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Literatura y leyendas le sobran a Sotosalbos para que el viajero quede prendado de la 'villa del Arcipreste'. 'El libro del buen amor' cuenta cómo el clérigo, camino de esta localidad, conoció a La Chata en el puerto de Malangosto, paso natural entre Segovia y Madrid en el que se celebra la romería más alta de Europa, a 2.002 metros más cerca del cielo. Aquel idilio medieval ha sido revivido por miles de parejas que han sellado su enamoramiento en el altar de la iglesia de San Miguel, joya del románico y Patrimonio Histórico Artístico. Incluso, en los años crueles y sangrientos del terrorismo etarra acudían familias vascas adineradas a celebrar sus bodas en este lugar.
El aroma del lechazo de los asadores que dibujan la ruta del cordero guía al viajero en tierra de cochinillo. Si además del buen yantar se busca serenidad, Sotosalbos está salpicado de viviendas de uso turístico, posadas o casas rurales que invitan al descanso y la desconexión. La tosca mampostería de muros y fachadas, muchos de ellos bien conservados frente al abandono rural, contagia una calma mecida por el aire de la sierra de Guadarrama, un refugio para vecinos temporales que huyen de la gran urbe.
Edificaron sus fuertes alrededor del pueblo segoviano para alejarse del estrés de Madrid y aislarse en imponentes chalés de estilo rústico que se mimetizan con el paisaje. A poco más de hora y media por carretera de la capital de España, hallan su sosiego. «Se nota que hay dinero», comenta Marta al señalar unas viviendas unifamiliares que apenas se dejan ver desde fuera por la altura de sus muros y la frondosidad de la vegetación.
Esta madrileña lleva veinte años disfrutando de la paz que le brinda Sotosalbos, pero no se ha empadronado. «¡Ahora estamos de moda!», comenta agitada ante la presencia de los medios de comunicación. «El pueblo está nervioso, hay incertidumbre», responde a la expectación mediática que «ha colocado Sotosalbos en el mapa». El poso legendario que atesora la villa escribe estos días uno de sus capítulos más rocambolescos e inciertos. Nadie conoce a Javier Maroto. Nadie le ha visto. Nadie sabe si se ha empadronado, y, si es así, en qué casa, qué calle, con quién. Pero a Marta le preocupa y le indigna más el camping de autocaravanas que se quiere construir a las afueras.
Lo del dirigente nacional del Partido Popular «es el culmen» en esta escalada de novedades desbordante para un pueblo de 113 habitantes. Ni Fredi, dueño del bar de la Plaza Mayor, conoce al recién nombrado senador autonómico del PP por Castilla y León. En la mañana de ayer tenía la barra cerrada, pero surtía de chucherías a la chavalería de un campamento. Entre regaliz y regaliz comentaba que «no le he visto nunca, sé lo mismo que sabéis vosotros». Tampoco se le notaba muy preocupado. «Yo abro, saco las sillas y las mesas y no estoy escuchando lo que se dice, estoy al trabajo», sentenciaba.
El vecino Maroto es también una incógnita para Consuelo. Vecina de la localidad, se presenta como cuidadora de la iglesia. Conoce casi a cada vecino; pero al senador... «no, no le conozco, no le he visto», contesta. Ignora cuál puede ser su domicilio. Ni siquiera lo intuye porque no le suena familia con ese apellido en el pueblo. Sus deducciones van más encaminadas hacia los residentes de temporada. Antes de despedirse, declara su amor por la villa. «El alcalde [Feliciano Isabel, del PP] la tiene muy bien, ¿a que sí?». Las calles son mayoría peatonales, están limpias, vacías y casi silenciosas. Solo alguna hormigonera y una excavadora interrumpen la paz. Son nuevos chalés en construcción. Tampoco demasiados. Hay casi más carteles de 'se vende' colgados en las vallas de algunas fincas y en casas cerradas del casco urbano.
A la entrada del municipio hay un letrero que indica la dirección de un 'parking' al aire libre. Así se evita que los vehículos de los forasteros se acumulen en sus rúas. Camino del Ayuntamiento, una mujer pasea con su perra. Es de León y pasa el verano en una casa familiar de la hija. «Es un pueblo muy tranquilo», da fe, por lo que no le extrañaría el empadronamiento del político. Pero ella tampoco se ha cruzado con él. Es más, «si le veo a lo mejor ni le reconozco». Ayer el Consistorio permanecía cerrado por la mañana. En el tablón de la entrada figura el horario de atención, que los jueves hábiles es de cuatro a seis de la tarde.
En la planta baja, una profesora de matemáticas imparte clases a una joven. Ellas aseguran que tampoco conocen del vecino Maroto. Lo mismo que Agustín y Eusebio, que pasaban la mañana a la puerta de su casa con la prensa deportiva en el centro de la reunión. «Ni idea, sí que lo hemos visto, pero en la tele».
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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