La falta de población frena las intenciones de Madrona de segregarse de Segovia

La falta de servicios y el «abandono» sigue minando la moral de los vecinos de Madrona, convencidos de que al pueblo le iría mejor si no dependiera del Ayuntamiento de Segovia, al que quedó agregado en 1971. De hecho, la posibilidad de una segregación sigue estando vigente, aunque sea una verdadera entelequia, teniendo en cuenta que ley pide un mínimo de 5.000 vecinos para constituirse como ayuntamiento.

«Es algo que se ha propuesto en varias ocasiones, para ver si es o no factible y sopesar el esfuerzo y las consecuencias que tendría, pues no es algo baladí. Los vecinos sí comentan a menudo que estaríamos mejor fuera de Segovia, pero no hemos emprendido acción alguna al respecto», añade Fernando Otero, vocal de la asociación.

El malestar sigue anidando en Madrona. Hace apenas un año, la asociación de vecinos salió a la calle para protestar por ese «abandono». Colocaron una pancarta en un lugar visible y decidieron concentrarse una vez al mes para mantener viva la llama de la protesta. Hace apenas dos meses se reunieron con la alcaldesa, Clara Luquero: «Le expusimos todos los problemas, todas las reivindicaciones, pero, de momento, nada. Seguimos igual», se lamenta Berrocal. Ese programa de quejas es de sobra conocido. «Pagamos los mismos impuestos que Segovia y no tenemos los mismos servicios. Es algo evidente que no solo nos pasa a nosotros. En Fuentemilanos, Madrona, Zamarramala e incluso Revenga, que es una pedanía, piensan lo mismo».

El estado de las calles del barrio denuncia esa realidad. Hay varias vías que siguen sin asfaltar, y la principal, Cantarranas, carece de aceras y necesita una renovación del saneamiento. «Es la que más afluencia de vehículos tiene, con el peligro que eso conlleva. Todos los coches que vienen de Otero, Ortigosa y La Losa pasan por ella. Los baches son tremendos, hasta el punto de que a alguien se le han pinchado ahí las ruedas. Harían falta unos pasos de peatones elevados, y así se lo hemos hecho llegar a la alcaldesa. Parecía que sí, pero pasa el tiempo y nada de nada. No es tanto lo que pedimos, son cosas elementales, básicas».

Del transporte público, mejor no hablar. Los urbanos no llegan a Madrona y los autocares de la línea de Ávila solo paran tres veces al día. «La gente joven se acaba yendo a vivir a Segovia. Si hubiera un autobús con una frecuencia de una hora para poder ir y venir a la ciudad, sería muy utilizado y evitaría el éxodo que se está produciendo», dice Berrocal. Por otra parte, Madrona continúa sin fibra óptica, lo que impide una conexión a internet adecuada y hace inviable el teletrabajo. «La fibra óptica llega hasta la entrada del pueblo, pero a las casas, nada. Teletrabajar es una quimera. Durante la pandemia mucha gente se tuvo que ir a otro sitio porque quedarse en casa le resultó imposible», afirma. Los vecinos de Madrona no descartan manifestarse en la Plaza Mayor de Segovia, delante del Ayuntamiento, para que sus reivindicaciones encuentren un mayor eco.

«Seremos siempre un pueblo, no un barrio», afirma Carlos Berrocal. Lo mismo piensan de sus respectivas localidades los representantes vecinales de los barrios incorporados de Zamarramala (561 vecinos), Hontoria (483), Fuentemilanos (286), Torredondo (44), Las Serillas (38) y Perogordo (19) y de la entidad menor local de Revenga (600). «A Revenga siempre nos referimos como el pueblo. Lo decimos todos. A mí me encantaría que pudiera segregarse; de hecho, la cosa se movió en su día... Pero lo frenaron. A Segovia no le interesa perder Revenga», señala Pascual Pacheco, presidente de la asociación de vecinos San Sebastián, de Revenga.

En Fuentemilanos, el barrio más alejado de la ciudad, el enfado es similar al que se tiene en Madrona. Igual que en Torredondo y Perogodo, a su vez barrios de Madrona. Por contra, en Zamarramala y Hontoria, los más cercanos, sí atisban algún progreso. «Nos han puesto los contenedores y nos van a arreglar la acera de la calle principal del barrio este año. Poco a poco se va avanzando», dice Teresa de Andrés, presidenta de la asociación vecinal Pinilla, de Zamarramala. «Se van haciendo cosillas, no todo lo que se pide, pero algo más de caso nos hacen», admite Rubén García, presidente de la asociación San Vicente, de Hontoria.