Los ecos de la ronca en Riofrío
El bosque es estos días espectáculo del sonido de la naturaleza animal, con el abrupto choque de las palas de la cornamenta y el grave berrido encelado
juan lópez-ical
Segovia
Domingo, 20 de octubre 2019, 21:02
Poco después del amanecer se encuentran, frente a frente, en una vaguada del bosque de Riofrío, junto al palacio del mismo nombre. Comienza un ritual que, no por la costumbre de repetirse todos los años, deja de impresionar. Los dos gamos machos se observan, marcan su territorio, encelados, con la pequeña hembra presente, como si estuviese esperando al vencedor, pero desde la seguridad que otorga la distancia. Repentinamente ambos aceleran, enfrentan su cabeza y el abrupto choque de las palas de sus cornamentas resuena bajo las encinas, con un eco que se eleva y advierte al resto de miembros del grupo y que recuerda a la colisión de unas baquetas entre sí.
El grave ronquido de los ungulados culmina una mezcla de sonidos que ayudan a crear música de guerra y vaticina el combate. Así, hasta que uno se da por vencido. Pueden pasar horas luchando. Incluso, en el peor de los casos, pueden quedar enganchados, sin posibilidad de soltarse, y terminar pereciendo días después por inanición. La imagen regresa al bosque, como así sucedía en los siglos XVIII y XIX, cuando el rey Francisco de Asís y, principalmente Alfonso XII, acudían a este espacio a cazar. El sonido delataba a los animales entonces. Hoy en día el lugar es protegido.
A diferencia de la berrea del ciervo, los gamos roncan, pero son escuchados a lo largo de todo el perímetro que conforman las 600 hectáreas de este espacio único, propiedad de Patrimonio Nacional, repleto de encinas, sabinas, robles, arces y quejigos, además de fresnos, que aportan una particularidad diferente. «Siempre mantenemos un equilibrio en el cuidado de los árboles», señala la segoviana Esther García, una de las guardas del espacio. Aunque de vez en cuando, en base a los criterios de los técnicos, se produce alguna saca por motivos de superpoblación de los animales. A día de hoy, entre gamos y ciervos suman 200 reses, que cuentan con su particular saneamiento ganadero.
García conoce cada palmo de este lugar. Si quieres ver y escuchar la bronca del gamo –la berrea ya terminó hace unos días–, ella te guiará allí donde lo podrás disfrutar en primera fila, algo que cuenta con su dificultad. Este año ha estado marcada por un verano «muy duro» en cuanto a altas temperaturas y que se ha extendido bastante en el tiempo. «Este año hay menos animales y la berrea no ha sido tan increíble como otros años», acierta a decir, si bien admite la fortuna de haberse encontrado con una pelea de machos nada más comenzar la mañana, con las primeras luces. Que el verano se alargue afecta a la berrea y la bronca del gamo, pues «también cambia la luz del día, que no es igual ahora que en septiembre». «Les influye mucho el tiempo y quieren un tiempo otoñal para el celo», sostiene. Al respecto, considera que habría que analizar un conjunto de varios años para saber si el cambio climático afecta a este espectáculo natural que es celo de estos dos ungulados. «Si en épocas posteriores, los largos veranos se acentúan, está claro que los animales tendrán un celo más largo y las crías nacerán más cerca del siguiente verano. Por eso lo pasarán mal, porque se encontrarán menos pastos que en primavera», opina.
Tras la berrea, además, los animales «pierden mucho peso» y se afronta el mayor número de bajas, algo que no solo sucede en Riofrío, sino en ciervos y gamos en libertad. Durante días se enfrentan a un «esfuerzo continuo y una atención y advertencia que también les cansa». «Prácticamente ni comen porque se dedican a pelear y al celo. Muchos acaban 'tocados' y lo pasan mal en invierno», añade.
Un espacio real
Riofrío es uno de los numerosos bienes que aún pertenecen a Patrimonio Nacional. En Castilla y León cuenta también con el Palacio de La Granja, a pocos kilómetros, además de Santa Clara, en Tordesillas (Valladolid), y el monasterio de las Huelgas Reales, en Burgos. Y fuera destacan los Jardines de Aranjuez, el Escorial y sobre todo El Pardo, un pulmón de Madrid que se compone de 15.000 hectáreas, cuando todas las propiedades de la institución en España suman 25.000.
La finca de Riofrío, donde hoy los gamos pastan tranquilamente, sin el riesgo de depredadores naturales, era propiedad del marqués de Paredes y empezó a ser alquilada por Felipe V y su segunda esposa, Isabel de Farnesio, como coto de caza. Fallecido el monarca en 1746 la reina lo adquirió y edificó un palacio, cuyo arquitecto fue Vigilio Rabaglio. Las obras terminaron en 1762 tras 11 años de construcción. Pero la llegada de Carlos III al trono de España motivó que su madre, la propia Isabel de Farnesio, volviese a representar un papel destacado en la Corte y no prestase más atención a este sitio ni lo llegase a habitar nunca. De hecho, se incorporó al Patrimonio de la Corona por el monarca tras el fallecimiento de la reina viuda en 1766. Por tanto, el palacio solo sirvió como pabellón de caza en el siglo XVIII y XIX y residieron en él personas reales durante cortos períodos en la segunda mitad del XIX, especialmente el rey consorte don Francisco de Asís y Alfonso XII cuando enviudó. A estas épocas corresponde la decoración interior y el mobiliario.
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