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Un hombre segoviano realiza una actividad en la sede de la organización. El Norte

«Los enfermos de salud mental también podemos tener novia»

Paco ha conseguido con esfuerzo una vida estable tras tres intentos de suicidio: «En los pueblos pequeños se creen que estás loco, sigue el estigma»

Domingo, 19 de enero 2025, 20:59

Han pasado 25 años desde la primera vez que Paco, el nombre ficticio de un segoviano que ahora tiene 55, intentara «quitarse del medio»: cogió unas 90 pastillas del consultorio médico, se las tomó, salió mareado y una vecina llamó a la ambulancia. Fue el ... primero, pero no el último. Afortunadamente, dejó siempre una rendija y hoy, tras tres intentos fallidos de suicidio en el retrovisor, esgrime una vida que no quiere abandonar, con compañeros de piso y una novia.

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«En los pueblos pequeños se creen que estás loco, sigue el estigma, pero salí de eso y mi vida está plenamente evolucionando. ¡Olé, estamos aquí, peleando cada día por seguir vivos! Eso sí, todavía tengo que ir con pies de plomo», relata.

El intento de suicidio llegó por una mezcla de factores, desde el fracaso personal a la norma de no preocupar a sus padres. «Ya iban siendo mayores, no contabas todo, te lo tragabas. En los pueblos pequeños, el estigma de que no salieras… Veían la enfermedad como un bicho raro, no como una persona a la que le duela el pie o la cabeza».

Le marcó un suicidio una década antes, un hombre con quien compartía lazos generacionales. Cuando se tomó las pastillas, un señor le dijo: «¡Eso es lo último!» Un gesto de azote de la mujer de su primo refrendó el mensaje, la imagen que más recuerda. «En ese momento sentía tanta rabia e impotencia que no quería seguir». Un lavado de estómago en el hospital le salvó la vida: tampoco sería el último. Así empezó su relación con salud mental. Trastorno depresivo en remisión.

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«El mejor apoyo para mi madre es que yo esté lo mejor posible«

Llegaron las primeras conversaciones con el psiquiatra y una medicación de antidepresivos que sigue tomando. «En el momento que lo dejes, otra vez viene Paco con las rebajas». Nunca mejor dicho.

Siguió en el pueblo y mejoró su situación laboral. «Hasta empecé a ir a bodas y como yo no bebía cogía el coche a la vuelta. Te sientes querido, valorado y apreciado, vas evolucionando». Pero volvieron los problemas, pues la muerte de un tío suyo le hizo sentir impotencia por no poder consolar a su padre. «Me fui a la dehesa del pueblo a hacer lo mismo, pero con menos pastillas». Se salvó él mismo: se arrepintió y llamó al 112. Su padre murió poco después. «No salía de los tanatorios, son experiencias que te marcan».

Apoyos

Lejos de ser la puntilla, aquello provocó un rebote. «El mejor apoyo para mi madre es que yo esté lo mejor posible, pasé unos años bien». Y viajó con ella por balnearios de toda España. «Que viera otro mundo más allá de las cuatro paredes en las que cuidaba de su marido y su hijo. Mérito tuvo la mujer».

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Enn 2009 ingresó en una residencia porque las condiciones de su vivienda no eran adecuadas. «Vivir solo en una casa muy grande… los pensamientos afloran otra vez». Pero trabajó por ser el mejor hijo posible en los cinco años de vida que le quedaron. «Igual que te habían cuidado a ti, tienes que estar a las duras y a las maduras. Hay muchos hijos que les dejan abandonados, van a hacer la visita del médico y ya está».

Al final, emigró a Segovia. «Si me quedo en el pueblo, lo mismo a los cuatro días estaba criando malvas». Quizás, piensa, en el pozo de su antigua casa. Encontró estabilidad repartiendo publicidad, pero volvió el bajón, recurrió a las pastillas y un amigo le llevó a Urgencias. Aquello derivó en un hospital psiquiátrico. Una vida al límite que encauzó en Amanecer, un refugio al que acudió por el boca a boca. «Es como pasar de jugar en un equipo pequeño a fichar por el Madrid o el Atleti».

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El trabajo de la asociación ha desembocado en su integración en uno de sus pisos con cuatro compañeros. «Cada uno hace la comida, la cena, limpia el baño o el salón. Ese es tu día a día. Y vienes a los talleres. Tengo un planning como un trabajador». Le gusta la «filigrana», es decir, hacer pendientes o broches. Y la monitora agradece su trabajo. «Eso para cualquier persona es cojonudo, pero para alguien con problemas, más; te vas a casa diciendo que vales para algo».

Uno de los próximos talleres le llevará a un pueblo «para hacer ver a los vecinos que los enfermos de salud mental también podemos tener novia, aficiones o un equipo de fútbol sala». Tras intentar quitarse la vida, en su pueblo se sintió apartado, pero hubo quien le comprendió: «Que no había sido ni el primero ni el último», relata.

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Así que habla de su vida como un aprendizaje en marcha. «A ver si en 2025 meto la pata once veces en vez de doce. Y no está solo: lleva casi cuatro años con pareja. «La conocí en un psiquiátrico. Yo iba a una discoteca y no me comía una rosca, pero me llamó por mi nombre cuando nos vacunamos del coronavirus y ahí empezó todo». Cuando llegan malos pensamientos, sale a la calle, busca ayuda espiritual o escribe. Porque quiere vivir.

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