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Una emprendedora publica un mensaje en Facebook preguntando por un pueblo de Segovia para abrir un bar. Se abren las puertas del cielo y en ... apenas 24 horas se acumulan 140 comentarios de vecinos presentando su candidatura: Campo de Cuéllar, Monterrubio, Codorniz, Casla, Escalona del Prado, Navares de Enmedio, Roda de Eresma, Santibáñez de Ayllón, Sequera de Fresno, Fuente el Olmo de Íscar, Etreros, Juarros de Voltoya, Pelayos del Arroyo, San Cristóbal de la Vega, Nieva, Tabanera de la Luenga… Abrumada por la respuesta, la impulsora desvela al ganador: Fuentepiñel, en el valle de Fuentidueña. Toda una lotería, pues solo quedan 100 localidades con bar en la provincia, menos de la mitad. Un declive alimentado por la falta de relevo generacional y la pérdida de población.
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Los datos son pertenecen al registro de altas en la Junta de Castilla y León, unos datos actualizados pero con margen de error, pues es habitual que algún cierre no se notifique. El mapa hostelero de Segovia tiene los siguientes números. Cuatro pueblos de la provincia tienen un bar; con dos bares hay 13; con tres bares, hay 11; con cuatro bares, 9; con cinco bares, 7; con seis bares, 5; con siete bares, dos; uno tiene ocho bares o otros dos tienen 9. Los más numerosos son Sepúlveda y Villacastín (12), Riaza (13), Coca y Carbonero el Mayor (14), Nava de la Asunción (15), La Granja de San Ildefonso (22), Cantalejo (31), El Espinar (35), Cuéllar (74) y Segovia capital (254).
«El bar es el centro social del pueblo», resume el gerente de la patronal hostelera y turística Hotuse, Javier García Crespo. «La idea es que no desaparezca, es el lugar que está abierto siempre, donde se dejan los paquetes o el correo, el lugar en el que la gente puede conectar». Su asociación se ofrece como mediadora para impulsar el mantenimiento de los bares en los pueblos, haciéndolos rentables a través del proyecto 'Sin bares no hay pueblos', con la colaboración de la Diputación. Lo hacen a través de formación y gestión, tanto de locales disponibles como de emprendedores interesados. «Al final estos negocios desaparecen porque no son viables. Nosotros vamos a intentar que lo sean».
El proyecto lleva madurándose desde antes de la pandemia. «Aunque no nos han hecho mucho caso», lamenta el gerente de Hotuse. Actualmente están revisando el contrato de alquiler para un bar en Sotosalbos, atendiendo peticiones de información para la apertura de casas rurales o gestionando trámites con las administraciones. «La información de la normativa es fundamental, mucha gente está perdida a la hora de abrir un negocio».
Como no se pueden multiplicar los vecinos, toca reducir gastos, así que muchos Ayuntamientos ofrecen un local al empresario. Crespo entiende que la pérdida de población limita pero no impide. «Haciendo buenas compras, conectando con proveedores y estando formado para sacar rentabilidad al negocio. Los pinchos, las comidas, cómo venderte a la gente». Un aspecto clave es que el bar no sea solo bar: ante la falta de clientes, sumar otros flancos como tienda de ultramarinos, servicio de loterías o recoger envíos de Amazon. «Lo que no te dan los clientes, que lo aportes con otro tipo de servicios. Hay sitios donde no puedes darle más vueltas. No hay gente y punto».
Con todo, el plan es una simple herramienta. «Nosotros podremos facilitar, pero tiene que haber valientes que tiren para adelante». Y esos valientes no sobran. «El problema es que la gente se va jubilando y no hay relevo. Sobre todo en los pueblos que no son turísticos, porque en estos más o menos van aguantando con los fines de semana». García Crespo cita el ejemplo de Codorniz, que tenía varios bares y los ha ido perdiendo. Hotuse tiene varios locales en su bolsa que no demanda nadie. En la misma zona, Martín Muñoz de la Dehesa tiene un problema similar. «Hay pueblos que no son tan pequeños, pero se han ido aislando».
Tabanera de la Luenga lleva una década sin bar. «No te acostumbras del todo», resume su alcalde, Tomás de Andrés. «Los vecinos quieren bar. Pero yo quiero que me busquen a alguien que quiera abrirlo». El bar más cercano lo tienen en Carbonero el Mayor, a dos kilómetros. El regidor se muestra dispuesto a impulsar el negocio. «Si hubiera ganas, se buscaría la manera. Ahora mismo no hay un local como tal, pero todo es querer». Con todo, se muestra realista. «No creo que sea viable por el número de habitantes. Los de los pueblos grandes están cerrando, así que en un pueblo de 55 habitantes, ya me contarás».
José Antonio Sáez es el alcalde de San Cristóbal de la Vega y su último hostelero. Tras seis años, cerró en 2021. «En un pueblo pequeño, el negocio no daba para más. Aunque te regalen el local, cuando hay poca gente no sacas para gastos». Se formó como hostelero y adquirió un local que había servido de bar y restaurante años atrás. «Fue muy duro, sobre todo los diez meses de invierno, todo lo que no es julio y agosto». Tenía sus clientes fijos y unos seis o siete vecinos que iban a tomar un café. Abría desde las diez de la mañana –vio pronto que no era rentable madrugar más– y cerraba cuando se iba el último cliente, a esos de las diez de la noche. «Con un horario de 12 horas es complicado vivir. Hay meses que sacas beneficios, pero los otros te toca estar poniendo dinero para trabajar».
Llevaba el local junto a su hermana, con la cocina justa para hacer pinchos. El veraneo también oscila año a año, así que julio y agosto no son necesariamente un oasis. Echó el cierre porque encontró otro trabajo con un sueldo fijo, el final de muchos camareros. Los vecinos le piden que abra, pero él no está por la labor. «Habría que invertir recursos del Ayuntamiento en reformar o legalizar los locales. Yo no puedo gastar un dinero cuando sé que no va a haber negocio. ¿Quién lo coge? ¿Cuánto va a durar? Sí, en verano aguantas. ¿Y el resto? Los recursos los uso en mejorar en pueblo, no en atender a la gente que viene en verano».
Los inviernos son muy duros y el verano no es terapia suficiente. Hay casos de bares que abren al albor de las piscinas o en alguna fiesta para luego cerrar. «Llegan las fiestas, que es cuando se pueden sacar cuatro duros, y las peñas le quitan el poco negocio que puede hacer esos días… al final es la pescadilla que se muerde la cola», lamenta el gerente de Hotuse, que pide a los ayuntamientos «colaborar más» con el bar que aguanta todo el año y que, por ejemplo, la comida popular se haga allí. «Que pueda participar de esas vacas gordas. Sin mala fe: esas pequeñas cosas hacen mella».
Falta personal en la hostelería y faltan emprendedores. García Crespo es realista. «Por lo menos, que no se deteriore más. O retrasar esta dinámica. Y si podemos abrir alguno nuevo, perfecto». La consecuencia es la tristeza social. «Estabas solo en casa e ibas a tomar el café con otro del pueblo. Interactuar con los vecinos, incluso con los del pueblo de al lado. Todo eso se pierde». Si el Facebook es el bar de las redes sociales, un bar es el Facebook del pueblo, la gran red social donde los vecinos se lo contaban todo.
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