![La familia Ibañes, el deporte en las venas](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/08/17/ibanestanarro-kIDG-U2201001928030zbH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Aunque un purista diga que el fútbol sala y el fútbol apenas coinciden en la necesidad de patear un balón a una portería, Daniel Ibañes ha legado a sus hijos una cultura que va más allá de los trofeos que ganó por todo el mundo. «El deporte en las venas». Así resume las enseñanzas que da a su hijo Rodrigo, el juvenil que está haciendo la pretemporada con la Gimnástica Segoviana, una plantilla de Primera RFEF. Esperar en el vestuario o en el autobús a que se sienten los veteranos para hacerlo él después. El respeto y el esfuerzo como lenguaje. «La gente tiene su puesto y él se tiene que ganar el suyo». El chaval de 18 años que le salió rebelde comparte su ambición: «Quiero llegar a ser futbolista profesional».
Rodrigo recuerda por un pelo a su padre jugando de corto, en sus últimas temporadas con Inter Movistar, el epílogo de una carrera con cinco títulos ligueros –uno con Caja Segovia en la 1998-99–, siete de Copa –tres con Caja Segovia, entre 1998 y 2000– o cuatro veces campeón de la UEFA Futsal, un trofeo que ganó con los segovianos en el 2000, rumbo a la Intercontinental, un año en el que también se proclamó campeón del mundo con España en Guatemala, un palmarés al que suma la plata de Brasil 2008 y cuatro Europeos. Su hijo solo vio los dos últimos (2007 y 2010). «Recuerdo que era otro nivel, que era bonito de ver. No se le da la visibilidad que tiene el fútbol, pero es bonito saber que tienes un padre que ha ganado todo y ha sido el mejor del mundo».
No hizo falta que Dani pusiera el balón a su hijo en la cuna. «Con tres o cuatro años empieza a pegar patadas, va al pabellón, va a la pista contigo. Empieza a picarle el gusanillo». Cuando España ganó el Europeo del Portugal en 2007, el pabellón no permitía la entrada de menores, pero él coló a su hija –lo vio con los abuelos– y a Rodri, un bebé en el palco. Después, en la pista, con la copa, hay fotos para el recuerdo, cogido en brazos por Lin. «Es verdad que no ha vivido mucho porque yo me retiré en 2010». Es la cuenta pendiente.
Así que Rodri ha tenido que ver en vídeo lo que le pilló pronto. «Cuando he crecido, me he dado cuenta de quién tengo al lado y he visto muchos partidos suyos de la época». Una coletilla que no deja pasar su padre: «¡Ha dicho de la época! Mira si soy mayor». Sus 48 años. Dani se define como un privilegiado. «Hacer lo que te gusta y vivir de ello es difícil. Cuando te dan estas oportunidades, hay que aprovecharlas». Y lanza una mirada a su hijo, como si quisiera asegurarse de que ha escuchado. La familia ha digitalizado los partidos y tiene una amplia videoteca, también con los partidos de Caja Segovia, aunque haya menos. Antes de definir a su padre como jugador, este le avisa: «Ten cuidado». Él cumple. «Es distinto a lo que hay hoy en día. No es físico ni correr, es listo, se sabe mover y es bonito verle. Es lo que se echa en falta en el fútbol sala, ya se va acabando».
Rodri empezó a jugar al fútbol sala con seis años en el Monteresma antes de irse a San Cristóbal y al Segosala, al albor de su padre, uno de los padres del proyecto. Como Dani, dejó el Perico rumbo al Inter en 2018 para jugar como alevín de segundo año. Un ala natural. «A mí lo que me gustaba era regatear; lo de defender lo llevaba un poco peor». Tras su primer año como infantil, hizo las maletas a Sevilla para seguir a su progenitor cuando entrenó al Betis y jugó en La Muralla, un club local. Ahí colgó sus primeras botas.
Fue una infancia con un padre nómada. «Es muy duro. Cuando se fue a la República Checa o a Italia no le veía nada o muy poco. Es una cosa que te va haciendo daño, pero yo lo he sabido llevar bien porque soy consciente de lo que es. Y le voy a apoyar en todo lo que haga». Su padre explica el paso de Palazuelos de Eresma a Sevilla y el regreso cuatro años después. «Intento no moverles mucho, pero creo que esto se respira desde hace mucho tiempo y en casa más o menos se sabe». El resultado es quizás un carácter endurecido, un jugador más maduro que su DNI. Y que rompió la tradición familiar pasándose al césped, todo un cambio. «Se me quedaba grande, yo era de controlar el balón y pasarlo. Aquí tienes que aguantar, ver a quién dárselo, correr más…» Las distancias y amasar el balón fueron los grandes obstáculos. «Me salía solo darla de primeras al primero que tenía ahí cerca».
De vuelta a Palazuelos, empezó en la Segoviana como juvenil de primer año. «Como no conocía mucha gente porque me había ido cuatro años, la idea era ir con amigos y me divierto. Pero la gente se ha ido poco a poco y yo estoy intentando tomármelo en serio». Porque es un Ibañes. «Al principio me pesaba un poco llevar el apellido, todo el mundo sabe lo que conlleva, pero yo tengo que crearme mi propia carrera». Con todo, su perfil de futbolista lo trazaron entre padre e hijo. «Ahí en el medio campo la gente toca muchas pelotas». Le gusta el balón y se considera mediocentro defensivo, aunque se encuentra cómodo jugando delante de Manu cuando el capitán asume esa labor. «Juegas con gente que sabe y que te está ayudando día a día. Me están enseñando bien a trabajar los fallos que tengo». La visión del juego, que el balón no queme, elegir el mejor pase. Cultura gimnástica.
El director de cantera, Roberto Álvarez, le llamó a mediados de junio para ofrecerle hacer la pretemporada. «Para mí era una experiencia muy importante. Es un equipo de Primera RFEF y estoy muy agradecido». Y llegó la primera noche sin dormir, la víspera del primer entrenamiento. «Estaba muy muy nervioso», resume. Y su padre, que le trajo en coche, lo atestigua. El chico tímido llegó cuarto de hora antes, dio los buenos días, vio el vestuario de los mayores y fue a cambiarse. «Me quedé sentado, callado, solo». Llegó el saludo a su entrenador, Ramsés Gil, que le dio las gracias y la frase que más repite: «Estate tranquilo». Y funcionó. «Cuando empiezas a tocar la bola se te pasan los nervios».
Su primer pase fue a Fer Llorente, quizás el mejor crítico. Uno de los primeros que le dio la bienvenida, junto a Manu. Se relajó cuando vio las bromas en el vestuario. «Hay mucho vacilón, mucho. Por no decir todos». Con dos referentes así, lo de querer el balón se da por hecho. El siguiente paso fue la comunicación. «Que hablase más en el campo. Yo soy tímido, me cuesta más. Que ordenase al equipo, que diera las indicaciones». Mover a la izquierda o a la derecha a veteranos, gente a la que admira. «Me da vergüenza porque les tengo respeto, pero es lo que uno tiene que hacer para ganarse el sitio».
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Y se encontró de sorpresa con su titularidad en el primer amistoso, el que la Segoviana disputó en La Albuera ante el Real Valladolid, todo un Primera. Lo supo en la víspera, así que otra noche sin dormir. En la grada estaban su padre, su madre, su hermana y su abuelo. La charla de Ramsés y salida al césped para multiplicar los nervios. «Yo soy un juvenil que tiene a sus amigos viéndole y nadie más; aquí ves a mil personas». Como en el primer entrenamiento: en cuanto empezó a rodar al balón, se tranquilizó. El fútbol es su lenguaje.
Y puso su granito en el gol que marcó Tellechea: dio un pase a Fer Llorente que desembocaría en un robo del Valladolid, que la perdería después en la salida. «Ver el primer gol en el campo, que estaba yo cerca, a nada, me hizo mucha ilusión». Y venció la timidez en la celebración. «Al principio me quedé quieto, no sabía qué hacer, iba a ir al centro del campo, pero luego sí que fui con ellos porque la ocasión lo merecía». Repetiría experiencia ante el Majadahonda en el que no solo presenció un gol, sino la primera victoria. Un dulce que asume con humildad hasta finales de agosto. «El futuro es bajar con el juvenil y seguir aprendiendo».
Ocupa una posición muy cotizada con muchos nombres para aprender que además son tutores. «Se dan cuenta de que no eres uno más de la plantilla, que eres un juvenil de tercer año y te tienen que ayudar». Quizás su primer triunfo de cara a ese futuro como futbolista profesional sea entrenar con ellos, entrar en dinámica durante la temporada, aunque los partidos los juegue con el juvenil. «Me gustaría seguir subiendo».
Rodrigo es ya un futbolista sin marcha atrás, algo que Dani asume. «Hace deporte y es feliz, en casa estamos encantados». Como su papel de espectador, una novedad para alguien que siempre fue protagonista de la acción. «Estás deseando que cometa los menos errores posibles, que haga un buen partido. Pero fuera se ve de otra manera, es mucho más fácil». Esa cultura Ibañes implica tranquilidad, nada de aspavientos. Y Rodri, que ya duerme bien, resume con pena su abandono al fútbol sala. «Me ha dado pena porque quería ser como mi padre, pero estoy mejor aquí. Así cada uno tiene su historia que contar».
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