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Trabajadores del CAS cuidan de un búho.

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Trabajadores del CAS cuidan de un búho. Antonio Tanarro

Un hospital para volver a volar

El 60% de los animales que ingresan vivos en el CRAS de Segovia se recuperan y son liberados con plenas facultades

Laura Lopez

Segovia

Lunes, 26 de julio 2021, 08:53

En las instalaciones del vivero 'Los Lavaderos' se encuentra el Centro de Recuperación de Animales Silvestres (CRAS) de Segovia, una especie de «hospital para aves», donde dos especialistas cuidan de centenares de animales al año que han sido heridas en su medio natural hasta que pueden volver a él. Miguel Ángel González y Francisco José Palacios evalúan el estado de los animales, les aplican el tratamiento correspondiente y los entrenan para que recuperen su fuerza física hasta que llega el día más esperado, el de la recompensa a todo su trabajo: La liberación del ave a su hábitat natural.

El CRAS de Segovia fue uno de los primeros que surgieron en España, en 1984 y el primero en Castilla y León. Ahora, en la comunidad hay otro en Valladolid y otro en Burgos. A lo largo del 2020, ingresaron en CRAS de Segovia 515 animales y 462 de ellos –un 90%- eran aves; un 9% mamíferos y un 1% anfibios. Las diez especies que más ingresaron en 2020 fueron el buitre leonado, la cigüeña blanca, el busardo ratonero, el vencejo común, el cernícalo vulgar, el avión común, el milano real, el autillo europeo y el milano negro.

La mayor parte de los animales que llegan al CRAS son llevados por agentes medioambientales porque, o bien lo han localizado ellos, o porque han recibido la llamada de un particular avisando de su hallazgo. En algunas ocasiones, son los propios ciudadanos los que transportan el animal hasta el centro, pero esto no es lo más recomendable. La época del año en la que más animales ingresan corresponde a los meses de junio, julio y agosto, porque es época de cría –se caen más pollos de sus nidos- y también porque hay más luz a lo largo del día y es más fácil la localización.

En la entrada del centro, hay una pequeña sala con una mesa y un ordenador: «Aquí empieza todo», explica uno de los dos auxiliares de veterinaria, Miguel Ángel González. «Realizamos el control administrativo del animal, con la recogida de datos como dónde se ha encontrado, en qué condiciones, la fecha… Esto será muy importante porque el fin último es liberarlo en el mismo medio natural en el que ha sido encontrado», explica. Después, en una sala que parece un quirófano se realiza la exploración del animal y las primeras curas.

La afección más común que presentan las aves que entran en el centro son traumatismos, sobre todo por colisión, electrocución y atropellos. El tipo de accidentes que sufren depende de la especie. Por ejemplo, el búho real, por ser un ave nocturna, es más propensa a sufrir enredos en las alambradas que se colocan para el ganado cuando están volando en medio de la oscuridad tras una presa. El milano real, por su tipo de alimentación, suele acercarse a las carreteras para comer restos de pequeños mamíferos que hay en la calzada, por lo que es más probable que sufran el alcance de vehículos.

Un autillo atendido en el CRAS de Segovia. Antonio Tanarro

Si el animal necesita una intervención quirúrgica, los técnicos del CRAS lo trasladan al de Valladolid para que sea tratado por un veterinario, o el sanitario puede trasladarse a Segovia también. Si no necesita operación, los auxiliares suelen realizar el tratamiento, que puede pasar por una inmovilización o la administración de medicamentos como antinflamatorios para quitar el dolor o antibióticos, para evitar infecciones en heridas abiertas.

Una vez diagnosticado, las aves suelen pasar a lo que los técnicos del CRAS denominan las UCIS. Se trata de pequeños receptáculos donde el animal apenas se puede mover: «Aquí están muy tranquilos y se puede hacer un control exhaustivo de su alimentación y la administración del medicamento, porque si están suelos y hay que darles de comer, por ejemplo, cada dos horas, estarían sometidos a mucho estrés, lo mejor en estos momentos es que no se muevan», explica Elena Hernández.

El 90% de los animales que llegan al CRAS son aves, el 9% mamíferos y un 1% anfibios

Por esta sala han pasado en la última semana un águila calzada, un busardo ratonero, un águila culebrera, dos cernícalos vulgares y cuatro crías de autillos. Las aves de menor edad son las que más trabajo dan porque hay que «embucharles», recreando la acción de una madre cuando mete el alimento en la boca de las crías. Los técnicos hacen lo propio con unas pinzas, cada dos o tres horas, lo que exige la presencia de al menos uno de ellos las veinticuatro horas del día: «Prácticamente vivimos aquí», comenta Miguel Ángel González, con más orgullo que lamento.

Recuperación

Cuando ya han evolucionado favorablemente, las aves pasan a las mudas, que son habitaciones más amplias, de unos cuatro metros cuadrados, donde tienen más capacidad de movimiento. Es lo equivalente a lo que en las personas supone pasar 'a planta' en un hospital. Sólo con abrir unos centímetros de una de las puertas, un azor comienza a revolotear, alterado por la presencia humana a la que no están nada acostumbrados. «Por eso no realizamos visitas», comenta González.

En la puerta de una de estas mudas cuelga un cartel que dice «Irrecuperables. Desde 2014». Se trata de aves que presentan lesiones que no les permiten vivir en naturaleza porque no sobrevivirían, por lo que permanecen en el CRAS. «Se utilizan para algunas actividades de educación ambiental y luego también tenemos algún buitre negro irrecuperable para apaciguar a los que llegan nuevos», explica Elena Hernández.

El último paso antes de la anhelada liberación de las aves es su paso por los voladeros. Se trata de recintos mucho más amplios, al aire libre y acotado por una red metálica, como una gran jaula. En estos lugares se realiza lo que sería la «rehabilitación» con fisioterapia para los humanos. Sobre todo, entrenan su vuelo, haciéndolas que se desplacen un poco cada día de un lado a otro del voladero.

Un águila, posado en la zona de los voladeros. Antonio Tanarro

Pueden compartir voladeros algunas especies diferentes, como por ejemplo lo vienen haciendo estas semanas un milano real y un aguilucho cenizo, pero no todas pueden convivir unas con otras y a veces ni siquiera dos ejemplares de la misma especie. «Los dos búhos reales que tenemos aquí están separados porque son más territoriales y, si estuvieran juntos, el adulto podría atacar al pequeño», explica Hernández.

El objetivo de esta fase es que las aves se musculen. «Como las personas, cuando llevan mucho tiempo ingresadas pierden musculatura y necesitan ponerse fuertes porque, cuando hacemos la liberación, es con todas las garantías. Como no hablan, no le puedes preguntar a un águila imperial '¿Qué tal te encuentras, te ves capaz de cazar?', pero si son aves cazadoras, no las soltamos hasta comprobar que pueden alimentarse por sí solas en la naturaleza», relata Hernández.

La liberación o recompensa final

El 60% de los animales que ingresan vivos en el CRAS de Segovia, se recuperan y son liberados, un momento que siempre es muy emocionante para sus trabajadores: «Es la recompensa por el trabajo bien hecho», comenta Miguel Ángel González. Pero no sólo para ellos. Algunas veces, los particulares que han encontrado los animales acaban acompañando el proceso hasta el mismo momento de la liberación, lo que es una buena manera de concienciar al público de la utilidad y el éxito del servicio que se realiza en el centro.

Fue el caso de un milano real que el pasado mes de junio fue liberado por el mismo vecino que lo había encontrado en Valleruela de Sepúlveda. «Él recogió el animal, se interesó porque llamó varias veces para ver cómo estaba y luego el agente medioambiental se puso en contacto con él y lo liberó», relata Miguel Ángel González.

«Hay particulares que se toman muchas molestias, entre comillas lo de molestias», explica Hernández. Son muchos los vecinos que, cuando encuentran un ave en medio del campo, avisan a los agentes medioambientales para que vayan a buscarlo y, en ocasiones, tienen que esperar hasta una hora cerca del animal para dar las correspondientes indicaciones, que no siempre son fáciles.

Esto ha llevado a cosechar más de una anécdota a lo largo de los años. «Hay una señora en Pinar Jardín (Marugán) que nos traía todos los años un pollo de cernícalo que se caía en su jardín y la señora venía en taxi hasta aquí», comenta Miguel Ángel González. Otra señora, de Zaragoza pero que tiene un hijo en la provincia, les llevó un milano real hace tres o cuatro años y, a día de hoy, sigue llamando al centro para felicitar las navidades a sus trabajadores: «Se preocupó por el animal y, una vez que el animal se ha liberado, se sigue preocupando por el CRAS y por nosotros, es ya una cosa personal», narra el especialista.

González asegura que en los últimos diez años ha notado «muchísimo» un aumento en la concienciación ciudadana respecto a la protección de estos animales salvajes. Ejemplo de ellos son los muchos casos de agricultores que, cuando están trabajando y encuentran, por ejemplo, un nido de aguilucho, paran la cosechadora y llaman al centro para que vayan a recogerlo: «Cada vez va a más, la gente está cada vez más concienciada», señala.

La jefa del servicio de Espacios Naturales y Especies Protegidas de la Junta de Castilla y León en Segovia, Elena Hernández, explica la importancia de esta protección de la biodiversidad de la siguiente forma: «Nadie discute que los bienes culturales hay que protegerlos. Y tú dices 'Bueno y ¿por qué hay que proteger la ermita de Zamarramala? ¿Pasaría algo si la quitáramos, se hundiría el mundo? Pues no, pero está claro que es un patrimonio cultural de todos los ciudadanos. Pues eso hay que llevarlo al tema natural, porque las especies es patrimonio natural de los espacios», reflexiona.

En la actualidad, de las especies protegidas que hay en la provincia, se encuentran en peligro de extinción el águila imperial y el milano real. Como vulnerables –consideradas a un paso de estar en peligro de extinción- están catalogadas el buitre negro, el alimoche, el aguilucho cenizo, la cigüeña negra, la alondra ricotí y el sisón. «Si aquí hacemos doscientas liberaciones al año de animales silvestres protegidas, que están en el listado de especies protegidas y que si no hubieran muerto, yo creo que es una labor importante», concluye Elena Hernández.

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