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Marlene Gámez explica el Día de Muertos a alumnos de La Losa. El Norte
Así se convierte el luto en celebración
El Día de Muertos

Así se convierte el luto en celebración

Una madre mexicana del colegio segoviano de La Losa explica a los niños su tradición nacional, un reencuentro entre vivos y fallecidos

Domingo, 30 de octubre 2022, 17:25

México, país que ha convertido la muerte en cultura, tiene su particular embajada en La Losa. Marlene Gámez, madre de dos alumnas en el colegio de la localidad segoviana, llevó el Día de Muertos, la fiesta con la que los mexicanos convierten el luto en un feliz recuerdo, a los alumnos del centro. Y compuso unos versos que ilustran el mensaje de su tierra. «A los que van a baloncesto / la calaca anda buscando / pero con los ruidos de los botes / la calaca va botando / y entre tanto deportista / la calaca no decide / si llevarse a los mayores / o a los pequeños y entrenadores / al final de cada juego / la calaca se lo piensa / si llevarse a Julia o Kenya / o irse a la Mujer Muerta / y al final de cada día / la calaca, tan cansada / prefiere dormir la siesta / y dejarse de estas fiestas».

El Día de Muertos es una celebración que simboliza en encuentro entre vivos y fallecidos, una forma de transformar la tristeza en alegría con el regreso por unas horas de los muertos al mundo de los vivos para unirse a sus familias. El foco de la celebración es un altar, un elemento que aúna las religiones prehispánicas con la católica. La parte floral es clave. En México manda el cempasúchil.

El último añadido a la tradición fueron las calaveras literarias, una parte satírica que empezó en el siglo XIX. Marlene ha elaborado las suyas: «A la escuela de La Losa / la muerte llegó a preguntar / por todos los profesores / porque les quería contratar / para que fueran a dar clase al camposanto / a los difuntos que se fueron / y que hemos echado de menos tanto». Hay dedicatorias entre amigos o familiares. Se llaman 'calaveritas'.

Mariachis y festines

Marlene nació en Santiago, en Monterrey, en el norte del país. «La gente lleva comida al panteón y cada familia hace su altar de muertos, con su comida preferida», explica. Hay zonas del país donde las celebraciones duran casi una semana. El día 28 llegan las almas que murieron solas, así que encienden una vela y colocan una flor blanca. El día 30 se coloca pan blanco para los difuntos que se fueron sin comer o que tuvieron algún accidente. El 31, fruta para los ancestros como forma de «guardar la memoria». El día 1 de noviembre, el de los niños, se coloca toda la comida. Y el 2, el de los adultos, es la gran celebración. Está todo lleno de flores porque su olor ayuda a las almas a llegar al camino. «Hay mariachis en los panteones. Se come, se bebe… de todo».

La muerte ya tenía un valor en México antes de la colonización española, en el siglo XVI. «En los últimos años se han retomado estas tradiciones en ciudades que ya no lo vivían. La muerte es la unión que tenemos, desde siempre. De alguna manera, es guardar la paz con ella», subraya esta mexicana, quien trata de normalizar el concepto de la defunción con sus hijas, de tres y cinco años. Marlene recuerda un momento en el que sus hijas le transmitieron sus miedos: «Mamá, no quiero que te mueras». Ella respondió con calma: «Intentaré aguantar todo el tiempo que pueda porque tampoco me quiero ir tan pronto», les dijo.

«Por lo que he vivido en España, aquí se quedan más con el dolor, no con los momentos compartidos»

Marlene Gámez

Mexicana residente en Segovia

Otro pilar del Día de Muertos es la esperanza en el reencuentro. «No es morir y listo, sino que pasas a otro estado. No le vemos el sentido a una vida sin que haya algo después de la muerte», arguye. La gestión de la pérdida es una asignatura pendiente en la cultura española, por lo que el taller eludió elementos como las 'calaveritas' o fotos del difunto al altar. «La muerte se vive con dolor, es normal. Cuando se muere alguien, lo lloramos y sufrimos. Aceptamos el dolor y luego celebramos. El dolor es por nosotros, que nos quedamos; pensamos que ellos estarán en un lugar mejor. Por lo que he vivido en España, se quedan más con el dolor, no con los momentos compartidos», afirma.

«Un padre que pierde a un hijo es algo a lo que no nos invita la naturaleza, no estamos preparados», matiza sobre la entidad de la pérdida. Cuando falleció su madre, Marlene sintió la certeza de no volver a verla, de no saborear sus enchiladas. «Tengo la suerte de haber crecido con una familia que me ayudó a afrontar esto», explica, feliz por ofrecer un puente entre culturas. Porque en La Losa, con la Mujer Muerta en el horizonte, la calaca tiene paisaje.

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