«Yo tengo que hacer fotografías que no haga nadie»

–¿Cómo se crea una foto de premio?

–Al primero que le tiene que cautivar es a mí; luego ya si le veo posibilidades la presentamos a premios. Si me apetece hacer un retrato inusual, lo hago. Desarrollo siempre un mensaje subliminal, y en base a eso vamos modificando la luz y otras cosas en el estudio.

–¿Qué le cautiva?

–En la imagen premiada, el rostro inerte de una máscara que tapa todo el rostro a una mujer. No sabemos su expresión, pero podemos aprovechar el pecho y el vientre. Un contraste muy suave entre el blanco y negro, con todos muy oscuros; el pálido de la piel y el dorado de la máscara.

–¿Cuál es el mensaje subliminal?

–La misma imagen nos puede transmitir cosas muy diferentes, es de lo que se trata. Yo estaba buscando la dulzura de una mujer con los pechos al aire, aunque no se la ven, con la frialdad de una máscara totalmente inerte con los ojos negros que te está mirando de arriba abajo.

–¿Cuántas fotos hizo antes de quedarse con la buena?

–En este caso, pocas. Diría que unas veinte. Cambia la colocación y, ante todo, la iluminación.

–¿Cómo eligió a la mujer y la máscara?

–La máscara la tenían mis padres colgada en el pasillo de cuando fueron a Venecia, llevará ahí veinte y pico años. Para la mujer buscaba una piel lisita y joven que tuviera los pechos aún bien colocados, poco más.

–¿Cómo se diferencia uno en una familia con tantos fotógrafos?

–Buena pregunta [ríe]. Intento tener mi estilo propio, sin ser competitivo ni repetitivo. Le doy muchas vueltas al tema para conseguir esas imágenes. Intento no hacer fotografía atemporal y hago hincapié en mejorar la técnica de iluminación. En las bodas intento hacer más un trabajo documental: pillar los mejores fotones antes que preparar todas las tomas. Tener gusto, escaparme de los posados, ser valientes con las imágenes que entregamos.

–¿Compite con sus predecesores?

–En Segovia había cuatro fotógrafos contados; hoy por hoy, hay bastantes. No me exprimo mucho la cabeza en ser el mejor, pero siempre trato de estar contento con lo que yo hago, de no repetirme con nada de lo que se vea aquí. Cuando yo empecé a trabajar, mi abuelo estaba jubilado. Siempre he trabajado con mi padre, así que competencia nunca.

–¿Cómo se da por satisfecho con una imagen?

–Me cuesta mucho porque soy muy autocrítico. En la fotografía del premio tenía tan claro lo que quería hacer que la rematé en diez minutos, por así decirlo. Otras obras, premiadas y no premiadas, me han llevado muchos quebraderos de cabeza: cerrar el ordenador de mala leche, abrirlo al día siguiente, ver errores por todos sitios, descartar la idea y repetir todo el trabajo en el estudio. Me vuelvo muy loco a veces.

–¿Qué foto ha pasado delante de usted y no pudo hacer?

–Muchas. Sobre todo, en las bodas o cuando nos vamos de viaje. Siempre llevo la cámara encima, pero llega el típico día que a lo mejor te estás tomando una cerveza y hay un momento concreto que dices: 'Madre día, qué foto tiene esto y no tengo la cámara'. A lo mejor es un anciano paseando con un niño al lado.

–¿Cómo vive con esas fotos que ya no vuelven?

–Es una putada, te tiras de los pelos; pero no puedes estar todo el día pendiente de hacer la mejor foto. Tengo tres hijas e intento no ir con la cámara todo el día porque no salimos mucho a la calle. He de decir que tengo el móvil, como todo ser humano, y tengo bastantes buenas fotos tiradas con el iPhone. Pero claro, es un móvil.

–¿Cómo se vive de la fotografía en una época en la que todo el mundo tiene una buena cámara en el bolsillo?

–Yo tengo que hacer fotografías que no haga nadie, para eso contratan a un fotógrafo profesional. Siempre voy a intentar diferenciarme del resto de gente.

–Habla del móvil como aliado.

–Sí, el móvil se tiene que convertir en un aliado porque ya convivimos con él. Cuando llegó la era digital se rompieron todos los esquemas de la fotografía, aunque no hubiera smartphones en el bolsillo. La profesión de fotógrafo se empezó a perder porque todo el mundo se podía comprar una cámara y hacer las fotografías que antes contrataba. Yo soy el primero que tiene un buen teléfono, que me ha costado una pasta.

–¿Para alguien que hace arte ilustrativo, qué supone ganarse la vida con bodas, bautizos y comuniones?

–Es mi día a día, es de donde me sale el dinero para alimentar a mi familia. Me encantaría que un gran museo me eligiese para hacer un proyecto importante de arte ilustrativo. Sería la repera, hay fotógrafos muy buenos que se dedican solo a hacer estas cosas, a exposiciones por grandes museos de capitales europeas. Yo no tengo esa suerte, pero tengo la suerte de tener todos los días trabajo. Hay que dar valor a la gente que sigue contratando estos servicios porque hoy en día es fácil que alguien te diga que la foto se la hace su primo.

–¿Tiene la fotografía la suficiente consideración como arte?

–Siempre voy a considerar que sí, la fotografía es arte porque se dibuja con luz. Depende de cómo parametrices tu cámara vas a conseguir luces, sombras y contrastes. Ahora bien, la sociedad yo creo que no tanto porque estamos todo el día enganchados a Instagram. Fotos de famosos, de perritos muy guapos. La gente que no se dedica a esto ve la fotografía como algo súper común, no le dan el valor que le damos los fotógrafos.