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El sol de junio empieza a apretar. Es viernes por la mañana y las calles de Fuentidueña respiran cotidianidad. El alcalde, Fernando Pérez, aguarda en la parte alta de la población, junto a las ruinas de la iglesia de San Martín, uno de los símbolos del expolio del patrimonio cultural español. Hace pocos días, la asociación Hispania Nostra abrió en su página web una campaña de micromecenazgo que busca conseguir los fondos necesarios para organizar en la villa segoviana la exposición sobre el desmontaje y traslado a Estados Unidos del ábside románico de San Martín que con tanto éxito acogió hace dos años el Instituto Cervantes de Nueva York.
«Yo era un niño cuando desmontaron el ábside y se lo llevaron», cuenta el regidor mientras abre la puerta de la iglesia, cuyo interior acoge uno de los dos cementerios de la localidad. El lugar, un camposanto con tumbas recientes y otras anteriores al expolio, suscita en el ánimo una profunda tristeza. «Veníamos al salir de la escuela y los obreros estaban en plena faena, desmontando las piezas. Aquí, en este mismo sitio, estaba la caseta donde guardaban las herramientas. Recuerdo perfectamente cómo embalaban las piedras en las cajas y las subían a los camiones que habían de trasladarlas al puerto de Bilbao... Hubo personas del pueblo que colaboraron en el desmontaje, pero ya no viven. El último, Salvador Carretero, murió hace poco... No sirve lamentarse. Aquello se vendió y es irrecuperable. Ojalá pudiera volver, pero es imposible», piensa el alcalde, en voz alta.
Lo ocurrido con el ábside románico de San Martín de Fuentidueña todavía duele. El 12 de julio de 1957, el Consejo de Ministros presidido por el general Franco autorizaba su cesión «temporal indefinida» a Estados Unidos, a cambio de la devolución de seis de las pinturas murales de San Baudelio de Berlanga (Soria), vendidas a los norteamericanos años atrás. Con el consentimiento de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes –también hubo honrosas oposiciones– y el apoyo decidido del entonces director del Museo del Prado, Francisco Javier Sánchez Cantón, y del patriarca de la historia del arte español Manuel Gómez Moreno, numerosos operarios acudieron a Fuentidueña, numeraron, desmembraron, embalaron y trasladaron las piedras, una a una, al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, sección The Cloister (Los Claustros), donde trabajaba una hija de Gómez Moreno, Carmen, que supervisó y dirigió el desmontaje junto a su anciano padre. La operación se ejecutó entre finales de 1957 y principios de 1958. Las piedras fueron transportadas en camiones al puerto de Bilbao y trasladadas desde allí, en barco, a Nueva York, donde la cabecera de la iglesia fue reconstruida durante los años posteriores, añadiéndole unas pinturas y adornos que nunca tuvo.
«El interés norteamericano por el ábside de San Martín es anterior a la Guerra Civil española, pero se retoma en la década de 1950, cuando, a raíz de la intermediación de una serie de personas, la pieza entra en un proyecto de venta o subasta. En este caso se trataba de venderlo, pero no a cualquier precio, sino a cambio de recuperar las pinturas de San Baudelio de Berlanga. Se buscaba el trueque. Institucionalmente, era una operación que no podía hacerse, pero se hizo. Las leyes de protección del patrimonio, vigentes desde 1933, prohibían algo así, pero, como siempre quedan sueltos algunos flecos, el Estado vendió el ábside con contrato y todo», explica Alejandro Barceló, doctor en Historia del Arte y profesor de Patrimonio Cultural del ESERP. «En el proceso no participó cualquiera, porque en España lo dirigieron personas muy significativas, entre ellas Gómez Moreno y su hija, dos personalidades en el mundo del arte en aquel momento. Pero se hizo un trabajo excepcional, posiblemente único hasta ese momento, un trabajo de desmontaje, despiece, numeración, control y traslado en barco hasta Nueva York», añade el historiador. Eran 3.300 piedras, 284 toneladas, repartidas en cientos de cajas de resistente madera fabricadas a pie de obra. Una vez en tierras americanas, la reconstrucción concluyó en 1960 en el interior del Metropolitan, junto al río Hudson, donde también había claustros monacales franceses y otros elementos artísticos y arquitectónicos que, juntos, conformaban la réplica de un monasterio medieval.
Las pinturas de San Baudelio de Berlanga regresaron a España y Fuentidueña recibió dinero para poder restaurar la iglesia de San Miguel, que amenazaba ruina, pero la herida sigue, en cierto modo, abierta. «Duele, todavía duele –apunta el alcalde, que muestra el espacio que en su día ocupara el ábside–. Eran otros tiempos y el patrimonio no se valoraba lo que ahora. El Ayuntamiento tampoco tuvo la culpa. Era algo que venía del mismísimo Consejo de Ministros. Sería fantástico que la exposición pudiera verse en Fuentidueña».
Barceló, que acaba de incorporarse a la visita, aboga por mirar al futuro con optimismo. «Las heridas se producen en su momento, pero acaban cicatrizando. Hoy nos sigue doliendo que el ábside esté allí, es cierto, pero, con una mentalidad del siglo XXI, debemos verle el lado positivo. Tenemos un gran potencial, cuyo objetivo es poder internacionalizar un patrimonio y conseguir que haya una reconversión sectorial en un municipio muy castigado por la despoblación, como todos los de Castilla y León. Hay una vertiente turística que el Ayuntamiento debe saber proyectar. ¿Una exposición? Perfecto, que venga, pero igual tendríamos que plantearlo al revés: organizar una exposición sobre Fuentidueña y mandarla allí, a Estados Unidos. Hay que saber construir», propone.
En su web, Hispania Nostra pide la aportación económica para conseguir que la exposición 'Patrimonio arquitectónico español en Estados Unidos. El caso de San Martín de Fuentidueña' recale en la villa segoviana. Se necesitan 10.000 euros y hasta ahora se han aportado 345. «Queremos dar a conocer este caso único y excepcional del patrimonio cultural español –un patrimonio que fue, literalmente, exportado–, crear un debate sobre los traslados de patrimonio que tanto han perjudicado a la riqueza cultural de nuestro país y contribuir, a través de su historia y de su arte, al desarrollo y dinamización de la villa de Fuentidueña y de la Comunidad de Villa y Tierra de la que forma parte», señala la asociación en un vídeo que muestra imágenes del desmontaje del ábside.
La exposición, realizada y comisariada por los investigadores de la Universitat Politècnica de València Luis Cortés Meseguer, Julián Esteban Chapapría y Rafael Marín Sánchez, junto a Jorge Otero-Pailos (Universidad de Columbia, Estados Unidos), reproduce el ábside en una maqueta y muestra abundante material visual, que incluye planos, imágenes y un vídeo sobre el proceso de desmontaje, también dirigido y supervisado por el arquitecto Alejandro Ferrant Vázquez. Según Cortés Meseguer, investigador del Departamento de Construcciones Arquitectónicas, no existen estudios sobre la idoneidad de los traslados de este tipo de obras, por lo que se pretende «generar una crítica arquitectónica. Por ejemplo, al tratar una obra de arte, ¿estamos no respetándola o recuperando patrimonio?». La exposición pretende asimismo «abrir un debate sobre las reconstrucciones arquitectónicas y los traslados de monumentos», pues la situación del ábside de Fuentidueña, enclavado en uno de los museos más prestigiosos del mundo, contrasta claramente con los restos de la iglesia, si bien el Ayuntamiento de Fuentidueña tiene excelentemente cuidada la zona.
Las ruinas están situadas en la parte alta de Fuentidueña, frente a la puerta sur del recinto amurallado. El ábside circular servía de cabecera para la única nave del templo y tenía –o tiene, porque sigue existiendo– cuatro medias columnas con sus correspondientes capiteles y una sucesión de canecillos historiados que sustentan la cornisa. Además de los tres ventanales con tragaluz, también posee en los tramos rectos dos ventanas ajimezadas ciegas, cuyo apuntamiento sitúan la iglesia en la segunda mitad del siglo XII. Los historiadores la fechan alrededor del año 1140 (se dice que el rey Alfonso VIII de Castilla celebró en ella la fiesta de San Martín, el 11 de noviembre de 1174, acompañado de su esposa, del obispo, del abad de Retuerta y de otras personalidades de la época) y la consideran como un foco de irradiación del estilo románico hacia el sur de la provincia. «Está situada sobre una antigua necrópolis de entre los siglos V o VI después de Cristo. Se sabe que el templo tuvo problemas estructurales desde el principio y que ya en la época de Alfonso XI [siglo XIV] amenazaba ruina. El ábside era la parte mejor conservada, debido a la calidad de la piedra y de la fábrica», explica Alejandro Barceló.
La maleza se abre paso entre las tumbas y el zumbido de las moscas rasga el silencio. La pila bautismal del templo, vuelta del revés, sirve como peana para la cruz de la sepultura de un párroco. El ábside hay que imaginárselo, pero no es difícil hacerlo. Las cicatrices son perfectamente visibles y dan la medida de lo ocurrido. Del expolio.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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