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La entrada en vigor de la nueva ley animal dispara los abandonos de gatosLa entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal «ha disparado» el abandono de gatos en los últimos meses. Lo cuenta el secretario de la asociación Gestores de Colonias Felinas de Segovia, Jesús Sanz. «Hay gente que quiere tener un gato en casa, ... pero sin ningún tipo de responsabilidad. Ahora que hay que tenerlos registrados, mucha gente habrá dicho, mira, el gato se va a la calle porque no nos importa absolutamente nada». Y acaban en colonias como las que él cuida. A una han llegado en las últimas semanas tres gatos adultos –bonitos, gorditos– que han encontrado un nuevo hogar. Pueden sobrevivir porque no pierden la habilidad de buscar alimento, pero sus probabilidades son escasas. «Los gatos que tenemos en casa no saben lo que es un coche. Si le abandonas, lo más normal es que muera atropellado».
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La asociación nació en julio para defender su tarea, suplirse en caso de enfermedad o vacaciones y compartir conocimientos. La asociación tiene 40 socios, el 90% están entre los 60 cuidadores registrados, aunque ellos elevan el dato real hasta cerca de los 70; la mayoría son mujeres mayores de 60 años. «El motivo común es que vemos gatos por la calle, nos da pena la situación en la que están y consideramos que necesitan un poquito más de cuidado», subraya Sanz. Ponen en valor su función básica en el ecosistema urbano. «Siempre hemos tenido problemas de cucarachas, alguna rata de vez en cuando. Y en el momento que llegaron los gatos, desaparecieron». Su correo electrónico es gescofes@gmail.com.
Su papel es aliviar las dificultades de los gatos callejeros con agua, comida y, sobre todo, tener localizadas las colonias de cara a las campañas de esterilización. «Lo básico es hambre, frío, sed», resume Sanz. La principal causa de mortalidad en un gato callejero son los atropellos, algo que asume. «Los humanos no podemos parar con nuestra vida, son cosas que pasan». También hay obstáculos sociales. «Hay vecinos que tiran los comederos que se les ponen y en muchos casos matan gatos de las colonias o les tiran piedras. Eso ya es crueldad animal. Son casos, por desgracia, habituales». Una hostilidad que se traduce en amenazas a los cuidadores que Sanz invita a denunciar, máxime por la entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal. «No pasa un mes sin que haya alguna amenaza grave ante personas que al fin y al cabo están haciendo un trabajo del Ayuntamiento, aunque sea por iniciativa propia».
Sanz lleva tres colonias junto a otro compañero con el que se turna. Utiliza recipientes de plástico al estilo de los que distribuye un supermercado para el pollo asado. «Se colocan en un sitio que esté fácil de localizar para los gatos y que esté un poquito escondido para que no moleste a la gente». Colocan uno para el agua y otro para el pienso seco, el único alimento autorizado por la normativa municipal. Los voluntarios costean la comida –él se gasta unos 100 euros al mes– a la espera de que las entidades locales asuman el coste, en virtud de la ley. Hay voluntarios en pueblos menos colaborativos que costean también las esterilizaciones. Ellos van una vez al día; hay quien va dos y quien va cada dos días. Un saco de diez kilos le dura diez días.
Tiene una veintena de gatos a su cargo. Una de sus colonias está completamente esterilizada, pero hay otras en las que llega una camada y el número se multiplica. La mayoría de los gatos pequeños mueren. «Lo triste es que de los diez o doce gatos que pueden nacer, te das cuenta de que pasado un año quedan uno o dos». Si sobreviven, cuando la colonia crece tanto se fragmenta y algunos emigran, lo que dificulta el seguimiento. «Si hay muchos gatos y se empiezan a largar, te van generando colonias nuevas. La esterilización es fundamental para mantener una relación entre la población y los gatos». Con todo, un adulto no suele vivir más de cinco años, porque está expuesto a enfermedades y porque la cobertura sanitaria depende del bolsillo del cuidador.
En algún caso, les ha puesto nombres como Balín, el enano de 'El Señor de los Anillos', pero trata de mantener distancia. «Si hubiera podido, le hubiera metido en mi casa, pero no me gusta tener una conexión emocional muy grande con ellos porque sé lo que hay. Conozco a gente que está destrozada. Intento no equipararlos a mis mascotas; son animales a los que estoy ayudando».
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