Ana Cabeza y Gema Segoviano, activistas de Segoentiende. Antonio Tanarro

Un goteo de odio que acaba en autorrepresión

La autocensura y pasar desapercibidos es, a menudo, la única forma de resistir del colectivo LGTBI en Segovia

Laura Lopez

Segovia

Domingo, 26 de septiembre 2021, 09:37

Hace unas semanas, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, alertó de un aumento en la cantidad y agresividad de los delitos de odio cometidos en España contra las personas por su orientación o identidad sexual. La supuesta agresión homófoba que fue denunciada en Madrid ... y que finalmente resultó ser un relato falso puso el foco en el problema de discriminación que existe en la sociedad. Escenas como la manifestación de hace unos días en el madrileño barrio de Chueca, en la que se escucharon proclamas como 'Fuera maricas de nuestros barrios' dispararon nuevas alarmas y convirtieron en evidente lo que aún muchos se niegan a ver.

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Las personas del colectivo LGTBI señalan que no tienen los mismos derechos y libertades que las personas heterosexuales, y esto, en los casos más extremos, puede llegar a poner en riesgo su integridad física. Causó una gran conmoción la noticia conocida el pasado julio de la brutal paliza mortal que recibió el joven Samuel en A Coruña mientras sus agresores gritaban 'maricón'.

En los últimos años, Segovia no ha contabilizado hechos constitutivos de delitos de odio contra el colectivo LGTBI, o al menos así figura en las estadísticas que recoge el Ministerio del Interior. En los últimos seis años –desde que el Gobierno ofrece datos por provincia– solo se han conocido tres.

Esto no quiere decir que no se produzcan prácticamente a diario ataques contra la libertad de personas homosexuales, trans, bisexuales e intersexuales. Se trata de gestos, comentarios o acciones sutiles y aparentemente inocuas que, sin embargo, caen como una losa sobre estas personas.

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«Son esas miradas que parece que matan, los comentarios, la sensación de no poder ir cogidas de la mano o darte un beso porque sabes que va a haber comentarios…», señala Gema Segoviano, vocal de la asociación Segoentiende. Por desgracia, conoce bien este tipo de matices y podría relatar muchísimos ejemplos de este odio «de baja intensidad», que acaba por ser «un goteo continuo» que acaba en «autorrepresión». «Comentarios del tipo 'Por favor, es que hay niños delante'… ¿Esa persona diría lo mismo si fuera una pajera heterosexual, diría 'Oye, no os beséis, que hay niños delante'?», cuestiona la activista.

El 89% de las víctimas de delitos de odio no denuncian

Esa presión es uno de los motivos por los que la mayoría de las personas que sufren un delito de odio no lo denuncian. El 89,24 %, según una encuesta publicada el pasado mes de junio por el Ministerio del Interior. La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) señala una tasa de infradenuncia de en torno al 80%.

Para Segoviano, las razones para que esto ocurra responden a «una suma de varios factores». No saber a quién acudir, el temor a la respuesta que uno puede obtener, el desconocimiento sobre el asunto por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los plazos de la justicia que se dilatan en el tiempo… Todos son impedimentos para que la víctima comparta su experiencia y el agresor reciba una condena. De hecho, es habitual que acabe ocurriendo al contrario, que sea la víctima la que cargue con el peso de su propia agresión y sus consecuencias.

Segoentiende, sin querer ofrecer muchos datos para proteger la identidad de la víctima, relatan el caso de un chico de una localidad del noreste de la provincia que, hace tres años, sufrió este tipo de ataques en su pueblo y acabó por tener que abandonarlo. Este no es un caso único en los últimos años y se extiende por todo el medio rural del territorio español, por lo que puede acabar siendo un factor más que favorezca la despoblación.

Tanto Gema como su esposa, Ana Cabeza, con la que lleva casada 16 años, están atravesadas además por el machismo imperante en la sociedad por el hecho de ser mujeres, lo que acaba degenerando en experiencias verdaderamente agotadoras: «Por ejemplo, estar en un bar con gente y que te acaben preguntado 'Pero y, vosotras… ¿Cómo lo hacéis?'», comenta Gema.

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Otro ejemplo de una falta de respeto habitual con la que lidian parejas como esta es la de estar socializando en algún lugar en el que todos saben que están casadas entre ellas y, aun así, que haya hombres que igualmente intenten ligar con ellas. Por su experiencia, saben que aún está muy interiorizada en la mente de las personas la idea de que una mujer necesita 'un buen macho' para estar completamente satisfecha.

El 'maricón' del pueblo

Otra forma de violencia que no se traduce en golpes pero que también duele es la despersonalización a la que a menudo se somete a las personas del colectivo, algo que ocurre con frecuencia en los pueblos más pequeños, donde todo el mundo se conoce. «A la hora de sociabilizar con las personas, lo único que eres es la lesbiana o el maricón del pueblo… Ni la fontanera, o la reponedora, solo el maricón o la lesbiana», relata Ana Cabeza, natural de Madrid pero que lleva viviendo junto a su mujer más de quince años en la localidad de Encinillas.

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También existe una presión que no se ve pero se siente para evitar que las víctimas de este tipo de delitos denuncien. «En sitios en los que el entorno de víctimas y agresores se conocen, está la cosa esta de 'No, es que si denuncias, ya vas a crear mal rollo'… O sea, ¿Que todavía soy yo la que tengo que aguantar por no levantar más problemas?», denuncia Gema Segoviano sobre este tipo de situaciones, en las que muchas personas miran para otro lado.

Una sociedad sin preparar

A sus sesenta años, Ana Cabeza ha vivido diferentes momentos históricos del país y guarda oscuros recuerdos de homofobia durante su adolescencia y juventud. «En la calle no se podía hacer nada porque estaba totalmente tapado, y sí, se ha avanzado, pero se ha avanzado mal. Nos dieron la Ley del Matrimonio Homosexual, pero la sociedad no estaba preparada para ello», apunta quien fue, junto a Gema Segoviano, la primera pareja de mujeres en contraer matrimonio en Segovia, en 2005.

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Miembros de Segoentiende, tras la restauración del banco atacado en Vía Roma. El Norte

El ataque a los símbolos, otra forma de violencia

Sí se ha producido en Segovia ataques contra el colectivo LGTBI en los últimos meses, en este caso contra sus símbolos. El pasado mes de junio, robaron la pancarta con los colores del arcoíris que había colocado el Ayuntamiento de Torrecaballeros con motivo del mes del Orgullo y, en agosto, los bancos pintados en honor al colectivo en el barrio de San Lorenzo en la capital fueron vandalizados.

«Me pregunto si fueran otros símbolos los que, en un momento determinado, fueran ultrajados, quemados, robados o pintados, si habría problemas o no. Hay gente que se ofende muchísimo si se pisa la bandera española, dicen 'es nuestra bandera', pues esto es lo mismo», ilustra Ana Cabeza sobre el significado de estas acciones.

Uno de los antídotos contra todos estos tipos de discriminación pasa por apoyarse en el tejido asociativo de las ciudades. En este sentido, Segoentiende organiza constantemente jornadas y talleres de divulgación, para que cada vez más personas abran su mente frente a la diversidad sexual y sin peros. Un buen campo de batalla para esta lucha debería ser las escuelas, pero sus responsables reconocen que «cuesta muchísimo» que estos centros abran sus puertas. Desde 2008, solo dos cursos han accedido a ello.

En su opinión, hace falta, sobre todo, educación, y no solo para los niños. «Hay que enseñar que existe una diversidad sexual, y que ha existido toda la vida, desde que el mundo es mundo», insiste. Segoviano recuerda además otra de las muchas limitaciones que tienen, por ejemplo, a la hora de viajar. Recuerda que en muchos países del mundo el matrimonio entre personas del mismo sexo aún no está reconocido con pleno derecho, incluso dentro del espacio europeo, como Italia, Grecia, Suiza o República Checa o Polonia.

El tabú de la bisexualidad

Ana Cabeza vivió, o más bien «sufrió», la dificultad que se enfrentaron las personas bisexuales en los años ochenta, cuando eran discriminados dentro del propio colectivo. «No podías decir que eras bisexual, la 'B' fue una de las letras que más les costó meter, porque se consideraba una cosa rara, diferente, enfermiza, como de una persona degenerada que le gusta todo y en realidad no le gusta nada, cuando eso no es así», relata Ana, responsable de las cuestiones que tienen que ver con estas realidades en la asociación.

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«Yo me consideraba una degenerada dentro del mundo LGTBI», señala. Tal era su «lío» de joven, que cuando vivía en Madrid y pertenecía al Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid (COGAM), acabó por consultar sus dudas con un psicólogo, quien por fin le explicó con palabras lo que ella sentía y nadie se atrevía a nombrar.

«Me hizo un croquis: a un lado están los heterosexuales y, al otro, los homosexuales, y entre medias hay todo un espectro de colores, porque casi nadie es puramente una cosa, estamos todos mezclados, y hay gente que se define más a un lado, o más al otro», reproduce ahora la activista. Gema Segoviano reconoce que siempre ha existido mucho tabú con este tema, y a día de hoy en muchas ocasiones se les tacha, sin ningún sentido, de personas «desequilibradas» o «más promiscuas».

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