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Álex Casado, Miguel Ángel Alonso y Daniel Monroy, jóvenes segovianos con TEA, se tapan los oídos en la sede de Autismo Segovia. Antonio Tanarro
Entre la diversión y la agonía a causa de los petardos

Entre la diversión y la agonía a causa de los petardos

El estruendo que provoca su estallido genera ansiedad, estrés y un miedo extremo en aquellos con TEA y también en los animales

claudia carrascal

Segovia

Viernes, 31 de diciembre 2021, 08:27

La pirotecnia y los petardos son sinónimo de fiesta y diversión para muchos, pero para otros tienen graves consecuencias y con la Navidad estas explosiones causadas por la pólvora se multiplican en las calles. Una tradición todavía más notoria durante los días de Nochevieja y Año Nuevo.

En Segovia tan solo hay un establecimiento autorizado para la venta de estos juegos de luces y sonido, se trata de la Armería Prieto, que lleva ocho años comercializando petardos y fuegos artificiales. Su responsable, José Aparicio, asegura que la Navidad es la época más fuerte del año en cuanto ventas, de hecho, «el 90% de la pirotecnia la vendemos en diciembre y enero, aunque los días más fuertes son el 30 y 31 de diciembre».

El producto más demandado entre los jóvenes es el petardo tradicional y cada vez ganan más adeptos entre los adultos las cajas de fuegos artificiales, ya que es «un espectáculo bonito de ver». Desde su punto de vista, Segovia es una ciudad con mucha tradición en pirotecnia y «el consumo va a más». El ticket medio de compra oscila entre los 40 y los 80 euros y reconoce que este año se están recuperando las cifras previas a la pandemia porque en 2020 «se notó la caída debido a la ausencia de reuniones».

Estos artilugios desatan las críticas por varios motivos, entre ellos, por su peligrosidad y la posibilidad de generar accidentes graves como la pérdida de un ojo, la amputación de una mano o sordera, entre otras lesiones. Eso sí, Aparicio recuerda que la mayor parte de los accidentes se producen por un mal uso de la pirotecnia porque «existe una normativa de seguridad muy exigente». Hasta el punto de que su armería recibe inspecciones frecuentes por parte de la Subdelegación del Gobierno y la Policía. Además, estos productos pasan controles de calidad muy estrictos. A pesar de todo, incide en la importancia de tener en cuenta la edad mínima para cada tipo de petardos, así como de seguir las instrucciones de utilización, ya que «los problemas surgen cuando se intentan manipular para potenciar el ruido o se introducen en alcantarillas o en botellas».

Uno de los colectivos más afectados por el uso indiscriminado de petardos durante estas fechas es el de las personas con algún tipo de Trastorno del Espectro del Autismo (TEA), ya que entre el 80% y el 90% padecen hipersensibilidad acústica, según la presidenta de la Asociación Autismo Segovia, Susana Guri. Tal y como explica, las personas con TEA procesan los estímulos sensoriales de forma distinta y «para ellos el sonido de un petardo se puede multiplicar por dos o por tres. Esto sumado a que les puede estallar muy cerca y sin previo aviso les genera una sensación de miedo, angustia y ansiedad muy fuerte y los ruidos que superan los 120 decibelios pueden ser insoportables para ellos».

Las reacciones son muy diversas, pero en el caso de su hijo, cuenta que lo más frecuente es que se tape los oídos, chille y cuando puede huye. Este es precisamente uno de los mayores riesgos porque «ya se ha producido algún caso de personas que salen corriendo como reacción al estruendo y les atropella un coche o pueden empujar a una persona mayor y provocar un accidente», advierte.

A ello se suma que la Navidad es un momento de tensión e incertidumbre para las personas con autismo porque «no les gustan las aglomeraciones y se producen muchos cambios en su rutina». Por eso, considera que se debería tener más empatía con estos colectivos tan perjudicados por el uso de cohetes y petardos, ya que «ellos también tienen derecho a estar en la calle y a disfrutar de la Navidad sin miedo».

No obstante, no cree que su prohibición sea la solución, sino que aboga por «buscar de forma consensuada un término medio». Para ello, propone que se establezcan franjas horarias y espacios concretos para su uso y «si se bajara un poco la sonoridad tampoco pasaría nada». Mientras se logra este consenso menciona algunas estrategias para minimizar el impacto como el uso de cascos o avanzarles lo que puede ocurrir y como deben actuar. «Si les anticipas y les indicas que deben relajarse y respirar profundo puede ayudar, pero hay que hacer un trabajo previo y explicárselo con pictogramas, no se consigue de la noche a la mañana». En todo caso, es importante dejarles su espacio y no reñirles ni cohibirles por su reacción y es que hay que entender que «cuando una persona con TEA escucha ruidos fuertes siente que se le nublan todos los sentidos».

Los animales

Los niños, las personas de avanzada edad o los animales también padecen más este tipo de estruendos provocados por cohetes, petardos y fuegos. María Jesús Serrano, presidenta de la Asociación Protectora de Animales de Segovia, considera que estos explosivos son totalmente innecesarios. En la protectora han visto cómo perros aterrados se ponían en peligro al subir a lo alto de las vallas para intentar escapar.

El problema es, tal y como relata, «que no tienen escapatoria, aunque salgan siguen escuchando los ruidos». Además, han sido muchos los casos de perros que iban paseando y del susto han pegado tal tirón de la correa que se han escapado. «En esos momentos solo les guía el pánico, salen despavoridos y corren el riesgo de que les atropelle un coche».

Esta respuesta la compara con la que puede manifestar cualquier persona con una fobia. «Se trata de un miedo exagerado e irracional y no se puede juzgar a nadie por tener fobias, lo mismo pasa con los animales, que no lo entienden, ven peligrar su supervivencia y les resulta muy estresante e incluso paralizante», matiza.

Además de la ansiedad, la taquicardia y el malestar que generan en la mayoría de los perros estos sonidos, Serrano advierte que hay animales con cardiopatías o epilepsias que corren el riesgo de fuertes ataques e incluso de parada cardiaca. Una agonía que también sufren sus propietarios, ya que «una vez que entran en ese estado es muy difícil calmarlos». Tratar de acostumbrarlos a ruidos y estímulos fuertes desde cachorros puede ser útil, aunque asegura que es un pánico muy difícil de abordar sobre todo cuando los perros son miedosos.

Este es el caso de 'Jenna', la perra de Cristian. La adoptó con tan solo unos meses y recuerda que las primeras navidades ya fueron malas, pero a sus siete años la situación solo ha empeorado. «Desde principios de diciembre que ya se oye algún petardo se pone fatal, no quiere ni salir a la calle y si oye alguno cuando la sacamos ni siquiera hace sus necesidades. Se fatiga, se le acelera el pulso y empieza a tirar de la correa para irse a casa. Siempre va atada, pero si la lleváramos suelta saldría corriendo», relata.

A 'Jenna' le afectan tanto estos ruidos que en casa se esconde detrás de un sofá y se puede pasar horas tiritando, además, cuando el pánico se apodera de ella se esconde en el baño. Su miedo es tal que han tenido que cambiar la tradición navideña de cenar en casa de su abuela el día de Nochevieja. «Desde hace unos años cenamos en mi casa porque el salón da a un patio interior y se oyen menos los petardos», detalla. También le dan medicación para evitar que lo pase tan mal, pero Cristian admite que no siempre le hace el efecto deseado. «Los primeros años le dábamos unos calmantes naturales, pero no le hacían nada y ahora toma una pastilla sedante que le va mejor, aunque a veces está tan nerviosa que ni siquiera con la medicación se duerme».

Para Cristian y su familia esta situación es frustrante y afirma que a pesar de haber probado recomendaciones de los expertos como cerrar puertas, ventanas y persianas, poner música alta e incluso atarle una tela al pecho y a la espalda para tratar de tranquilizarla, «no hay nada que funcione». Eso sí, estos días optan por coger el coche y sacarla a pasear por sitios más tranquilos y solitarios porque «verla sufrir tanto es horrible».

'Jade' es la bulldog francés de Marta, tiene 11 años y sufre ataques de epilepsia desde los 2. La Navidad tampoco es una época agradable para ella porque los petardos agravan su enfermedad. «Cuando vamos por la calle y los oye se pone muy nerviosa, se le eriza el pelo, empieza a ladrar y está todo el día muy inquieta, además, la mayoría de las veces este miedo extremo acaba en un nuevo ataque de epilepsia», relata.

En su caso, no le dan ningún tipo de medicación porque «se trata de unas pastillas muy fuertes que con su enfermedad no le van bien y podría ser contraproducente». Marta y 'Jade' han vivido durante años en Segovia y ahora residen en Cantalejo donde, tal y como menciona, hay una gran tradición de festejar con pólvora, aunque desde que comenzó la pandemia «la gente está más comedida» y 'Jade' lo agradece.

Marta también lo pasa mal en esta época del año porque conoce el proceso por el que pasa su perra y no puede evitar recordar casos que ha leído o le han contado. «Conozco un perro que también tenía epilepsia, los vecinos tiraron cohetes y le dieron varios ataques seguidos, le produjeron un dañó el cerebro tan grave que no pudo sobrevivir y ese es mi mayor miedo», confiesa.

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