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Dice el concejal de Turismo del Ayuntamiento de Segovia, Miguel Merino, que el tren turístico que ya recorre las calles de la ciudad es un «servicio altamente demandado por los visitantes de perfil familiar, uno de los más importantes para el destino». Y puede que tenga razón. El primer trenecito de estas características que circuló por el adoquinado del casco antiguo, hace ahora veintitrés años, también se convirtió en todo un reclamo. Los turistas formaban largas colas, especialmente en verano, para poder disfrutar de un recorrido que les permitía conocer la ciudad de otra manera, y gentes de todas las edades, tanto españolas como extranjeras, llenaban a diario sus vagones. Ahora, mirando el actual convoy, es fácil acordarse de la polémica municipal que siempre rodeó a aquel desdichado trenecillo que prestó servicio entre el 2 de agosto de 1998 y el 1 de octubre de 1999. Los críticos lo tildaron de «antiestético» y los vecinos solían quejarse muy a menudo de que su lentitud ralentizaba el tráfico, especialmente en la calle San Juan, tan empinada. El cambio de alcalde lo dejó visto para sentencia. José Antonio López Arranz apenas tardó tres meses en ordenar a la Policía Local que suspendiera el servicio.
El Chiquitrén, que así se llamaba, hizo correr ríos de tinta. Nacido en los estertores del último mandato de Ramón Escobar (PP), no fue iniciativa municipal, sino del Patronato Provincial de Turismo (Protur), organismo dependiente de la Diputación en el que participaba el Ayuntamiento. El objetivo era llegar a «todos aquellos que no cuentan con mucho tiempo para ver Segovia», en palabras de Sofía Collazo, a la sazón gerente de Protur. El recorrido partía de la plaza Oriental, ascendía por la calle San Juan, cruzaba la Plaza Mayor y se dirigía hacia el Alcázar para posteriormente cruzar el Arco del Socorro, bajar por la Cuesta de los Hoyos y llegar de nuevo a la plaza Oriental a través del paseo de Santo Domingo.
El éxito fue inmediato. Durante las primeras semanas, alrededor de 250 personas al día se subían a lomos del Chiquitrén, cifra que aumentaba considerablemente los fines de semana. Los niños disfrutaban de lo lindo y los mayores admiraban los atractivos del patrimonio artístico segoviano. Sin embargo, no tardaron en vislumbrarse las molestias que el tren ocasionaba. En el Ayuntamiento, el PSOE –entonces en la oposición– fue el primero en poner el grito en el cielo y pedir nuevos horarios y recorridos, pues consideraba que los establecidos agravaban «en grado sumo» los problemas de movilidad que ya tenía la ciudad. La velocidad del trenecito no superaba los 20 kilómetros por hora y toparse con él en la calle de San Juan o la Cuesta de los Hoyos era insufrible. La situación empeoraba en las horas punta: los autobuses urbanos no podían circular detrás del convoy en algunos tramos. Los socialistas reconocían, no obstante, los beneficios turísticos del «bicho».
«No me parece mala idea para los turistas. Seguro que se lo pasan muy bien. Pero para quienes vivimos aquí es un horror. Causa unos atascos tremendos y el día que vaya delante de una ambulancia o un camión de los bomberos va a ocurrir una desgracia», opinaba un lector en las páginas de El Norte de Castilla el 3 de noviembre de 1998. Días después, el Ayuntamiento, a propuesta del PSOE, anunciaba que sometería a estudio el «antiestético» diseño del Chiquitrén y el itinerario. Izquierda Unida, directamente, cuestionó que el tren cruzara el casco histórico, «un recinto para recorrer a pie».
Las elecciones municipales de junio de 1999 dictaron sentencia. El Partido Popular perdió la mayoría absoluta y, en un giro político inesperado, acabó entregando la Alcaldía a José Antonio López Arranz, cuyo partido, Unión Centrista, solo había logrado dos concejales. El 1 de septiembre de aquel año, el nuevo alcalde anunciaba la suspensión del servicio porque se habían detectado irregularidades en su contratación. Para entonces, el trenecillo ya era objeto de las más diversas burlas por parte de la ciudadanía. Entre los calificativos más suaves, «cursi» o «cutre». El Norte desveló que un decreto de Alcaldía avalaba la concesión, pero el regidor se mantuvo en sus trece. Para López Arranz, el decreto no revestía suficiente entidad jurídica para considerar legalizada la concesión, y el 1 de octubre de 1999 el tren dejó de chiflar. Curiosamente, hubo quien protestó ante la medida: «Se invocan los monumentales atascos que provoca el Chiquitrén. Pero, vamos a ver, ¿cuánto se tarda en cruzar la ciudad de un extremo a otro. ¿Diez minutos? ¿Es Segovia como Londres o París?», se lamentaba un lector.
No parece que el hijo del Chiquitrén cause tantas molestias. Su recorrido se ciñe a las calles aledañas a la Plaza Mayor y dejará de funcionar después de Navidad, el 10 de enero.
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