Inma es de San Miguel de Bernuy, como sus padres, y antes de decidirse por este negocio móvil había estudiado un ciclo formativo de grado superior en administración y finanzas en Cantalejo y había trabajado como administrativa en varias empresas madrileñas. «La última, El corral de la morería, uno de los tablaos flamencos más famosos de España», cuenta.
«Hace 10 años nos vinimos a Cantalejo porque a David (su pareja) le salió un trabajo de mecánico allí. Además, eran los años del boom de la vivienda y vimos que era mejor opción hacernos una casa en San Miguel de Bernuy y volver a vivir al pueblo. Al principio me dije que hasta que no saliera de lo mío, de administrativo, iba a estar relajada, pero el que es activo es activo. Al mes, estaba que me subía por las paredes», explica.
Sus primeros trabajos en la zona le vinieron de la mano de la agencia de desarrollo local de Fuentidueña. «Empecé con una campaña como exterminadora de topillos, que en Madrid te lo dicen y no te lo crees. Luego, vendiendo canalones de aluminio para los tejados y también como extra en bares. Además, soy monitora de natación en la piscina pública de Cantalejo. Eso todavía lo compagino con mi empresa. Dice mi madre que ya no hay necesidad, que es porque me gusta. Y es verdad. Doy clases de natación a niños y a mayores», señala.
Todo cambió cuando conoció a Fede Iglesias, de Carrascal. «Él es el primer emprendedor de este negocio. Su familia empezó con el camión hace unos 20 años. Dio conmigo y me llamó a ver si me interesaba. Estoy desde hace 8 años trabajando con él. Lo que pasa es que él llevaba toda la vida con ello y estaba un poco cansado, así que me ofreció quedármelo y desde el 1 de agosto lo llevo yo sola», dice.
Como ya conocía el negocio, sus primeros pasos se encaminaron a asesorarse en los temas relacionados con la creación de una empresa. Para ello se dirigió al Servicio de Promoción Económica de la Diputación de Segovia. «Allí me han ayudado en todos los temas de emprendimiento, me han explicado las ayudas que hay y me siguen asesorando», relata.
El negocio de Inma ha sido continuista. Ha aprovechado la relación con la clientela que ya existía. «Tenía todo lo que me han enseñado Fede y su familia –dice–. Ellos han cuidado a la clientela desde hace muchos años y me han enseñado a hacerlo así». También ha repuesto mucho material que veía que faltaba y, como novedad, ha añadido la comunicación por Facebook y Whatsapp para acercarse al público más joven. «El 99% de mis clientes son mujeres, y la mayoría mayores de 40 –aclara–. Intento dar esas facilidades porque no es una tienda a la que se pueda ir, nosotros vamos de semana en semana. Algunas clientas me escriben y les mando fotos de lo que me han encargado».
«Lo que tiene claro esta emprendedora es que su negocio apuesta por la calidad. No es peor genero por que se venda en un mercadillo. Yo llevo primeras marcas en cosas de costura y, además, creo que estoy en buenos precios, pero a veces te intentan regatear y ya tenemos los precios más asequibles que podemos. A veces tienes que hacer entender que no porque vendamos en la calle llevamos cosas de los chinos», recalca.
Inma opina que la cultura de compras ha cambiado. «Compramos todo de una vez en el centro comercial –dice– y se están abandonando los mercadillos y los pequeños comercios. Luego, te das cuenta de lo que has perdido cuando se han jubilado los dueños y han desaparecido. Yo animo a que se siga comprando como antes. Los mercadillos dan mucha vida a un pueblo, traen a la gente de los pueblos de alrededor. Un día normal van al mercadillo porque estamos todos los que lo montamos y aprovechan para ir al banco, a la fruta, al super… Si no, no irían tanto, es una solución para los pueblos».
Inma también hace pequeños arreglos como las cremalleras, pero resalta el ingenio de sus clientas. «Antes, la mercería era hacer prendas nuevas, ahora es más de arreglar y hacer cosas diferentes con lo que se tiene para no ir igual. Siempre las intentas ayudar, pero ellas son más creativas que tú. Por ejemplo, con los carnavales de Arévalo son increíbles. Al final la costura es creativa, a un jersey le puedes hacer muchas cosas. Pintan, ponen botones como ojos en los peluches… Con el patchwork hacen mil cosas, te pueden llevar de un estuche a una colcha, un sujetapuertas o bolas de navidad. Yo he visto hacer con chapas de Coca Cola y cintas de raso pulseras, cortinas, bolsos, monederos… E incluso de una cremallera continua sacan faldas y bolsos. Hay clientas que hacen cosas de fieltro, camisetas o diademas y lo venden en ferias de artesanía, aunque la mayoría de ellas lo usan para regalar o para sus familias», opina.
La emprendedora se reconoce una persona indecisa, «pero he tenido siempre el apoyo de mi familia y de mi marido». Gracias a eso se estableció por su cuenta y ahora no se arrepiente en absoluto. Aunque aún está reinvirtiendo todo lo que produce bromea con la viabilidad de la empresa: «mi negocio va sobre ruedas», dice. «El trato con la gente me gusta, siempre me había gustado ya como administrativa. Lo que pasa ahora es que me he hecho callejera. Hay amigos que me dicen que cómo me puede gustar vender en la calle. Pues me gusta. Haces muchos kilómetros y los comienzos fueron difíciles, pero yo he ido contenta a trabajar todos los días durante estos 8 años. Ahora, con un incentivo más: que es tuyo y es para ti», recalca.
En su opinión, en los pueblos de Segovia hace falta más gente joven emprendedora. «Una sola pareja con un hijo es mucho para un pueblo. El mío no llega a los 150 habitantes y la mayoría tienen más de 70 años. Hay muchos trabajos que se pueden hacer en los pueblos o desde los pueblos. Muchas personas que trabajan desde casa en las ciudades pueden venir y también hay casas rurales que se llevan desde Madrid. A mí no me ha faltado trabajo aquí, me ha faltado de lo mío, de administrativo, pero, mira por dónde, he encontrado una cosa que me está gustando más. En el pueblo tienes que trabajar de lo que te salga, en cosas que no te habrías imaginado, pero yo he estado a gusto en todos los trabajos y he conocido gente maravillosa. Lo que falta en la ciudad es tiempo. En los pueblos tenemos más tiempo y esa es la verdadera calidad de vida», destaca.
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