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fernando de la calle
Nava de la Asunción
Lunes, 27 de abril 2020, 20:05
Con residencia actual en Palazuelos de Eresma y el corazón dividido entre Nava de la Asunción y Nieva, donde tiene a muchos familiares y amigos, Raquel Adeva del Río es actualmente enfermera en el Hospital Universitario de la localidad madrileña de Getafe, donde ... lleva trabajando desde hace 18 años. «Suelo salir en mi coche pasadas las seis de la mañana. Antes de la crisis sanitaria iba hasta la estación de Segovia para trasladarme en Ave hasta Chamartín y tomaba otro cercanías hasta Getafe. Tomé la decisión de cambiar porque quitaron trenes y salían con menos plazas disponibles, no estaban los de todos los horarios y para volver lo mismo. Me pasaba todo el día en Madrid por la mala combinación». También lo hizo para evitar la cadena de contagio. «No es lo mismo ir directamente con tu coche puerta a puerta que ir a la estación, con el trasiego de gente que se monta en el Cercanías, muchos sin mascarillas, y luego ir al hospital que es otro foco de contagio. Fue por quitar un poco de peligro», señala Raquel, quien para evitar los peajes de autopista prefiere ir a trabajar por el puerto de Navacerrada. «Llegué a escribir a Autopistas y Abertis explicando que era sanitaria y mi situación puntual durante la pandemia, pero no sirvió de nada. Contestaron que no había ninguna orden del ministerio al respecto».
Raquel pasó trabajó en Urgencias, pero lleva ya catorce años en la consulta de Otorrinolaringología. Con la llegada de la crisis sanitaria y la suspensión de todas las consultas, la reubicaron en una específica de la covid-19, realizando pruebas al personal del centro hospitalario, a los que se encargaba de sacar muestras. «La toma se hace introduciendo un bastoncito por la nariz y alrededor de la garganta para obtener muestras. Al principio empezamos haciendo muchas pruebas, pero luego nos llamaron la atención porque no se podían hacer tantas, porque no había reactivos ni material. Hemos pasado por muchas fases, ha cambiado el protocolo muchas veces. Primero se hacían con cualquier síntoma y luego había que tener más sintomatología para realizarlas. Se ha ido modificando según tuviéramos material o se pudiera disponer del personal, porque si hacían la prueba y daban positivo, se tenían que ir a casa catorce días mínimo. Luego varió el protocolo y se repetía a los siete días. Ha ido cambiando según la evolución que ha tenido la pandemia, no ha sido con un criterio uniforme», señala la enfermera.
Raquel no tiene datos exactos de los compañeros que han dado positivo en su hospital, pero tiene constancia de que son muchos los contagiados. «Al principio entre un tercio y la mitad de los que se la hacían daban positivo, pero tampoco se hacía a todo el mundo. De los que lo han pasado, muchos ya han vuelto tras superarlo, algunos tuvieron síntomas leves, pero otros han estado muy graves, incluso dos han fallecido con poco más de cincuenta años», lamenta. Ella ya ha retornado a su consulta habitual de otorrino para atender las urgencias. «Toda la zona de consultas del hospital se transformó en zona limpia de coronavirus, se habilitó para urgencias de todo lo que no tuviera que ver con medicina interna, donde durante casi un mes ha sido casi todo coronavirus. Esa zona permanece actualmente, pero esta semana ya se ha empezado a limpiar y a abrir alguna UCI, porque ha descendido mucho el número de casos. Poco a poco se está intentando volver a la normalidad, pero estamos en espera de lo que pueda pasar tras empezar a dejar salir gente a la calle, a ver qué pasa».
aquel recuerda cómo al principio de la crisis sanitaria la situación en el hospital madrileño donde trabaja se volvió caótica. El centro llegó a colapsarse por la llegada diaria de cientos de personas afectadas por el virus. El material de prevención escaseaba y se apañaron como pudieron, aunque ahora les dan un EPI al día. «Las compañeras que han acabado en puestos de primera línea se han unido mucho porque han vivido momentos muy duros y los siguen viviendo: ver que se les moría mucha gente o cambiar de turno y encontrarse gente tirada en los pasillos que se ahogaban y no podían hacer nada más que cogerles de la mano. Cosas muy duras que les hacían salir llorando todos los días. A otros compañeros hasta les ha dado lipotimias de tantas horas con los equipos de protección puestos. Por mucho que seas sanitario, no estás preparado para eso».
Respecto a la desescalada de la crisis sanitaria, Raquel Adeva no lo ve fácil. «Se está haciendo muy poco a poco, porque el periodo de incubación de esta enfermedad es muy largo, dos semanas, y la gente que se pone enferma está mucho tiempo ingresada. Los que se recuperan están prácticamente un mes y eso colapsa mucho, porque sigue llegando gente. Se nota el bajón porque han pasado seis semanas, pero ahora que han salido los niños no sabemos. Es complicado abrir nuevas zonas limpias, porque a todo el personal que entre en ellas habría que hacerles pruebas casi a diario…».
Las medidas de prevención no han variado en el hospital. «Todo el personal lleva mascarilla y guantes, pero dependiendo de la zona del hospital donde estés trabajando, llevas una mascarilla u otra. En zona limpia vale con una quirúrgica, pero en otras, como la que yo estoy. en otorrino, cuando hay pacientes, al estar trabajando en la vía aérea debemos llevar mascarillas con más protección, porque en la garganta y la nariz es donde más concentración de virus hay. Si estás en UCI llevas EPI, pantallas y de todo», comenta la sanitaria, que explica también sus propias medidas de protección. «Cuando salgo del hospital, me quito todo, me lavo las manos, me pongo una mascarilla limpia y salgo intentando no tocar nada. En el coche tengo alcohol desinfectante y lo paso por el volante y por lo que toco. En casa dejo los zapatos fuera y les doy con una solución de lejía y agua. Me desnudo en el pasillo y meto la ropa en una bolsa para lavar y ya me subo a duchar. Eso lo hago siempre, de la calle no meto nada».
Con Anselmo, su pareja, y con su hija Inés, de seis años, ha intentado aumentar las medidas demprevención. «A mi hija, cuando llego, no le dejo que me toque hasta que no me he duchado, se intenta reducir los besos, pero es una niña y viene y te los da, aunque entiende la situación perfectamente . Ahora está encantada de poder salir a dar un paseo con su bici y la mascarilla puesta».
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