No se puede entender el otoño sin las castañas. La tradición manda entre los segovianos que, a medida que cae el mercurio, se acercan a los tres pequeños fogones repartidos por la ciudad para saborear este fruto tan afamado, propio de la época. La ... bajada de las temperaturas es un elemento fundamental para los buenos resultados de la venta. Sin embargo, en algunos casos, la novedad es el principal atractivo que lleva a muchos visitantes de otros países a probar las castañas, para ellos grandes desconocidas, e irse de Segovia con un buen sabor de boca. Nunca mejor dicho.
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La castañera es una figura popular que, pese al paso de los años e incluso siglos, sigue arraigada al imaginario popular de los segovianos. Nadie pasa desapercibido ante el olor del fruto recién asado o el inconfundible sonido de la espátula en su encuentro con la olla de hierro, presente tanto en la plaza de la Artillería y la avenida del Acueducto como en la Calle Real.
En una pequeña caseta de madera, los vendedores anuncian la llegada del otoño y, en unos meses, el final del invierno. Lo hacen cada tarde de diario y en festivos, sin excepción. Solo descansan una jornada por semana. No importa si hace viento o llueve. De hecho, para que la castaña sea apetecible, «tiene que hacer frío», explica Gloria Rodera desde el puesto en el mirador de La Canaleja. Del mismo modo que sucedió el año pasado, octubre no ha sido un mes muy otoñal al principio. «La primera quincena ha sido un poco floja, no fue ni medio normal», sostiene. «Estábamos a 30 grados, con las terrazas puestas y yo aquí, asando castañas... Uno se puede imaginar lo que es», bromea.
Si bien es cierto que el frío empuja la compra, a quien le gusta la castaña «de verdad» no le importa que este se haga de rogar. Las elevadas temperaturas, insólitas para la época, han supuesto el principal problema de la temporada. El clima benévolo adelantó la cosecha del fruto en numerosos puntos del país y, por el calor, «mucho de lo que se había recogido se ha estropeado», sostiene. Es por ello que muchas veces Rodera advierte a sus clientes: «Si te sale una mala, vienes y te la cambio».
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El precio de venta la castaña asada ha permanecido prácticamente invariable en el último año, después del subidón del pasado otoño, cuando el kilo se encareció más de un euro. Todo ello cuando los productores adelantan una notable caída del rendimiento de este fruto en la presente cosecha.
No obstante, cueste lo que cueste una docena de castañas, el antojo es el que finalmente decide. Y es que el sabor que da el fogón de las castañeras no es el mismo que el que resulta de las sartenes u hornos de los hogares. «La castaña tiene su misterio: cuando la asas tienes que saber si hay que ponerla primero a fuego lento o si tienes que pegarle un último golpe de calor», refiere la castañera segoviana mientras entrega una de las bolsas llenas del producto, con compartimento para las cáscaras, que sustituyen a los típicos cucuruchos de papel de periódico.
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Con más de cuatro años de experiencia en la venta en la ciudad, Rodera coge un puñado de castañas de un saco de 15 kilos, de origen gallego, a las que practica una pequeña incisión para evitar que luego exploten. Una vez cocinadas, las guarda en una cesta, tapadas con tela, para que no pierdan el calor que tanto atempla las manos cuando los termómetros están bajo cero. Estos tienen que tener un tamaño similar y, según asegura, los segovianos prefieren las castañas «pequeñas, que son algo más sabrosas que las grandes».
Rodera vende el pequeño fruto de gran sabor a cientos de paseantes. Los residentes en la ciudad suelen acudir más a los puestos cercanos al Acueducto. «Por norma general, aquí vendo más a la gente de fuera», sostiene desde la Calle Real. Ejemplifica con los turistas extranjeros. «Muchos preguntan porque no conocen el fruto, no saben lo que es, y lo acaban probando. Al final te dicen: ¡Qué rico!», relata. Las castañas no tienen idioma, son universales. No importa que en otros países «se las llame de otra manera», reitera.
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Si la cosecha lo permite, los castañeros segovianos continuarán la venta de este apreciado alimento otoñal más allá del invierno. «Todo va en cuestión de la recogida», señala. La fecha límite prevista es el mes de marzo. Hasta ese momento, «aquí no se para», concluye Rodera.
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