Fueron 72 horas interminables, con el corazón encogido y la mente pendiente de un milagro que al final no se obró. En vilo, con el móvil en la mano mirando las redes sociales y los grupos de Whatsapp. En la noche del jueves, ... el fallecimiento de Luis Eduardo Izquierdo heló las esperanzas de recuperación. El héroe, el policía local destinado a la Comisaría vallisoletana de Las Delicias, había muerto. No superó las graves lesiones del accidente de tráfico que le sorprendió cuando acudía al aviso de un tiroteo en el conflictivo barrio de Pajarillos. Desde el lunes, los rezos, los anhelos, los ánimos insuflados por compañeros y personas anónimas sostuvieron una esperanza que quedó truncada y que se tornó en consternación.
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Cuéllar llora y vive entre el dolor y el orgullo dos jornadas de luto decretadas por el Ayuntamiento de la que fue la cuna y el hogar del agente fallecido en acto de servicio. No se habla de otra cosa. En la carnicería, en las terrazas, en el estanco, en la administración de lotería, en la calle. Su memoria y el pesar de los cuellaranos recorría este viernes la villa. Las banderas de la Casa Consistorial ondeaban desde temprano a media asta.
El alcalde cuellarano, Carlos Fraile, subrayaba que «se nos ha ido un gran profesional y una gran persona». Afligido recordaba pocas horas después de conocer el fatal desenlace la sonrisa del agente con el compartió juventud: «Éramos del mismo barrio».
Por la tarde, postes, farolas y alguna fachada mostraban la nueva esquela con la información de la despedida a Luis Eduardo. Y es que en principio estaba previsto que el féretro con los restos mortales del agente fallecido fuera trasladado a mediodía desde el Hospital Río Hortega de Valladolid al tanatorio del Santo Cristo de la Peña de Cuéllar. Luego se postergó la llegada a las ocho de la tarde, y al final será este sábado. A las ocho de la mañana el cortejo fúnebre será escoltado por policías locales, agentes de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, familiares y amigos desde la capital vallisoletana hasta Cuéllar.
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El funeral que se iba a oficiar en su memoria en la iglesia de San Andrés ha sido sustituido por una ceremonia la estricta intimidad por deseo de la familia, al mediodía, en la capilla del tanatorio Santo Cristo de la Peña de la villa cuellarana. Luego, sus restos mortales serán incinerados en el crematorio Santa Teresa de Segovia.
La familia ha donado los órganos del fallecido. Con 40 años, deja mujer, dos retoños de 9 y 7 años y «una huella imborrable», como lamentan quienes patrullaron con él en Segovia hasta que se trasladó a Valladolid porque las condiciones económicas eran mejores.
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Cuéllar no despierta de la conmoción. «Estaba cenando y cuando me pasaron el mensaje de que había fallecido me quedé descompuesta», relata Pilar, quien regenta la librería Carbajo. «Es un pueblo y, aunque no sea pequeño, nos conocemos todos», apuntaba ayer Balbina tras el mostrador de su mercería. «Son gente muy buena, qué pena, está el pueblo destrozado», repite la tendera. «Nos ha pillado con el paso cambiado», añadía Pilar.
Al preguntarle por cómo era Luis Eduardo, los ojos retienen las lágrimas y resalta su bondad y «la sonrisa con la que siempre estaba te transmitía energía positiva». La librera explica que era un placer tratar con clientes como él y sus familiares cuando uno está trabajando de cara al público. Hace unos diez días, el policía local estuvo en la tienda porque quería comprar a sus hijas más cuentos.
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Al igual que Pilar, todos los vecinos que conocían al policía local coinciden en su sonrisa perenne. También lo señalan quienes fueron sus compañeros en el cuartel de la capital segoviana, que este jueves han portado lazos negros en sus uniformes y crespones en los vehículos en memoria de «un gran profesional y una persona inmejorable», reiteraba Ismael Concepción, agente con el que coincidió con Luis Eduardo Izquierdo durante los ochos años de servicio en la ciudad del Acueducto. También los taxistas ensalzaban al preguntarles «la amabilidad y la comprensión» que demostró el cuellarano hacia su trabajo.
«Le apreciaba todo el mundo», aseguran. Y por esa razón, «todo el mundo quería ir al funeral», anotaba la librera. De ello da fe María Henar, encargada del Taller de las Flores, confesaba que no daban abasto con los encargos, coronas y centros con los que los vecinos de la villa quieren honrar la despedida de esa sonrisa eterna. Las muestras de afecto y cariño pueden reconfortar, pero no es consuelo, sobre todo para sus padres, sus dos hermanas, su mujer y sus hijos. «Va a ser muy difícil que superen este trago», lamentaban unas mujeres en la cola de una tienda.
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