Las escuelas infantiles, donde los niños entrenan habilidades básicas hasta los tres años, se resintieron con la pandemia, al igual que ocurrió tras la crisis de 2008. Al tratarse de un periodo educativo no obligatorio, el miedo a los contagios llevaron a los padres a ... prescindir de este servicio con el fin de no poner en riesgo a los niños ni a sus familias. La crisis económica que ha seguido a la irrupción de la sanitaria, con muchas personas en ERTE o en el paro, también ha contribuido a que los progenitores se lo piensen dos veces antes de inscribir a su hijo en una de estas escuelas.
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Sin embargo, para este curso, la mayoría de los centros tienen unas expectativas un poco mejores, debido sobre todo al índice de personas vacunadas, que ha aplacado el miedo a los contagios por coronavirus. Lo que sí seguirá este curso en las aulas es la precaución, con las medidas de seguridad establecidas, que han sido incorporadas por las educadoras en la propia rutina y aprendizaje de los niños y les ha permitido reinventarse, al tener que pensar en nuevas actividades compatibles con esta nueva forma de vivir.
En la escuela infantil Patucos, en La Albuera, el curso pasado descendió el número de alumnos porque bajaron los ratios por seguridad ante la covid, explica su directora, Laura Prieto. En este centro, que cumple quince años en funcionamiento, pasó de haber unos 45 alumnos a acudir entre 25 y 30 y también percibieron cierta falta de demanda. «Los padres dejaban mucho a los niños con los abuelos, y sobre todo no querían mezclar núcleos; a veces compaginaban dejarlos aquí y luego por la tarde con los abuelos, y ahora ya no quieren hacer eso», comenta la educadora. Ante el curso que comienza en unas semanas, tanto ella como su socia, Estela Pinillos, tienen buenas sensaciones: «Vamos bastante bien, de hecho se ha movido bastante, se nota que se está vacunando mucho y se han animado más», comenta Prieto, quien ha declarado que para este próximo curso aumentarán la ratio con algunas plazas más.
En la escuela Parchís, ubicada en el Cristo del Mercado, el curso pasado comenzó «muy flojo», tal y como relata su directora, Raquel Senovilla: «Había miedo al contagio y también mucha inestabilidad laboral de los padres, muchos seguían en ERTE o sin trabajo y en Segovia hay mucha gente que combina guardería con abuelos. El curso pasado muchos prefirieron combinar ambas cosas», dice la educadora. Sin embargo, a lo largo del curso sí llegaron a completar las plazas hasta niveles muy parecidos a épocas de normalidad. A partir de septiembre, confía en que las familias se animen más en el último momento: «Igual que en Madrid la gente busca escuela con muchísima antelación, en Segovia siempre se espera a última hora», explica la directora.
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En la escuela infantil Pitufos, en Nueva Segovia, el año pasado tampoco llegaron al máximo de su capacidad como sí ha ocurrido otros años, con hasta 200 niños inscritos. Su directora educativa, Patricia Bragado, lo achaca a los mismos factores. «No hay una causa en concreto, hay familias que empezaron con nosotros antes de la pandemia, los sacaron y no han vuelto a venir porque se han organizado con los familiares y, por precaución, han preferido no venir. Otros, por temas económicos, porque no han podido pagar la mensualidad, porque los han podido dejar con los abuelos, o porque con el teletrabajo se han organizado y tampoco les ha hecho falta... es un poco todo», comenta. Para este curso, la cosa tiene «muchísima mejor pinta» que en septiembre de 2020: «Tenemos alrededor de 75 niños inscritos para empezar en septiembre la guardería y unos 40 para otros servicios como madrugadores, comedor o por la tarde... Vamos a empezar casi como estábamos en junio, eso está muy bien, nunca se empieza así», explica.
La escuela infantil Kangurolandia, en el barrio de Santo Tomás, experimentó en el último curso un descenso en el número de alumnos de un 40%, hasta un total de 45 alumnos. Este descenso también se ha trasladado al campamento de verano, en el que también hay menos niños que en años anteriores: De una media de veinte por semana, la escuela ha pasado a recibir a unos quince o menos. La codirectora del centro, Ana Hernando, cree que dos factores fundamentales explican esta caída del número de alumnos: «Hay mucho trabajador en ERTE y también mucho miedo al contagio, hay mucha gente que se va adaptando, se van acoplando con los abuelos… este verano la gente ha tirado mucho de abuelos», señala la educadora, que dirige la escuela junto a Inmaculada López. Las matrículas están yendo «muy despacio» para esta escuela. «En principio sí que tuvimos personas que pedían informaciones, y algunas hemos conseguido hacer la matrícula y otras nos han dicho 'Al final me voy a poder acoplar cambiando los turnos, con los abuelos… Sigue habiendo miedo», comenta Hernando.
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Las expectativas para este centro pasan por que el próximo curso discurra con el mismo volumen de alumnado que el anterior. «A ver qué pasa con el último momento, porque ha coincidido también la quinta ola, que los niños antes no se contagiaban y ahora parece que sí».
Además del número de alumnos, la pandemia ha trastocado la vida de la escuela por la adopción de las medidas sanitarias, que han afectado al propio modo de realizar las actividades: «Hemos tenido que hacer un protocolo bastante fuerte, aunque las escuelas infantiles, en unas circunstancias en las que los niños están chupando constantemente los juguetes, las medidas higiénicas siempre han sido muy altas», reflexiona Hernando. «Lo bueno es que las medidas covid se han acoplado y adaptado al aprendizaje de los niños», añade la codirectora de la escuela. Secarse con papel y tirarlo a la basura en lugar de con la toalla comunitaria después de lavarse las manos, o aprender a diferenciar el jabón, que se usa con agua, del gel hidroalcohólico son parte de las rutinas que han incorporado los pequeños: «Lo han acoplado al aprendizaje y no merma el resto de la actividad», añade.
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Para las educadoras de Patucos, trabajar en pandemia ha sido una oportunidad para reinventarse: «Hemos desarrollado más la creatividad, al fin y al cabo tienes que darle una vuelta de tuerca, darle otro valor a la escuela, y acaba cambiando la metodología para adaptarla al covid», comenta la directora, Laura Prieto.
Los resultados han sido desde el uso de «carros sensoriales» a la creación de muchos instrumentos musicales, e incluso decoración y pintura con yogures y chocolate, todo ello intentando favorecer el trabajo autónomo e individual en lugar de actividades grupales, para minimizar el contacto. «Son cosas que no se nos hubieran ocurrido nunca», relata la educadora.
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En Parchís, lo que más han echado de menos han sido las excursiones al exterior, como a la granja escuela: «Hemos suprimido la entrada de los padres que hacíamos, por ejemplo, el día del libro, cuando venían a contar un cuento», relata su directora, Raquel Senovilla. En la escuela Pitufos también han podido comprobar la gran capacidad de adaptación de los niños: «Son muy agradecidos, funcionan igual o mejor», dice su directora, Patricia Bragado. «Hay que hacer aulas burbuja y cumplirlo a rajatabla. Por ejemplo, las dos aulas de mayores están repartidos en nacidos de enero a junio y de julio a septiembre, y estas aulas se juntaban mucho para hacer diferentes actividades, y eso ya no se puede».
El pasado 9 de julio, el presidente de la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, anunció que avanzará en la implantación de la educación gratuita de 0 a 3 años, con el objetivo de comenzar con los de 2 años a partir del curso 2022-2023. Este plan ha generado el rechazado de los propietarios de escuelas infantiles privadas, que ven amenazados sus negocios, pero también consideran que esta estrategia hace aguas en cuanto a la correcta preparación de los niños para enfrentarse al colegio.
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Raquel Senovilla lo lamenta: «Es una barbaridad y muy difícil que lo lleven a cabo. Ni los colegios ni el profesorado están preparados, y para las escuelas infantiles va a ser un mazazo importante», comenta sobre la posibilidad de que pronto se implante la posibilidad del curso de dos a tres años en los colegios. Aun así, hay quienes consideran que esta iniciativa pone en valor la educación en los primeros años de vida de los niños, algo que las directoras de estos centros siempre han echado en falta: «Me parece bien que el Gobierno regional tenga en cuenta la educación de 0 a 3 años porque siempre hemos sido los grandes olvidados, como si no existiéramos o como si fuéramos solo guarderías, para guardar niños, entonces por un lado me parece bien que se hayan dado cuenta de eso», señala Ana Hernando, de Kangurolandia.
«Pero una cosa es que lo tengan en cuenta y otra que quieran meter matemáticas a niños de dos años», precisa la educadora. En su opinión, la educación que se imparte los primeros tres años, «además de ser educativa, es asistencial»: «¿Cómo se va a meter una maestra a cambiar a los niños el pañal o a, no dar de comer, sino enseñarles a comer? Esa labor la hemos hecho nosotros antes».
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Patricia Bragado, de Pitufos, señala que en Segovia hay unas veinte o treinta escuelas infantiles, por lo que esta etapa «da de comer a muchísimas familias»: «Nos quedaríamos colgados, todas las instalaciones que tenemos, el trabajo que hicieron los antiguos dueños y nosotros, toda la metodología, el esfuerzo de muchísimos años... eso no se está teniendo en cuenta», lamenta.
En su opinión y en la de otras directoras, se podría hacer una especie de convenio de colaboración para que estos centros, que son los que tienen ya una trayectoria consolidada, pudieran participar de la educación pública en forma de centros concertados. «No es tanto una cuestión de público o privado, sino de las necesidades de los niños», apunta la directora de Patucos, Laura Prieto. «Un niño de dos años no puede enfrentarse a un colegio porque tienen muchas necesidades que no controlan en el plano emocional. En este periodo es en el que la seguridad y la confianza se afianza», explica.
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