante gustoso no tener que llevar un bolso más grande o necesitar ir a buscarlo a ciertas horas».
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Los espacios son un aliado o un enemigo en su desconexión. «Cuando cojo el tren pronto por la mañana, si huele a tabaco es horroroso», apunta la exfumadora. La metáfora del peor mosquito es el que no se ve. Prefiere ver al enemigo de frente que intuirlo. Por eso, una de las partes del curso de deshabituación es respetar la autonomía de los fumadores.
María José Plaza
Exfumadora
Ella, aparejadora, convivió con todo tipo de escenas. «Había obras en las que solo fumaba yo y luego otras en las que todos los demás fumaban; pero eso no me molestaba», explica. Pero sí pide cautela con los menores. «Si un niño ve que para celebrar algo hay que beber alcohol… Con el tabaco pasa lo mismo. Si fumas delante de él, transmites el hábito», argumenta María José. No tiene hijos, pero sus dos sobrinos, ambos adolescentes, le rompían los cigarros.
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Las dos amigas siguen sin fumar tres años después de aquel curso. «Nos engañaron tantísimo, nos vendieron una imagen en las películas… Era glamuroso», evocan aquellas vidas enganchadas al cigarro, al mismo tiempo que recuerdan las «cajetillas en las que décadas atrás aparecían niños pequeños y ahora salen encías destruidas». María José de los puntos de fumadores de los aeropuertos. «Es la cosa más asquerosa que te puedas imaginar, una cabina cerrada llena de humos, sin ventilación, todo rebosante de colillas». Ahora sería inconcebible que en un vuelo de 14 horas la gente fumase, apostilla. Ella asegura haberlo vivido. Más de tres décadas de tabaco dan para mucho.
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