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La pandemia no trajo solamente malas noticias en Garcillán. Su alcaldesa, Daniela Constanta, habla el 'boom' de 2020, un año en el que nacieron diez niños, casi un equipo de fútbol para un pueblo con 521 vecinos censados el año pasado. Una oportunidad para recuperar el colegio, cerrado en 2018 porque solo tenía cuatro alumnos, pero sus padres prefieren llevarles al colegio de los Llanos, el Centro Rural Agrupado de Valverde del Majano al que ya van 42 alumnos del pueblo vecino, a siete kilómetros, hasta el punto de plantear una ruta de transporte escolar exclusiva. Es la paradoja de un padrón joven que ha estado este verano cerca de perder su guardería.
Cuando la generación de 2020 dejó la guardería planteó una crisis en la instalación municipal, abocada al cierre al quedarse con solo tres niños. «Nos hemos esforzado mucho para poder captar a algún niño de 13 pueblos de alrededor». Constanta ha captado seis de lugares como Juarros de Riomoros, a siete kilómetros, y ha salvado el servicio hasta el año que viene. Porque se marcharán cinco niños del aula de dos a tres y se volverá a quedar con cuatro. Así que asume la necesidad de fichar en el próximo mercado de verano.
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«Ha sido un esfuerzo de trabajo por encima de las posibilidades del pueblo. Hago sola todo lo que está haciendo la Consejería de Educación en materia de documentación. Pero con ilusión porque yo lo que quiero es no cerrar la guardería». Agradece a la Junta que le haya permitido ser el centro de cabecera de esos 13 pueblos, lugares como Martín Miguel o Anaya. El ente regional y la Diputación financian la guardería. «Les dije que no nos pueden cerrar ningún grifo porque gracias a una línea y a la otra podemos atraer. Los padres tienen opción a otras guarderías, pero la nuestra está en unas condiciones muy buenas».
Un horario gratuito de 8:00 a 16:00 horas –una excepción frente al horario más extendido, de 9:00 a 14:00– que la alcaldesa define como «soplo para el bolsillo de los padres». Pese a que la normativa solo exige una maestra para centros con menos de 14 niños, Garcillán tiene dos. «En esta etapa de crecimiento los niños necesitan una estabilidad afectiva y educativa. No podemos cambiar cada dos por tres».
Los padres del boom de 2020 no han pedido un colegio para evitar emigrar a Valverde, el centro de referencia. La mayoría son vecinos del pueblo. «Eso no lo vamos a volver a ver temprano. Ojalá haya familias numerosas, yo soy la primera niñera». Las instalaciones del antiguo colegio requerirían una ampliación que no tiene visos de realizarse. «No es que no se quiera, ojalá, pero ahora mismo es inviable, necesitaríamos construir un colegio más amplio». El edificio apenas tiene dos aulas y un cuarto. Y su estado, tras un lustro cerrado, no es el más adecuado. Su cierre llegó tras bajar de seis alumnos a cuatro; no hubo respuestas para mantener el cupo de alumnos exigido por la Consejería de Educación.
El colegio está en el cruce entre las calles Alférez Provisional e Iglesia, a la entrada del pueblo. Un lugar en el que no habría espacio para la ampliación porque los edificios aledaños –hay unos chalets adosados, la propia iglesia o la guardería– no lo permiten. La alternativa sería utilizar otro edificio. Los servicios –desde el bar al autobús o al centro de salud– marcan la categoría de un municipio, por eso Constanta sonríe ante un colegio abierto. «Ojalá, no te voy a decir que no, soy la primera que lo estoy diciendo. Pero cuando voy tanteando a los padres no quieren que sus hijos compartan aula con otros cursos. Yo quiero que los niños se queden aquí, pero para mí lo que vale es la opinión de los padres, no la mía».
A falta de colegio, el reto de Garcillán es vincular la vida de sus niños al pueblo mediante actividades. «Estoy luchando contra Goliat, que para mí es Valverde porque tiene muchísimo más potencial económico que nosotros». ¿Cómo lo hace? «Estar todos los días pidiendo, así de claro». Su menú para imponerse al gigante incluye deportes, un cursillo de patinaje o manualidades. «Para poder dar vida al mundo rural, necesito actividades». El pueblo asume también la condición de pequeña cabecera porque atrae a alumnos de otras localidades, así como veraneantes. «En Anaya no hay niños; en Añe, tampoco. De hecho, los que han entrado ahora en la guardería vienen de bastante lejos».
Por eso Garcillán, un pueblo que se ha rejuvenecido gracias a familias jóvenes que han encontrado un lugar más asequible para comprar vivienda, tiene en sus niños una ventaja estratégica en una zona en la que no sobra la natalidad. «Es que es el futuro. Si me dan la oportunidad, el pueblo va a crecer». Es una historia que fluctúa a corto plazo, pendientes de los cupos, de cuántos niños hacen falta para la guardería. «Es una batalla año a año y no puedo dejar de luchar porque se olvidan de ti. Nosotros no nos podemos permitir ese lujo».
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