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Justo Postiguillo, en una calle de San Rafael. Pedro Luis Merino
Coronavirus en Segovia: «He estado tres meses enganchado al oxígeno»

«He estado tres meses enganchado al oxígeno»

El día a día de Justo Postiguillo, vecino de San Rafael, cambió cuando contrajo el virus, pero vive para contarlo. Ángel, su cuñado, corrió peor suerte

Carlos Álvaro

Segovia

Sábado, 7 de noviembre 2020, 07:54

«Lo he pasado mal, pero ya me encuentro mejor y he recuperado la vida de antes, aunque salgo muy poco de casa, no merece la pena arriesgarse», cuenta Justo Postiguillo, de 78 años, mientras apura el último café en un bar de San Rafael, pueblo en el que reside, antes del cierre generalizado de la hostelería. «Y, ahora, con las cafeterías cerradas, voy a salir mucho menos todavía», añade. A él no le pueden negar lo peligroso que es exponerse al virus porque mató a su cuñado y a él lo ha tenido más de tres meses enganchado al oxígeno. «El bicho existe y está ahí. Hay que andarse con mucho cuidado, armarse de paciencia y tomar las precauciones debidas. No se puede estar por ahí de cachondeo, como están haciendo algunos», advierte.

Justo no puede evitar sentir cierto desasosiego cuando recuerda los angustiosos momentos que pasó tras el contagio. «Eran las tres de la mañana y noté que me ahogaba. No podía respirar. Me asusté. Vivo solo y no dudé en avisar a Urgencias. Vinieron de El Espinar, rápidamente, pero a mí esos minutos se me hicieron eternos. Me vieron y llamaron a una ambulancia que me trasladó a Segovia. Ingresé en el Hospital General esa misma noche y allí pasé catorce días», relata. Afortunadamente, Justo no necesitó entrar en la UCI: «Me pusieron el tratamiento y fui respondiendo. Padecía de bronquios y la cosa se me había complicado, pero salí adelante. Claro, me mandaron a casa, pero con el oxígeno. He pasado más de tres meses con el oxígeno enchufado porque no recuperaba la capacidad respiratoria. Por suerte, ya no lo necesito».

Peor suerte corrió Ángel Hurtado, su cuñado: «Mi hermana, María Ascensión, y Ángel, su marido, enfermaron cuando yo, al comienzo de la pandemia. Llegamos a coincidir los tres en el hospital. Gracias a Dios ella salió adelante, pero Ángel murió en el mismo hospital. Llevaba un marcapasos, tenía al corazón tocado y al pobre le atacó mucho. Tenía uno o dos años menos que yo, y vivía en Madrid, aunque venían asiduamente a la casa de San Rafael. De hecho, la enfermedad les pilló –a él y a mi hermana– en San Rafael, no en Madrid. Cuando murió, a mí no me quisieron decir nada. Me enteré unos días después. Es una pena muy grande. En San Rafael y en El Espinar se han muerto muchos, y ahora, en esta segunda ola que llaman, hay muchos contagiados también».

Ángel había trabajado de taxista en Madrid y Justo ha pasado toda su vida en la construcción, de albañil, hasta que cumplió los 65 años y se jubiló. «Creo que me he recuperado muy bien. Es más, me encuentro fenomenal porque no noto nada extraño. No tengo secuelas. Salgo, hago algo de compra y me vuelvo enseguida a casa. A mediodía, como con mi hermana y por la tarde, a eso de las cuatro o cuatro y media, voy al bar a tomarme un café. Poco más. En casa me encuentro más seguro. El día 12 de agosto cumplí 78 años y tengo que cuidarme. No puedo ocultar que siento cierto miedo, por mucho que digan. Esa es la verdad», admite.

La pandemia ha cambiado las costumbres y ha dejado en este rinconcito de la sierra de Guadarrama un manto de tristeza difícil de olvidar: «Tenemos que acostumbrarnos. Esto acabará pasando. Lo siento por quienes se han quedado en el camino. Eso es lo que más pena me da».

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