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En su pequeña nave de Hontoria, Antonio José Pozo se quita los guantes, apura el cigarro y hace una pausa. «Hay negocio, la chatarra no descansa». Lo dice alguien que ha encontrado agujas en pajares. Habla de antigüedades de los pueblos, radios, linternas, sifones, cafeteras o bicicletas de los años 80. «Trabajo mucho con Wallapop para vender cosas de segunda mano. La gente lo tira a la chatarra, pero yo le encuentro valor».
Los cálculos semanales de Pozo sitúan el volumen semanal de chatarra en torno a los 4.000 kilos. Diferencia entre chatarra floja –la que pesa poco– y chatarra buena, que incluye distintos tipos de aluminio, bronce, latón o baterías de coche. Su tipo de cliente es muy variado –empresas, albañiles, fontaneros o agricultores– y cuenta con un buen número de particulares que recogen residuos de valor. «El que ve cosas y en vez de tirarlas las va reciclando. Mucha gente que te trae latas vacías de aluminio o pela cobre». Traza un perfil de trabajador de la construcción. «Es una forma de sacarse una propineja».
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El pago a los clientes se hace en metálico y el precio del kilo fluctúa; lo más caro es el material de labranza, a 18 céntimos el kilo. «Es un mercado que sube y baja mucho. Depende de la demanda, de las exportaciones…». Son las fundiciones las que fijan el precio de la chatarra en función de la demanda de hierro de cada momento. «Antes a lo mejor te daban precios para dos meses, pero ahora varía mucho. De la noche a la mañana te puede subir de 180 a 220».
Pozo vende sus 4.000 kilos semanales a un chatarrero más fuerte que lo lleva a la fundición. Esa máquina de hostelería a la que quita el motor, por ejemplo. «A la gente le llama mucho la atención», sonríe. Despieza las máquinas a mano. «Con un destornillador, una llave inglesa, un taladro o lo que me pida. Tienes que saber hacerlo. Yo he tenido a varios chavales y hasta que le cogen el truco les cuesta un poquito. Luego no es tan difícil». Una de las primeras lecciones es separar lo metales. «Espabilas o espabilas».
Este segoviano, que tiene a un empleado a media jornada, resume su filosofía. «Intento dar precios buenos, que la gente se vaya contenta y que a mí me quede un margen». Su ejemplo es que se puede vivir de ello. «Gracias a Dios, de momento me da para pagar mi hipoteca. Según están las cosas…». Lo dice alguien que ha trabajado en la construcción y ha probado suerte con otros negocios como un supermercado o una frutería. Conoció a un chatarrero que le ofreció quedarse con el negocio, que regenta como autónomo desde hace ocho años, un trabajo que complementa con la compra de palés.
Frente a otras épocas en las que se tendía más a aguantar los muebles, Pozo asegura que «ahora se tira mucho» y que los nuevos modelos no son tan duraderos. «Los electrodomésticos tienen sus años de vida, ya no es como antes». Con todo, su nave no es un cajón de sastre y él no tiene permisos para recoger televisores o frigoríficos. «Hay cosas que tienen que ir al punto limpio y no se pueden llevar a las chatarrerías. Pero muchas veces la gente sí que tira chatarras a los puntos limpios». De hecho, hay chatarreros que van a recogerlas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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