Los policías locales vigilan en la calle Bomberos que nadie penetre con el coche en el camino que conduce al camposanto. Antaño, los vehículos colapsaban esta calle que asciende al cerro del Ángel y convertían el acceso al cementerio en un pequeño caos. Las cosas ... han cambiado mucho porque los deudos prefieren escalonar las visitas, quizá para disfrutar de una mayor intimidad en sus rezos y meditaciones ante los sepulcros de sus seres queridos.
Publicidad
Es primero de noviembre y el Santo Ángel de la Guarda cobra vida. La tierra está húmeda porque ha llovido por la noche. Un paseo por las calles de tumbas, nichos y panteones, atestados de centros y ramos de flores frescas, recién cortadas, permite unos minutos para la añoranza de los ausentes. Hace sol y el movimiento del gentío entre los cipreses es incesante, pero reina el silencio y el respeto, el recogimiento y la oración.
El bullicio queda en la puerta, donde las floristas atienden sus puestos. Claveles, margaritas y crisantemos son los ejemplares preferidos. En el primer patio están las sepulturas más antiguas, algunas decimonónicas y monumentales, provistas de un aire dulcemente romántico que permite un melancólico salto temporal. La tumba del ceramista Daniel Zuloaga Boneta y sus hijos es una de las más visibles. Como la de la familia Cernuda Pedrazuela, con la impresionante talla de la Doliente salida del cincel del gran Barral. Y, por supuesto, el panteón de Ezequiel González, el sepulcro de Carlos de Lecea y las capillas de las grandes familias de la burguesía comercial que vio amanecer el siglo XX. No muy lejos, reposan los restos del científico Joaquín María de Castellarnau y Lleopart, de los periodistas Vicente Rubio Lorente y Vicente Fernández Berzal, y de los ilustres segovianos Mariano Quintanilla Romero y Manuel González Herrero. Sobre el mármol que cubre la fosa del escritor, poeta y maestro Tomás Calleja Guijarro, un epitafio reclama la atención del visitante: «Viví trabajando por Segovia y por España, y me marché perdonando a quien no quiso valorar mi esfuerzo».
En el segundo patio, hoy convertido en un inmenso mar de claveles, duermen el sueño eterno el bondadoso poeta José Rodao –de cuya presencia da fe una bella composición cerámica que Juan Zuloaga realizó por encargo de la Diputación– y el exquisito escritor Julián María Otero, autor de uno de los libros más hermosos y sugerentes que se han escrito sobre Segovia, el 'Itinerario sentimental'. Es preciso andar unos metros para poder visitar la sepultura de Agapito Marazuela Albornos, alma del folklore segoviano.
Publicidad
Noticia relacionada
Hay más tránsito en los patios aledaños, los nuevos, jalonados de cipreses y paredes de nichos refulgentes. Es el lugar donde flotan los recuerdos más recientes. No faltan otras tumbas ante las que detenerse, como las de Fernando Abril Martorell, ministro y confidente del presidente Suárez en los procelosos años de la Transición; del empresario Nicomedes García Gómez, fundador del Anís Castellana y el Whisky Dyc; de los mesoneros Cándido López y Dionisio Duque, que tanto hicieron por la promoción turística de Segovia, o del irreverente escultor José María García Moro. El paseo concluye en la otra gran puerta del camposanto, la que está situada junto a la antigua vivienda de los guardeses. Ha pasado una hora. Una hora para la nostalgia.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.