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Diana Zabuliche llegó a España hace 17 años en un autobús desde Brasov, una de las ciudades con más encanto de Transilvania. Más de tres días de carretera dejaron a una mujer con una mano delante y otra detrás. «Llegué ilegal, sin papeles», recuerda. Dos ... décadas después, esta rumana que se enamoró de Navafría, acumula un variado currículo, con trabajos de todo tipo, pero no ha abandonado la precariedad. Ahora se gana la vida de cartera, limpiadora y profesora de manualidades. Sin la estabilidad de un empleo de calidad, el pluriempleo está tan anclado a su vida como sus dos hijas.
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Luis Javier González
A su llegada a Madrid, empezó como interna en una casa cuidando a un niño a tiempo completo, con un par de tardes de horas libres a la semana. Allí recibió su primer sueldo precario: 550 euros al mes. «Sabía tres palabras en español, me tuve que aprender la entrevista de una guía de conversación». El destino y unos amigos rumanos que vivían en Navafría llevaron a Diana de vacaciones allí. Descubrió un nuevo mundo. «Me asfixiaba en los 40 grados que hacía en Madrid en agosto. Cuando llegué a Navafría dije: yo aquí me quedo, se puede vivir por la noche, hay naturaleza y se respira aire fresco».
Buscó un trabajo los fines de semana en una panadería de Pedraza. En un principio, mantenía su empleo de interna, pero con el tiempo se quedó en Segovia porque el jefe de la tahona legalizó su situación. Trabajó seis años entre hornos y levadura, hasta que tuvo a su primera hija y pidió una excedencia. A su vuelta, su jefe la despidió y tocó volver a empezar. Se apuntó a clases de manualidades y cogió ideas en ferias medievales de Arcones o Cantalejo.
Mientras salía y entraba en el paro, se formó con cursos de todo tipo. Así consiguió un trabajo de camarera y masajista en el manantial de Navafría, que cuenta con un spa. Un contrato de tres meses. «Además de hacer habitaciones y servir un comedor, daba masajes, así que exigía que me pagase un poco más, porque a mí el curso me costó tiempo y dinero, que lo hacía en Segovia». La respuesta fue no, así que se marchó. Siguiente etapa: camarera en Pedraza. Como el sueldo tampoco daba para excesos, empezó a limpiar casas. «Es una zona con mucha gente de Madrid, hoteles o casas rurales».
Tras tres años de alumna de manualidades, dio el salto a monitora, trabajo que desempeña desde hace siete años. «Una amiga me decía que era muy creativa, que valía para eso». Está empleada por una contrata que gestiona un servicio de la Diputación de Segovia en distintos pueblos. El número de clases depende de cada año porque el número de pueblos es variable. Un servicio que, según le dicen sus compañeros más veteranos, también se ha precarizado. «Antes se podía vivir de esto».
El curso pasado dio clases los lunes en La Velilla y Torrecaballeros; los martes, en Navares de Ayuso y Navares de Enmedio; los miércoles, Urueñas y Campo de San Pedro; los jueves, Brieva, Sepúlveda y Condado de Castilnovo, y el viernes en El Guijar.
Diana, de 43 años, nunca se ha quedado quieta. Se apuntó a la bolsa de Correos, hizo los cursos pertinentes y forma parte de la bolsa de empleo desde el año pasado. Son contratos cortos: un mes el año pasado, un mes y medio este, hasta el 16 de septiembre, en pueblos como Riaza, Montejo de la Serrezuela, a 60 kilómetros de su casa, en La Velilla.
El trabajo de manualidades ocupa las tardes. Las mañanas, para limpiar casas, otro trabajo inestable. «Te llama la gente para que vayas dos horas una semana, pero tampoco es fijo». El curso pasado limpiaba unas cuatro casas en pueblos alrededor del suyo. También vende sus creaciones en ferias artesanales. Tiene que pagar su alquiler, el de su hija, que estudia en Madrid, el coche, la calefacción en un lugar donde los inviernos no perdonan, comida, internet o los gastos de veterinario para su gato.
Diana define así su rutina: «Cenicienta de día, princesa de tarde y exploradora los fines de semana». La primera, por limpiadora. La segunda, por artista. La última, por los fines de semana, por sus paseos. El momento de libertad para una mujer que tiene que hacer que cada hora cuente.
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