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lberto Huertas Aragoneses empezó siendo un coleccionista selectivo, defensor de los diseños clásicos –«a mí me gusta una rojiblanca con rayas rectas, cuello de polo y sin muchas viguerías» – y ha terminado asumiendo el papel de un historiador, obligado a dejar constancia de que el Atlético de Madrid, la afición que impregnó en él su padre, vistió esa elástica. «Cualquiera que se ponga a tiro y no la tenga se convierte en una necesidad». Ahora tiene 140 distribuidas por su modesta casa de Palazuelos de Eresma y las ha llevado por más de 50 países. Su mérito es que ha convertido esa pieza sin vida en una fábrica de momentos, un atlas emocional con la compañía de su esposa.
Su padre, el que le habló de un tan Luis Aragonés, le complicó la infancia. «Mucha gente dice que los del Atleti nacemos. Queda muy bien, pero en mi caso es por mi padre. En mi clase, todos eran del Madrid, menos uno que era del Barcelona. Había más lunes complicados que buenos, tanto en el colegio como en el instituto, pero como digo siempre, a los del Atleti nos cuesta ganar, pero cuando lo hacemos lo disfrutamos más porque no pasa muy a menudo». Asegura que ese compromiso reforzó el carácter de aquel chaval que no solo veía deporte, sino que jugaba al fútbol sala, al baloncesto y hacía ciclismo, siguiendo los pasos de su hermano. Ahí llegó su mote, Zana, porque llevaba zanahorias mientras sus compañeros comían fruta. «Era lo más sencillo de coger. Las pasaba por el grifo, las envolvía y las echaba en el bolsillo de atrás. No tenían hueso ni piel».
Durante años, su afición se limitó al televisor. El primer partido al que asistió fue la final de Copa del Rey de 1991 en el Bernabéu y fue sin bufanda ni camiseta, Porque no las tenía. «Por ir un poco de rojiblanco, llevé una camiseta de vestir a rayas». Su primera elástica la compró en los aledaños del Calderón en una de sus primeras visitas al estadio. En un repertorio lleno de prensas originales, una de las que más ilusión le hizo era una simple copia. «Fueron 1.000 pesetas, lo recuerdo perfectamente». Salió de su bolsillo, de sus pagas.
Ahí empezó todo. «Tú no decides que vas a ser coleccionista del Atleti, viene un poco dado». Se hizo con la del doblete de 1996 y la de la temporada siguiente, pero paró de comprarlas hasta el año 2007 o 2008. «No te quieres creer que quieres todas, pero es la realidad. Al principio solo compraba las rojiblancas, pero llega un día en el que quieres esa de Forlán con la que ganamos al Liverpool». Ya no coleccionaba prendas, coleccionaba momentos: finales, partidos ganados a equipos importantes… Por ejemplo, la del año del descenso a Segunda, con aquel penalti de Hasselbaink ante el Oviedo, con unas bandas rojiblancas muy anchas y el escudo en el centro del pecho, no puede verla, aunque sigue en el armario. «Estoy convencido de que si hubiésemos ganado la liga con ella tendría otra percepción de esa camiseta». Por eso la del doblete es la favorita. «Ha venido conmigo a viajes, conciertos, festivales…. Así está la pobre».
La asociación de momentos pasó a ser personal. Por encima de todos está la que le regaló el club por ganar un concurso en el que expresaba a través de una foto y un texto su sentimiento atlético –en la imagen, su hermana embarazada llevaba la camiseta media hora después de ganar la liga 2013-14–, le permitió posar con la plantilla del primer equipo, con su padre mirando. «Es una de las más queridas, aunque no me guste demasiado a nivel estético por los zarpazos. Yo aquel día me sentí el tipo más afortunado del mundo». Fue a principios de 2018; entonces tenía la mitad de las 140 camisetas que han invadido su casa. «Uno de los principales problemas del coleccionismo es el espacio. Mi casa da para lo que da. Ojalá algún día pueda tenerlas perchadas de forma individual, como deben estar».
Desde entonces, ha comprado una media de 20 camisetas al año. Grupos de coleccionismo y revisión constante de las plataformas en busca de algo que merezca la pena. Además de las que saca el club cada temporada: hace pocos años eran dos y desde hace dos temporadas ya son cuatro. Y su blog es una referencia de autenticidad para muchos aficionados. «Lo que más me llena es dejar algo en la historia».
IBERTO HUERTAS
Su mujer convirtió esos momentos en algo compartido, desde acompañarle a los partidos a posar con la camiseta durante los viajes. El grado de compromiso es tal que cuando va de viaje necesita una camiseta por día, sean cuatro o 12. «Me la pongo si vamos a un sitio especial, si mañana vamos a La Coruña, pero uso ropa normal», sonríe este informático. El gen colchonero no influye en los destinos. «Intentamos buscar algún sitio en el que no hayamos estado».
Años atrás no tenía esa pertenencia. Cuando fue a China, en 2010, se llevó una camiseta para todo el viaje y no la llevó en la visita a la Gran Muralla. A falta de las rojiblancas, en las cataratas de Iguazú se puso la de España. Porque viajar es una fábrica de momentos que no ocurre a menudo. «Por nuestros trabajos no tenemos la facilidad de irnos un mes por ahí. Nos quedan muchísimos países por visitar. Hemos ido a 51, pero eso no supone ni un tercio de los que hay».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
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