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Casi 300 alumnos del Colegio Maristas tratan de responder a una pregunta con un trasfondo que va mucho más allá de un experimento adolescente: ¿Es el móvil una droga? Para ello había que meterlo en una urna y despedirse de él durante una semana, algo que solo aceptó el 26,7% del alumnado, un dato que en sí ya responde parcialmente a la pregunta. Cuando Sergio Calleja, el profesor de Filosofía que ha impulsado el proyecto, pasó clase por clase con sus ocho alumnos proponiendo la idea, muchos les miraron como si acabaran de aterrizar un platillo volante: «¿Qué me estás contando? ¿Estamos locos?» Pero muchos recogieron el guante y cimentaron una investigación de premio. «Una vez más, no pierdo la fe en los jóvenes, 75 lo han hecho. A lo mejor se lo propongo a 100 adultos y no lo hace ninguno».
Calleja dirige un grupo con ocho alumnos de primero de Bachillerato con los que realiza una investigación a lo largo del curso. En el pasado, analizaron qué ventajas aportaba la filosofía a la salud mental. Este año, ante la falta de análisis sobre la adicción a los móviles —a Organización Mundial de la Salud no la considera como tal—, partieron de la 'nomofobia', el miedo a no tener el móvil encima, analizaron los informes sobre su uso y encontraron datos «escandalosos» como que sacamos de media el móvil del bolsillo, aunque no haya sonado una alerta, 200 veces al día.
«Me di cuenta hablando con los chicos que uno de los mayores conflictos que ahora existen entre padres e hijos es por el uso del teléfono». La queja permanente en las reuniones de padres: «No sé qué hacer, está obsesionado». Su uso también genera conflicto en los centros educativos. «Es uno de los primeros problemas de convivencia».
Lo más aproximado a la materia que han encontrado es un estudio de Unicef sobre el impacto en la tecnología en los jóvenes y adolescentes, sumado a datos del Instituto Nacional de Estadística o de la ONU. Por otro lado, han investigado los síntomas de una adicción para analizar si los que han dejado el móvil en la urna los han padecido. «Igual que hay gente adicta al alcohol o a otras drogas, a ver si es que somos adictos», plantea Calleja. La edad media de acceso al móvil en España está en los once años y medio y es prácticamente universal tras cumplir los quince.
Tras documentarse en el primer trimestre, el paso práctico del proyecto consistía en ofrecer a 280 alumnos, comprendidos entre segundo de Secundaria y segundo de Bachillerato, si estaban dispuestos a vivir una semana sin teléfono. El número de síes (75) sorprendió a Calleja, que esperaba menos. Los noes rellenaron una encuesta justificando su decisión, qué temores tienen. El profesor optó por descartar a primero de ESO por ser demasiado jóvenes para entender la trascendencia. «Si les meto, a lo mejor consigo 100; igual lo hacían, pero como una gracia, no iban a ser muy conscientes».
El éxito de un experimento realizado en Segovia así está en su alcance. Y el grupo consiguió involucrar a todo el centro, con voluntarios de diez clases. El mensaje de Calleja caló: «No creo que nunca más se te dé la oportunidad de vivir una semana así. Aprovecha esto. Luego, los amigos hacen un montón, tiran del resto. Yo no pensaba que íbamos a conseguir 75, contaba con 30». Incluidos 20 alumnos de segundo de Bachillerato —un 40% del total—, un dato que le sorprende porque son los que, en teoría, más lo necesitaban para estudiar. Se suman a 27 de tercero de ESO, «una barbaridad», por solo seis de cuarto, los más reticentes: «Ni de coña vivo yo sin móvil».
Aquel escuadrón de ocho alumnos pasó un lunes por cada clase a recaudar móviles: «Ha llegado el momento». Ponían su nombre, lo metían y más de uno dio un beso al artilugio. Calleja esperaba arrepentimientos. «Alguno me vendrá durante la semana pidiéndomelo, no puedo más, tengo un mono que para qué». Pero no. Él se sumó al experimento, así que avisó al Ayuntamiento —es concejal de Juventud— y a su familia.
«La comunicación va a ser igual de fluida que sin él, aunque a lo mejor no sea tan rápida. Si pasa algo grave, seguro que me localizan». La investigación se limita al teléfono, no a las tecnologías, así que podían consultar el correo o las redes sociales en un ordenador, una carencia que se ha manifestado. «No está tan extendido que tengan un ordenador para ellos». En muchos casos, lo que más han echado de menos es escuchar música —ya no hay videotecas—y han tenido problemas con el despertador.
Cuando Callleja recogió el móvil de la urna, Whatsapp ya no contabilizaba los mensajes sin leer: 999+. «Y ninguno era importante. Cuánto tiempo perdemos». Esa era la gracia colectiva cuando lo encendieron, a ver quién tenía más. «Lo han cogido como si fuera un tesoro o un hijo perdido».
Sergio Calleja
Profesor responsable del proyecto
Una valentía que no han apoyado sus adultos. «Muchos profes decían que les encantaría hacerlo, pero no lo han hecho». Tras la catarsis, toca analizar las conclusiones: qué motivos esgrimió la mayoría para no hacerlo y qué sintieron los que sí se desprendieron del móvil. «Cada día les hemos sacado de clase para ver qué sentimientos tenían, si duermen mejor, si han descansado más, si tienen ansiedad…». Una vez lo recibieron de vuelta, rellenaron otra encuesta con las conclusiones, si volverían a dejarlo una semana más.
Por el momento, Calleja ha recogido el «eco» de algunos padres: «Hace mucho que no hablaba tanto con mis hijos». En una lectura superficial de las respuestas, el profesor subraya que «muchos se han sentido más tranquilos, con menos presión y más libres». La idea es redactar las conclusiones en febrero y presentarlas en marzo a un concurso de Innovación e Investigación que organiza la Consejería de Educación. El proyecto de salud mental de Calleja del año pasado —entrevistaron a psicólogos y aportaron una encuesta con más de un millar de alumnos— obtuvo el segundo premio. Este apunta a ganador.
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