![Aitana Gómez posa delante del Acueducto de Segovia.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/06/11/aitana-koqG-U200531769002yE-1200x840@El%20Norte.jpg)
![Aitana Gómez posa delante del Acueducto de Segovia.](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/06/11/aitana-koqG-U200531769002yE-1200x840@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Aitana Gómez avisa de que acudirá a la entrevista con un vestido de flores, pero su llegada, recién salida de la peluquería, es inconfundible, con un tacón de 12 centímetros y un maquillaje cuidado al milímetro. Lejos de pasar desapercibida, quiere ese protagonismo, concentrar las miradas, no dejar a nadie indiferente. Se define como la dama escondida, la «oruga» en la coraza de Aitor; ya entonces, en 2019, se sentía mujer, pero pasó a la historia como el primer hombre que hacía las funciones de dama en las Fiestas de San Juan y San Pedro. Condenada a ser pionera, cuatro años después representa a Torredondo como la primera transexual que asume este papel. «Somos más mujeres que una mujer; deseamos tanto la feminidad que cuando la tenemos la vivimos el doble».
Noticia Relacionada
Esta segoviana, de 28 años, tiene como referente a Cristina Ortiz, la Veneno, una de las primeras mujeres en visibilizar al colectivo transexual. Quizás por eso su discurso es enérgico, una sucesión de titulares. Su lenguaje aspira a crear el mismo impacto que su imagen, la que pasea en discotecas madrileñas, donde ha trabajado como gogó. Su bandera es la autenticidad sin límites frente al papel impostado que asumió cuatro años atrás en otra entrevista: mantiene su deseo de ser azafata –ya no aspira a guardia civil– y el sueño de volar en parapente.
Nació el 15 de septiembre de 1994 como Aitor, el nombre de su primer cuarto de siglo. Su película favorita era 'Blancanieves', un icono para ella; cuando fue a los cuatro años a la tienda de disfraces, le sacaron el de Supermán, pero fue a la zona de disfraces de niña y se llevó el de Blancanieves. «Aquí comienza mi sufrimiento. Cuando fui al colegio vestida ya empezaron los niños a reírse». Y la primera pregunta sin respuesta: «Mamá, ¿por qué se ríen de mí?». Iba a clase con muñecas y jugaba con las niñas. «Cuando me veían más amanerada, todo el mundo me apartaba. Vejaciones, insultos, pegarme, robarme, mearme encima, atarme en un árbol». Jugaba sola, recreaba acontecimientos segovianos como el circo o las ferias con los 'playmóbil' y muñecas –aún conserva una colección intacta de porcelana– y elaboraba vestidos con trozos de bayetas. Tiene dos hermanas, pero su relación nunca fue estrecha.
Esa incomprensión complicó su adolescencia y pasó dos años en un centro abierto de menores, una medida preventiva para evitar que adoptase un perfil violento. «Mis padres no se hacían conmigo». No fue un entorno plácido para alguien diferente, pero nada comparado con lo que sintió en Segovia. Durante la entrevista, reconoce a varios de sus verdugos. «Ese que viene por ahí me amargó la vida». Tarifa plana de insultos: bujarra, maricón, nenaza. «Cuando me he convertido en una digna mujer, los mismos hombres que me han amargado la infancia quieren liarse conmigo».
Su primera aparición pública como mujer empezó con el reto de un amigo: «Tú a mí me dejas un fin de semana, te planto unas extensiones y te dejo divina». Imaginen un traje al estilo Cristina Pedroche para las campanadas con unas botas de tacón recién compradas, unas extensiones de Ali Express –ahora las lleva de pelo natural– y maquillaje. Venía de resaca y tenía reservas: «¿Quieres que parezca un travesti mal hecho?». Dio el paso, se miró al espejo y vio otra persona. «Ahí nació Aitana, la Corleone». Aquella fiesta le abrió un mundo: ya no temía llamar la atención, lo disfrutaba. Ocurrió apenas unos días antes del fallecimiento de su abuela Carmen, en noviembre de 2021. «No me ha llegado a conocer así y para mí ha sido un palo muy gordo».
El resumen de su vida es que Aitor tenía dentro a Aitana, un nombre que vio poderoso y que le puso una amiga cuando paseaban por Madrid en una noche de Halloween. Aprovechaba esas excusas temáticas para vestirse de mujer, como un Orgullo en el que tuvo una revelación tras salir borracha de un after: «Me miré en el reflejo de un cristal y, te lo juro, vino un flash y me vi con tetas y cadera. Era yo. Y me puse a llorar». Un amigo vino a atender a aquella pose que tiritaba. «¿Qué te pasa?». Ella contestó: «Estoy viendo a la mujer que llevo dentro». Relata más revelaciones que le mostraron el camino como una transexual argentina con la que coincidió en Sevilla y que se convirtió en su referente. Una noche de 2019, ella le abrió las puertas. «Por favor, sal. Tú eres una mujer. Cada vez que te veo, me recuerdas a mí. Cariño, empieza, cuanto más tardes, menos se te va a notar el cambio. Eres preciosa, vas a quedar bonita».
Empezó a masticarlo y dos días después llamó a su madre. «Lo siento mucho, yo soy una mujer y voy a hacer el cambio de sexo. Y me llamo Aitana». Ya en 2019, antes de salir públicamente como mujer, se operó los glúteos con un cirujano privado. La petición era sencilla: «Que me haga un culo femenino». Inicio el proceso sin la actual Ley Trans, que lo agiliza todo. Ella pasó un año entre evaluaciones psicológicas y psiquiátricas desde su primera visita al médico de cabecera hasta que empezó a hormonarse. Entre medias, la pandemia, un tiempo que aprovechó para dejarse crecer el pelo o hacerse el láser en todo el cuerpo.
Llegó el veredicto de la psiquiatra: «Tú eres una mujer». Y la ansiada cita con el endocrino. Lleva dos años tomando pastillas para inhibir la testosterona y suministrar estrógenos. Asume toda una vida de tratamiento hormonal: cuatro pastillas diarias y un parche cada 72 horas. Su filosofía es que el cambio de sexo se completa con una operación de genitales, pero no impone su criterio. «Cada una es libre de decidir si quiere o no quitárselos. No me hacen ni menos ni más mujer, pero yo me quiero ver completa».
Y cambiaron los insultos. «Cuando eres chico, te llaman nenaza. Y cuando eres una mujer, ya te tratan de macho otra vez, travelo. Pero los enfermos sois vosotros, no yo». Su primera agresión llegó a los ocho años cuando iba a comprar el pan con una muñeca en la mano. «Iba feliz, saltando y bailando, yo era así. Me dijeron, 'bujarra, ven aquí' y me pegaron un guantazo. Me fui corriendo, llegué llorando a casa y se lo dije a mi madre». Pasaron los años y se multiplicaron los insultos: trucha, sarasa, princesita. «Quedaban conmigo solo para reírse de mí y pegarme. Una vez me ataron y me pegaron con cables; otra, me tiraron al suelo y me mearon». Fue una adolescencia dura, pero ahí terminaron los abusos porque cogió carácter. «Ya no me da miedo la gente, me doy miedo yo de lo loca que estoy. Las mujeres más peligrosas somos las que sufrimos porque le echamos huevos, ovarios, a la vida». Su cambio de sexo le ha abierto de expresiones lingüísticas.
Al volver a ser representante de las fiestas trata de cumplir un sueño. «El año que me presenté no lo viví a gusto». Faltaban meses para que diera el gran paso de su vida y ahora quiere hacerlo sin trabas. Ella siente pertenencia con el Cristo del Mercado, al que considera su barrio, pero ya tenían representante cuando fue a preguntar. Una amiga de Torredondo le ofreció una alternativa. «No tengo mucho vínculo, son cuatro o cinco casas, pero están contentos conmigo, les ha gustado mi presentación y son súper majos».
No es el primer tabú que derriba. En Semana Santa se vistió de mantilla en la procesión del Cristo del Mercado, siguiendo los pasos de su madre y su abuela. Cuando murió, llevó en su ataúd la foto del barrio y un rosario. Durante la misa, ante una imagen del Cristo, hizo una promesa a su yaya. «A partir de que yo esté hecha, voy a salir de mantilla con el Cristo toda mi puta vida hasta que Dios me dé salud». La cofradía aceptó de buen grado la propuesta. «Ante los ojos de Dios y de todo el mundo, yo soy una mujer».
Recuerda llegar a la plaza del barrio vestida con una sonrisa. «Recibía cosas buenas. Qué guapa, qué tipazo, estás preciosa, te queda divino». Cuando salió el Cristo y empezó la procesión, lo vio como un hito: «Por fin estoy aquí, Señor, acompañándote». Lo dice una católica sin reservas desde la más tierna infancia limitada durante años al rol de capuchón. Y que sitúa la fe por encima de las reservas eclesiásticas respecto al colectivo LGTBI+. «La Iglesia es una cosa, Dios es otra. Yo no creo en los curas, me confieso sola. Si alguien me tiene que juzgar, es él el día que me muera».
Con estos gestos, Aitana asume la tarea de visibilizar a un colectivo. «Me habría gustado salir unos años antes, pero tenía miedo a más violencia, a perder amigos, familia… Quiero ayudar a las próximas niñas transexuales a ser damas si quieren. Que no tengan miedo. Que luchen». Es la carga de ser pionera, un sentimiento que resume con una frase de la Veneno. «A lo mejor yo estoy corriendo para que luego otras puedan caminar tranquilas».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Jon Garay y Gonzalo de las Heras
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.