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clausia carrascal
Segovia
Domingo, 22 de noviembre 2020, 13:40
Llevan semanas con una actividad turística nula o bajo mínimos, ni siquiera los fines de semana hay movimiento en los municipios de la provincia. Después de un verano bastante bueno por el incremento de población que experimentaron los pueblos, el otoño está ... siendo muy diferente. Con el cierre perimetral de Castilla y León, ha caído de forma drástica la actividad comercial, por lo que muchos ven en peligro su supervivencia y otros han tenido que reinventarse para poder aguantar el tirón.
Es el caso de la Carnicería Maribel en Sacramenia, que durante el confinamiento comenzó a enviar a domicilio paquetes con algunos de los productos más demandados, entre ellos, el lechazo ya asado. «Nunca habíamos enviado lechazo al vacío, pero durante el estado de alarma tuvimos que buscar nuevas fórmulas para dar salida a los productos y ha funcionado muy bien», explica Luisa Lázaro, una de las propietarias del negocio. Gracias a este sistema también pudieron ayudar a los ganaderos de la zona en un momento en el que había una importante acumulación de producto. La buena acogida de los clientes, que continúan realizando pedidos, incluso desde otras comunidades autónomas, les ha permitido seguir adelante con este proyecto y con su negocio.
Aunque la carnicería sigue abierta, el volumen de clientela ha disminuido. «La gente ya no viene ni siquiera los fines de semana, que es lo que nos salvaba el invierno». Además de las restricciones de movilidad impuestas en la Comunidad, también influye que la hostelería permanece cerrada «y sin ella el pueblo no tiene vida». En su caso, además de la carnicería, tienen un restaurante y un bar, por lo que ahora solo funcionan con un tercio de su infraestructura.
Después de 34 años con este negocio familiar, admite que están atravesando su momento más complicado. Ellos bajaron la persiana y se pusieron en cuarentena en una de las mejores épocas del año: agosto. Nadie les obligó a cerrar, afirma, pero «creímos que era lo más responsable porque había un brote en el pueblo y mi hermano dio positivo. Fue un varapalo para el negocio, pero preferimos hacer las cosas bien y tener la conciencia tranquila», matiza.
Así las cosas, y aunque las ayudas «brillen por su ausencia», lo único que reclama Luisa Lázaro es poder trabajar. «En todo momento hemos cumplido con los protocolos sanitarios y en muchas ocasiones hemos sido más exigentes. Después de cada cliente, desinfectamos las mesas y las sillas y hemos reducido el aforo para garantizar la distancia de seguridad, por lo que no entendemos que nos cierren cuando en autobuses y metros nadie limpia los asientos y se generan aglomeraciones mucho más peligrosas», señala.
Recuperar la normalidad para volver a trabajar como antes de la pandemia también es el objetivo de Mercedes Jiménez, propietaria de dos establecimientos en Pedraza, Margula Regia y Caprichos Artesanos. Hace tres semanas tuvo echar el cierre en ambos porque no le compensaba mantenerlos abiertos. «A nosotros no nos han obligado a cerrar, pero no nos ha quedado otro remedio porque desde que han blindado la Comunidad no tenemos clientes y, sin hostelería, ni siquiera vienen los turistas de Castilla y León».
Pedraza es un pueblo de poco más de 300 habitantes que vive del turismo y sin los visitantes, madrileños, fundamentalmente, tiene poco margen de negocio. Mercedes estableció su primer negocio en el municipio hace más de 20 años y desde entonces reconoce que le ha ido bien. «Vendo productos muy variados desde antigüedades, textil o artículos de decoración hasta productos gourmet de alimentación, pero al no ser artículos esenciales los habitantes del pueblo no compran aquí habitualmente», explica.
Ahora se encuentra en una situación «crítica» porque tiene que hacer frente a dos alquileres y a todos los gastos cotidianos sin tener ingresos. En más de una ocasión se ha planteado no volver a abrir, porque «en estos momentos, las tiendas solo conllevan gastos y tengo una hipoteca, dos hijos, uno de ellos en la universidad, y mi marido cobra una pensión, pero con ella no podemos subsistir», apostilla. Además, se siente joven y capaz de seguir trabajando, pero a sus 60 años sabe que no sería fácil conseguir un contrato. Su objetivo es seguir luchando para mantener sus negocios a flote hasta el último momento y es que «con ellos he cumplido un sueño y no voy a dejar que me lo arrebaten tan fácilmente».
Una de las opciones que baraja para salir adelante es crear una tienda 'on-line', pero encuentra muchas dificultades porque no tiene conocimientos para iniciar este proyecto sola. En su opinión, el Ayuntamiento debería de implicarse y ayudar a comerciantes y hosteleros a buscar nuevas fórmulas para atravesar esta crisis.
En El Espinar se encuentra la Librería Papelería Figueredo, de la que es propietaria Mari Carmen Olmedillas. El confinamiento provocó un cambio en los hábitos de consumo, «que ha llegado para quedarse» y que perjudica de forma notable a su actividad. «La gente no podía salir de casa más que para hacer las compras esenciales y muchos, incluso aquellos que desconocían su uso, se acabaron sumando a las plataformas de comercio 'online». Una situación que, tal y como estima, les generará este año unas pérdidas de en torno al 40%.
Negocios como el suyo tienen que enfrentarse a nuevos retos para poder competir. Entre ellos, ajustar los precios al máximo y reducir los tiempos. «Si no tenemos un libro, lo conseguimos en 24 o 48 horas como máximo, pero para ello tenemos que trabajar más cuando cerramos para agilizar los pedidos y contactar con editoriales y distribuidores», explica.
Entre abril y junio la población de El Espinar se multiplicó porque muchas familias, al estar los colegios cerrados, se trasladaron a sus segundas residencias. Esto compensó, en cierto modo, el descenso de la actividad en esta librería. «Hay que reconocer que varias personas nos conocieron esa época y ahora, cuando vuelven al pueblo, nos visitan».
Riaza es otro de los municipios que vive en gran parte de los madrileños, por lo que el cierre de la Comunidad también afecta a los negocios. «El verano lo terminé bien porque las segundas residencias se llenaron, pasamos de 2.500 a 12.000 habitantes, y es una zona en la que hay mucha afición por deportes como la bici o el senderismo. Pero el otoño está siendo muy diferente, el pueblo se ha vaciado», apunta Jesús Ruíz, de la tienda de deportes Olimpia. Parecía que esta pandemia había traído un cambio de mentalidad y que más gente se quedaría a vivir en el pueblo, pero al final ha sido algo residual. «Hay algún joven sin hijos que puede teletrabajar y unos pocos que ya están jubilados», señala. Que la hostelería esté cerrada «afecta mucho al movimiento que hay en el pueblo, porque se sale menos de casa». En esta zona ahora tienen sus esperanzas puestas en la temporada invernal y en que la estación de esquí de La Pinilla pueda abrir al público, ya que supone un motor para la zona.
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